De la cantera del Real Madrid a dirigir el Memorial Mauthausen: tributo a todas las vidas de Manuel y otros siete deportados
Cuando Manuel García Barrado (Calazada de Oropesa, Toledo, 1918) fue trasladado a Mauthausen en 1941, un oficial nazi del campo de concentración le preguntó por su oficio. Él, que después de pasar por la cantera del Real Madrid había trabajado como delineante y que más tarde fue también ilustrador, trató de explicar su profesión dibujando con sus dedos una casa en el aire. Fue anotado como arquitecto, lo que le sirvió para pasar de la cantera a una especie de oficina de construcción y sufrir unas condiciones de vida menos penosas.
Aquella promesa del fútbol base merengue falleció en 2006 tras asentarse durante décadas en el municipio de Mauthausen (alrededor de un centenar de españoles optó por esta opción), retomar el balompié con un equipo local y convertirse en administrador del Memorial erigido en el antiguo campo de concentración austriaco. Desde que llegó al cargo en 1963, pasó décadas enseñando las instalaciones de aquel espacio del horror a miles de personas, habitualmente parientes de otros deportados. Recibió la Cruz de Caballero de la Orden de España en 1982 y otra condecoración equivalente en Austria.
Manuel formó una familia en lo que un día fue el edificio de personal de la SS en Mauthausen. Con su mujer Anna tuvo dos hijos. Uno de ellos se llama también Manuel García Barrado y apenas chapurrea la lengua de su progenitor. “Cuenta que de pequeño sabía muchas palabras, pero se le fueron olvidando. También que cuando le preguntaban dónde vivía respondía que en el campo, para no decir que era la antigua casa del comandante de la SS”. Lo comenta el historiador Benito Bermejo durante el tributo a García Barrado padre, al que su hijo finalmente no puede acudir desde Austria. Bermejo le suple en calidad de experto en la materia y autor de Libro Memorial. Españoles deportados a los campos nazis (1940-1945), una auténtica enciclopedia de la ausencia que derivó en la mayor base de datos nacional sobre el tema.
La ecléctica figura de Manuel recibió, frente a su antigua vivienda en el número 4 de la calle Bustamante, una de las ocho placas Stolpersteine colocadas el pasado viernes 1 de diciembre en distintos puntos del barrio de Delicias, en el distrito de Arganzuela. Stolperstein significa literalmente “piedra de tropiezo”, aunque esta iniciativa internacional que en Madrid lideran Isabel Martínez y Jesús Rodríguez las transforma más bien en “piedras de memoria”.
Su tarea, sencilla en apariencia pero muy laboriosa y cargada de significado, tiene como resultado la colocación de una pequeña plancha dorada sobre un adoquín a pocos metros del último domicilio en el que residió cada deportado. Las placas, elaboradas todas ellas en el taller del artista alemán Gumter Demnig, incluyen información básica sobre cada persona: nombre y apellidos, lugar de exilio si lo hubiese, año de la deportación, campo al que se trasladó y si fue liberada o asesinada.
Además de Manuel, otros siete hombres cuentan con su propia Stolperstein desde esta emocionante jornada: Pablo Agraz Alonso, Miguel Calvo Sánchez, Gil Ruiz Domínguez, Gregorio Martínez Tudidor, Mariano Pérez Rodríguez y Eugenio Charlán Rey. Una comitiva formada por personas que participan en el proyecto, algunas con antepasados también llevados a campos de concentración, acompaña la colocación de cada piedra dorada. Actos celebrados entre aplausos, música (David Ortiz, nieto de otro deportado, toca Al alba de Luis Eduardo Aute con su violonchelo), banderas republicanas y el reconocimiento a los obreros municipales encargados de la ejecución.
En algunos casos, los más emocionantes, está presente algún familiar de la persona reconocida. Eugenio Charlán era el tío abuelo de Carmen, Enrique y Fernando, quienes encajan en el hueco abierto en el suelo la placa que le rinde honores antes de que los operarios procedan a fijarla. El cemento actúa como pegamento para la memoria de este albañil, exiliado a Francia en 1939 y trasladado a Mauthausen entre 1941 y 1945, cuando fue liberado.
Pero la memoria no solo se asienta en un espacio, también viaja. Para simbolizarlo, Isabel y Jesús intentan que los familiares de alguien que recibe una Stolperstein entreguen otro más adelante. Beatriz, sobrina nieta de Emilio Ramos González (con su propia piedra en Carabanchel), otorga la de Eugenio Charlán a sus allegados. Ellos, que harán lo propio en el futuro con los descendientes de algún otro deportado, están muy emocionados. Para Carmen “es como si lo volvieran a traer a casa”.
Su hermano Enrique relata que fue la propia agrupación encabezada por Isabel y Jesús quien contactó con ellos: “Eugenio tuvo que salir de España durante la Guerra Civil y el resto de su familia se quedó aquí, en el número 35 de la calle Ferrocarril. Parece ser que sobreviven unas nietas directas suyas, pero no ha habido suerte a la hora de contactarlas. Así que somos quienes más directamente podemos responder por él”.
Eugenio fue trasladado a Mauthausen en el mismo convoy que Mariano Pérez, con quien también compartía calle. En esta jornada tan especial ambos han coincidido de nuevo con sendas Stolperteine. Isabel y Jesús no han podido dar con ningún descendiente de Mariano, así que invitan a colocar la piedra al responsable de un proyecto similar en Sabadell, en “una muestra de cariño a las personas que siguen extendiendo la iniciativa a otros lugares”. La localidad catalana ya ha reconocido con Stolperteine a 63 personas. En Madrid la cifra es mucho mayor, aunque el volumen de deportados desde la capital fue tal que aún quedan cientos de casos pendientes.
Isabel y Jesús sacan adelante estos ejercicios de memoria con sus propios medios, más allá de contribuciones de familiares deportados y personas que colaboran altruistamente. De la administración pública no esperan más que el consentimiento definitivo. “Hasta ahora siempre que se ha votado en las Juntas Municipales de Distrito ha salido adelante con el apoyo de todos los grupos políticos. El problema es que desde 2019 nos estamos encontrando con que muchas de nuestras propuestas no llegan a esa votación o ni siquiera nos responden. Si eso pasa no nos queda más remedio que esperar e insistir”, explica Jesús. Estaba previsto que la concejala presidente de Arganzuela, Dolores Navarro, acudiese al último homenaje del día. Finalmente no llega.
Sin embargo, pese al apoyo errático de las instituciones, el trabajo da sus frutos. Cuando finaliza el tributo a Manuel, Benito Bermejo deja un par de flores junto a su Stolpertein. Dos señoras preguntan qué ha ocurrido. Al descubrirlo se sorprenden porque llevan toda la vida viviendo en el barrio y no tenían ni idea. Tampoco conocían al resto de deportados de Delicias. “Pues está muy bien que hagan estas cosas y se acuerden de ellos”, dicen.
Durante el homenaje a Eugenio, es una mujer que se dispone a entrar en su portal quien se interesa por el proyecto. Jesús le va contando mientras ella mueve rítmicamente un carrito. Dentro va su hijo, que cuando crezca será parte de una generación a la que estas historias le parecerán parte de un pasado aún más remoto. Sin embargo, algo sucederá cada vez que ese bebé que luego será niño y después joven llegue a casa de la guardería, del colegio, del instituto o de la universidad: una pequeña placa en el suelo le recordará que un día ese edificio fue el hogar de un albañil cuya existencia trataron de borrar el franquismo y el nazismo. Por suerte no lo consiguieron, y su vida ha quedado marcada en la tierra como quedó en el aire aquella casa que Manuel dibujó en Mauthausen.
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