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El éXodo

Elon Musk, el propietario de X y Tesla, en el mitin del Madison Square Garden de Donald Trump el 27 de octubre, en Nueva York.
14 de noviembre de 2024 22:41 h

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Hace unos días, mientras viajaba por el Medio Oeste de Estados Unidos, clave para el resultado de las elecciones, la puerta de entrada de X que yo veía iba cambiando cuando cruzaba una frontera. En cuanto pisaba Wisconsin, Michigan y Pensilvania se disparaban los posts de Elon Musk, de la campaña de Donald Trump y de sus portavoces y altavoces con bulos, insultos y petición de dinero personalizada según el estado. Eran cuentas que no seguía, ninguno de los mensajes estaba identificado como publicidad y la cantidad abrumaba cualquier posibilidad de información.

Era llamativo, pero, para mí, no era tan importante como fuente de información. Escuchaba la radio local, leía los periódicos y entrevistaba a los votantes y vecinos de aquellos lugares. Entre las docenas de personas con las que hablé esos días ninguna mencionó X y las pocas citas que escuché sobre medios fueron quejas, en particular del lado demócrata contra Fox News y el Washington Post por la decisión de su propietario, el multimillonario Jeff Bezos, de bloquear el texto de apoyo a Kamala Harris que había escrito su sección de Opinión por miedo a las represalias de Trump a su principal empresa, Amazon. 

Sólo el 2% de los estadounidenses dicen que se informan de política utilizando X mientras que las fuentes más prevalentes siguen siendo de televisión, en particular Fox News y CNN, según la encuestadora Pew. Aun así, para ver noticias en general –o más bien lo que los usuarios identifican como noticias que no equivale en absoluto a los medios ni a los periodistas–, en Estados Unidos, X es preferida a otras redes por el empujón de los millones de seguidores de Trump y la decisión de Facebook de centrarse sobre todo en las conexiones personales y el entretenimiento. 

En España, el uso de X “para noticias” declarado por los usuarios es del 16%, según los últimos datos del Instituto Reuters para el estudio del periodismo de la Universidad de Oxford, que ha constatado tanto el declive en el uso de esta fuente como en el porcentaje de audiencia que llega a los medios a través de X (siempre fue pequeño pero desde la llegada de Musk ha bajado todavía más). Mirando a los datos globales del informe del Instituto Reuters de este año, la atención está fragmentada, pero muchas más personas utilizan para informarse YouTube (el 31%), WhatsApp (el 21%) o incluso TikTok (el 13%) que X (el 10%).

Es un hecho la avalancha de bulos sobre las elecciones de Estados Unidos –con una estrategia muy dirigida en los últimos días de campaña y el día de la votación nacional a cuestionar los resultados si no ganaba Trump e incluso a incitar a la violencia–, las guerras de Ucrania y Gaza y la DANA de Valencia. Esto se une al nivel de acoso en particular contra las mujeres en la vida pública mientras las voces masculinas, sobre todo las más demagogas y firmes en sus opiniones, suelen tener recompensa al menos superficial. 

Quien crea que X es un vehículo para el periodismo se está engañando o está demasiado pegado a sus rutinas o a la vanidad insustancial de unos vacíos retuits –o reXs– como para reconocerlo. Personalmente, dudo si irme o no –hace tiempo que comparto menos y ni se me ocurre opinar sobre nada– y me sigue pareciendo útil la función de hacer listas específicas sobre asuntos relevantes, pero no sé si es eso es suficiente para quedarse y si BlueSky, donde estoy desde el año pasado, podrá hacer esta función. De lo que no me queda duda es de que X no es un vehículo para hacer periodismo ni ser parte de ninguna conversación y que quita demasiado tiempo en medio del torrente de mentiras, postureos, chorradas y bots.

Ni los bulos ni el acoso son exclusivos de esta red, pero lo que hace a X diferente del resto es la estrategia premeditada de que esto sea así y el hecho de que su propietario sea ahora parte de la Administración del país más rico y poderoso del mundo encabezado por un presidente que no esconde sus intenciones autoritarias y desafía a la ley.

Su dueño, el hombre más rico del mundo, proclama que los usuarios de X son ahora “los medios”. Entretanto, está arruinando a la empresa, pero es irrelevante mientras pueda servir para apuntalar su agenda política sin someterse a ninguno de los deberes y responsabilidades que tienen los medios de verdad (la UE lo está intentando desde hace meses, pero ahora no cabe duda de que Musk tendrá vía libre en Estados Unidos y, según dice analistas de marketing al Financial Times, se puede beneficiar de la vuelta de anunciantes que se han marchado y que ahora quieran hacerle la pelota a él o a Trump en busca de favoritismo).

La decisión del Guardian y, en España, de La Vanguardia de dejar de compartir su contenido en X responde a una posición editorial para no seguir colaborando con una red de mentiras y acoso dirigida por un millonario y pseudo-político, pero también refleja un cálculo empresarial. La cantidad de tiempo empleado para una redacción y sus periodistas en X no se corresponde con el escaso retorno de audiencia sea por los clics o sea por la relación con los potenciales lectores. 

Ya hay datos por la experiencia de otros medios: la radio pública de Estados Unidos, NPR, se salió de X el año pasado como protesta a los bulos, la falta de moderación, la simulación de cuentas oficiales a cambio de pagar y la etiqueta errónea que insistía en ponerle la red de Musk como parte del Gobierno de Estados Unidos -la radio pública se financia en gran medida con donaciones y no es parte del Estado ni está sometida a ningún control político-. Seis meses después de su ausencia de X, NPR miró los datos: el efecto en su audiencia había sido insignificante. Y tenía más tiempo para invertirlo en boletines o la promoción de sus podcasts y programas en otros espacios online. 

Como en casi todo en la vida, se trata de prioridades. La prioridad de los medios debería ser informar, no alimentar una red de la minoría que simula ser el peor espejo de la realidad y que poco a poco contribuye a deteriorar nuestra percepción y, en última instancia, tal vez el mundo real.

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