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Un agujero negro supermasivo en el centro de nuestra democracia

Recreación artística de dos agujeros negros binarios a punto de chocar
6 de octubre de 2020 22:35 h

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La relatividad general de Einstein es posiblemente una de las mayores proezas intelectuales de la humanidad. La relatividad general de Einstein explica por primera vez el funcionamiento a gran escala del universo con una precisión que hasta ahora no ha sido contradicha. La clave: el principio de que la presencia de materia deforma, “curva”, la estructura del espacio-tiempo. Y la conceptualización de que la fuerza de la gravedad es precisamente eso: curvatura del espacio-tiempo.

Ejemplo: cuando el rayo de luz proveniente de una estrella lejana pasa cerca de nuestro Sol, toma una pequeña curva debido a que la masa del Sol produce una deformación del espacio-tiempo tanto más intensa cuanto más cerca de su superficie nos encontremos. Esta curva que toma el rayo de luz produce a su vez una “ilusión óptica”: la estrella en cuestión parece estar en un sitio distinto al que se halla consignado en los atlas estelares. Tal fenómeno se comprobó de hecho durante un eclipse solar, ocasión perfecta para poder observar estrellas cerca de la corona del astro rey sin que éste nos deslumbre.

Otra de las predicciones de la relatividad general de Einstein y una de las más espectaculares es la posible existencia de agujeros negros: concentraciones de masa tan enormes que producen una curvatura del espacio-tiempo, un pozo gravitatorio, tan profundo que ni siquiera la sustancia más rápida y más liviana de la creación puede escapar de sus garras si se acerca demasiado. Ni siquiera la luz puede escapar de un agujero negro.

Este martes se ha otorgado el Premio Nobel de Física de 2020 a Roger Penrose, por demostrar que la formación de agujeros negros es inevitable tras la muerte de determinados tipos de estrellas; y a Reinhard Glenzel y a Andrea Ghez, por haber demostrado experimentalmente la existencia de un agujero negro supermasivo, con una masa de cuatro millones de soles, en el centro de nuestra propia galaxia. Sagitario A* se llama el colega.

Y, ante todo esto, yo no puedo dejar de sentir una disonancia cognitiva enorme entre los luminosos logros de la inteligencia humana en mi temporalmente aparcada profesión a la que tanto echo de menos y los debates, por llamarlos de algún modo, que se dan en la esfera pública en esta época tan dura y tan extraña.

No puedo dejar de pensar en que el presidente del país más poderoso del mundo ha considerado interesante, en rueda de prensa, la posibilidad de inyectarse desinfectante como terapia contra el coronavirus. No puedo dejar de pensar en que sus máximos admiradores en el Congreso de los Diputados en España han difundido, en sede parlamentaria, el bulo de que la COVID-19 ha sido fabricada en un laboratorio.

No dejo de darle vueltas a que algunas (espero que no muchas) de las personas que los votan se manifiestan diciendo que el virus no existe, son admiradores de programas donde se da veracidad a historias de aliens y fantasmas, niegan la existencia del cambio climático antropogénico y de las violencias machistas y creen en todo tipo de conspiraciones de chusco guión… e imagino vívidamente esos grupos de Whatsapp atiborrados de banderitas comentando que ya nos quisieron engañar Soros y Bill Gates contándonos aquello de que la Tierra no es plana y ahora vuelven con la milonga de que hay un agujero negro supermasivo en el centro de la galaxia en colaboración con los masones bolivarianos de la Fundación Nobel. ¡Pero a los ESPAÑOLES VERDADEROS no nos van a engañar!

Imagino que entre mentiras sobre las personas migrantes, sobre las feministas, sobre los okupas y sobre cualquiera que defienda la justicia social, hablan sobre el Premio Nobel de Física y pienso que a lo mejor tengo demasiada imaginación, pero que lo que es seguro es que donde tenemos un agujero negro supermasivo es en el centro de la democracia.

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