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Cinco datos sobre el impacto de la pandemia en la infancia y adolescencia

Patricia Gea

11 de marzo de 2021 22:19 h

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Se cumple un año del inicio de la pandemia y sus consecuencias no han pasado de largo por los niños, niñas y jóvenes del mundo que han tenido que adaptarse a la nueva normalidad con las pocas herramientas que tenían. Digerir tantos cambios en un momento en el que no puedes razonar o estás empezando a hacerlo puede ser una tarea mucho más ardua que para un adulto. Aunque la enfermedad de la COVID no ha puesto en riesgo las vidas de los más jóvenes de la misma manera que lo ha hecho con los adultos, sí ha impactado sobre ellas de múltiples maneras y dejando cifras de pobreza y desigualdad de las que varias organizaciones y asociaciones vienen alertando en numerosos informes a lo largo del último año. Cinco datos para entender la huella que la pandemia deja en la infancia.

Cierran los colegios e institutos

Fue una de las primeras medidas para contener la pandemia que empezó hace justo un año. El cierre de colegios dio la vuelta a la vida de millones de familias a todos los niveles. Clases online, los niños y las niñas en casa al cargo de sus padres y madres, gastos imprevistos como la cancelación de las becas comedor, menús de Telepizza, una adolescencia sin ver a los amigos. En todo el mundo 214 millones de estudiantes han perdido el 80% de su aprendizaje presencial y se han perdido más de 39 mil millones de menús escolares desde el inicio de la pandemia. El grueso de estos datos viene de América Latina, donde 168 millones de colegios han estado cerrados la mayor parte del año, según los datos del informe de Unicef 'La clase de la pandemia'.

En el contexto global, en España “somos unos privilegiados, pero no tanto si nos medimos con el entorno europeo”, afirma la Directora de Sensibilización y Políticas de Infancia UNICEF Comité Español, Carmen Molina. La pandemia ha desatado las costuras del sistema educativo dejando al descubierto las carencias que nos afectan, por ejemplo, en materia de tecnología o de formación digital de la docencia. “Comparado con los países de Unión Europea, tenemos unas tasas altísimas de abandono y segregación escolar que ponen en riesgo la escolarización de los niños. La pandemia ha podido agravar mucho esos ratios”, explica Molina. El acceso a un ordenador ya es una carga económica alta que muchas familias no pueden asumir, una más de las otras muchas que supusieron el cierre de los colegios. “En los hogares se ha notado mucho la cancelación de las becas comedor, algunos dependen de esto para mejorar su calidad de vida”.

En el lado de la atención educativa, los datos que llegan desde informes como el publicado por Save the Children este miércoles 'Aniversario de la COVID-19. ¿Qué nos cuentan las familias?' muestran de nuevo carencias. El 70% de los niños no ha tenido acompañamiento extra para realizar las tareas, la mitad de ellos dice haber atravesado dificultades para seguir el curso y cuatro de cada diez se sienten desmotivados con los estudios. La brecha digital es una semilla de desigualdad en la era de Internet y se van a necesitar recursos, dice Molina, para que no sea un lastre en los hogares. “Aunque la educación presencial no se puede suplir porque se trata de formar a seres humanos más allá de lo académico, España tiene un gran reto por delante para que la próxima generación no se vea más afectada por la pobreza”, concluye.

Más riesgo de pobreza

La delegación española de Unicef publicaba el año pasado otro informe, '¿Cómo reducir la pobreza infantil en España?' que indicaba que -ya antes de la pandemia- el 27% de la población infantil en nuestro país estaba en riesgo de pobreza, encabezando la cifra europea junto con Italia, Bulgaria o Rumanía. En pleno estado de alarma Save the Children emitía un nuevo estudio, ‘Infancia en reconstrucción', alertando de que el riesgo de pobreza podría llegar al 33% a finales de año, rozando la cifra de tres millones de menores en riesgo y que no podrían alimentarse correctamente o vivir en un hogar con calefacción. Según sus previsiones, el riesgo de pobreza severa también podría aumentar en tres puntos y alcanzar el 15%.

“Veníamos de unos índices de pobreza muy malos, uno de cada tres niños en España en esa situación, y la crisis económica por la pandemia lo va a agravar”, asegura Molina. Las cifras han hecho saltar las alarmas en la Unión Europea, que a propuesta de la Comisión y el Parlamento va a destinar el 5% de los recursos del Fondo Social Europeo a la lucha contra la pobreza infantil. “Dentro de un tiempo veremos cómo las políticas que palian la pobreza son efectivas y realmente la reducen si llegan donde tienen que llegar”, señala Carmen Molina.

El desempleo o el ERTE están detrás de buena parte de la situación de exclusión que están viviendo muchas familias, cebándose especialmente con las que ya arrastraban problemas socioeconómicos. El 46% de los padres y madres a las que atiende Save the Children, por ejemplo, ha perdido el empleo durante la pandemia. En el estudio de Unicef publicado recientemente, 'El impacto de la COVID sobre los niños y niñas más vulnerables' explica que “nunca antes tantas familias se han empobrecido tan rápido como ha ocurrido en los últimos meses”. 

Grupos vulnerables

Hay segmentos de la población y también tipos de familias que han sufrido con especial dureza la pandemia, tal y como reflejan los datos aportados por diferentes asociaciones. Por ejemplo, los hijos e hijas de familias monoparentales y especialmente de las encabezadas por mujeres, que suponen un 80% del total. Según los datos del Informe elaborado por el Alto Comisionado contra la Pobreza Infantil en España, 'Monoparentalidad género y pobreza infantil', los hogares monoparentales sostenidos por mujeres tienen un riesgo de pobreza que duplica al de los encabezados por hombres -un 52% frente a un 25%.

Una encuesta a casi 1.000 mujeres, 'Monoparentalidad y empleo', de la Fundación Adecco, destacaba al inicio del otoño que la crisis económica derivada de la pandemia ha afectado a la cobertura de necesidades básicas del 24% de las familias sostenidas por mujeres solas. Carmen Molina confirma que “las madres de este tipo de hogares han sufrido más el desempleo”, que, recuerda, es “el único ingreso del hogar”. La vacuna contra este estado de pobreza, propone, son “los programas sociales, las ayudas al sistema educativo y las prestaciones por hijo a cargo, que se han quedado diluidas entre tanto Ingreso Mínimo Vital cuando no tiene por qué ser excluyente”.

Por otra parte, también los menores migrantes han sufrido con mayores dificultades los efectos derivados de la pandemia. En el informe de la ONG InteRed, 'Impacto de la Covid-19 en el alumnado de secundaria nacional de terceros países en España', se han recogido datos de colegios de Madrid en los que un 60% de los alumnos de una clase no disponía de ordenador, u otros que solo tenían teléfonos móviles con datos limitados. “Se entregó la documentación en papel a 30 familias de un barrio, muchas de ellas migrantes, y a otras gitanas de la Cañada Real que carecen de alfabetización digital y medios”, expone el estudio. “Las familias migrantes de terceras nacionalidades han sufrido una mayor falta de acceso a los recursos y herramientas digitales, lo cual es consecuencia directa de su mayor vulnerabilidad social”.

Salud mental

A medida que la pandemia entra en su segundo año, el impacto sobre la salud mental y el bienestar psicosocial de niños y jóvenes empieza a pasar factura, siendo quizá estos últimos a los que la nueva normalidad ha cogido en el momento más crítico de su vida. Con las diferencias que nos separan, es común en todo el mundo que casi todos los niños y niñas han vivido meses de confinamiento. Según el último análisis de Unicef realizado a partir de datos del Rastreador de Respuestas Gubernamentales a la COVID-19 de Oxford, 139 millones de menores a nivel global han vivido bajo confinamiento obligatorio durante al menos nueve meses, 193 millones bajo la recomendación de no salir de casa.

Las consecuencias se reflejan en otros datos recogidos por la organización, como la reciente encuesta de UNICEF U-Report dirigida a jóvenes en Latinoamérica y Caribe, que obtuvo más de 8.000 respuestas y que reveló que más de una cuarta parte de los encuestados había experimentado ansiedad, y el 15% depresión. En España, la entidad Amalgama7, especializada en la atención terapéutica y educativa para jóvenes y sus familias, ha analizado en colaboración con la Fundación Portal las secuelas provocadas por la reclusión y las restricciones en más de 2.000 padres y madres de adolescentes de entre 14 y 18 años. Si se sintetizan los resultados en una sola línea, esta quedaría así: los jóvenes son más agresivos, comen peor, fuman más, ayudan menos en las tareas de casa y tienen peores respuestas hacia sus padres que hace un año.

El 58,3% de los padres entrevistados reconocen que sus hijos aumentaron las malas contestaciones, un 23,2% de adolescentes que antes del confinamiento no lo hacía, una vez finalizado éste han estabilizado este comportamiento en su día a día. El 50% de los encuestados no colaboran en la actualidad en las tareas domésticas, además se aíslan un 13% más que antes de la pandemia en su habitación, evitan conversaciones o han empezado a comer en soledad. También se han producido aumentos en la ingesta de alcohol y cannabis de jóvenes que antes de la pandemia no lo hacían.

Desde Políticas Infantiles de Unicef España, Carmen Molina anota otro componente que se ha posicionado en las vidas adolescentes durante el confinamiento y que “también repercute en la salud mental, aunque sea más sutil”. La exposición a las pantallas y la tecnología ha seguido un camino exponencial y en opinión de la experta está causando problemas de adicción muy tempranos a aparatos como móviles, consolas u ordenadores. “Esto también les provoca mucha ansiedad y mucho estrés, no se puede analizar de manera aislada la angustia por no poder salir y ver a sus compañeros”.

Salud Física

Como recoge el informe de Amalgama7, los problemas de ansiedad y depresión están derribando otras piezas del dominó que pueden acabar afectando a su estado físico. La ingesta de alcohol, por ejemplo, se redujo entre los jóvenes en el momento del confinamiento, pero ya en la nueva normalidad hay crecimientos notables. Han aumentado un 4% los adolescentes que empezaron a beber por primera vez después del confinamiento, y se ha disparado el número de jóvenes de 18 años que consume alcohol tras el confinamiento: 31% en la actualidad contra el 21% en época de pre-confinamiento. Lo mismo sucede con el cannabis o el tabaco: los jóvenes entre 16 y 18 años fuman un 2% más de tabaco ahora.

Todo esto no se compensa con los hábitos alimentarios, que también han empeorado. Picar entre horas, comer chucherías, ultraprocesados o pedir comida rápida son algunos de los comportamientos que más puntuación han obtenido en este informe sobre Salud Mental. En Madrid el confinamiento ha doblado el número de adolescentes que se alimenta mal, le sigue el norte de España, y en concreto suelen ser varones que trabajan los que tienen más desajustes nutritivos, por encima de los que estudian. Unicef confirma en el informe sobre el impacto de la COVID en infancias vulnerables que “se detectan aumentos de los problemas de alimentación, especialmente debido a una dieta insuficiente y a un exceso de alimentación no saludable”.

Un 71% de las entidades que realizan estudios sobre la infancia detectan además posibles problemas relacionados con la falta de ejercicio de los menores de todas las edades, uno de los principales elementos de preocupación. Por último, también apunta Unicef a los aumentos de trastornos de sueño y de los problemas para recibir atención médica, como elemento que podría haber empeorado la salud física de los niños y niñas en estos meses. En general, entre las consecuencias del confinamiento a nivel físico la organización destaca el incremento del sedentarismo y tiempo de pantallas, las dificultades para acceder a alimentos saludables, para dormir, y un mayor nivel de estrés en los adultos, que habitualmente se transmite a los niños y niñas.