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Desmontando a Zelenski

El presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski.
3 de agosto de 2023 22:25 h

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Volodímir Oleksándrovich Zelenski fue elegido presidente de Ucrania en abril de 2019, con el 73% de los votos en segunda vuelta, frente a Petro Poroshenko, un oligarca acusado en varios casos de corrupción que había presidido el país durante cinco años con resultados económicos desastrosos, después de que el anterior presidente –el prorruso Viktor Yanukovich– fuera destituido inconstitucionalmente a raíz del golpe de estado del Maidan.

Zelenski nació en una familia judía de habla rusa, aprendió ucraniano de adulto, poco antes de ganar las elecciones. Aunque licenciado en derecho, dedicó su vida a la comedia, área en la que prosperó hasta llegar a ser un actor famoso, director y productor. En 1997 creó el grupo Kvartal95, convertido más tarde en una productora audiovisual que trabajaba para el canal de televisión 1+1 propiedad de Íhor Kolomoiski, un rico oligarca ruso investigado por el FBI por delitos financieros y blanqueo de capitales, a quien el Departamento de Estado prohibió la entrada en EEUU por su participación en actos de corrupción. En 2015 su productora creó para ese mismo canal una serie titulada 'Servidor del Pueblo' en la que encarnaba a un profesor de instituto que era elegido inesperadamente presidente de Ucrania gracias a un encendido discurso contra la corrupción. En marzo de 2018, empleados de su productora registraron un partido político con el nombre de la serie, y Zelenski se presentó a la elección presidencial en 2019, aprovechando su fama televisiva, al frente de ese partido.

La clave de la campaña que llevó a Zelenski a la presidencia fue la lucha contra la corrupción y la oligarquía, como el protagonista de su serie. No obstante, nunca ha podido quitarse la etiqueta de ser un hombre de Kolomoiski, uno de los oligarcas más corruptos que ha habido en Ucrania. De hecho, una de sus primeras decisiones fue nombrar al abogado del magnate, Andriy Bohdan, como jefe de la Administración Presidencial. En octubre de 2021, una investigación periodística, los Papeles de Pandora, descubrió que Zelenski, su primer asistente y cofundador de Kvartal95, Sherhiy Shefir y el jefe del Servicio de Seguridad de Ucrania y amigo de la infancia de Zelenski, Ivan Bakanov, controlaban una red de empresas extraterritoriales en paraísos fiscales que poseían valiosas propiedades en Londres. Cuando accedió a la presidencia, Zelenski entregó sus acciones en la sociedad Maltex Multicapital Corp, registrada en las Islas Vírgenes Británicas, a Shefir, pero parece que su familia ha seguido recibiendo dinero de esta empresa.

La guerra

Zelenski se comprometió en su campaña electoral a recuperar las relaciones pacíficas con Rusia y a resolver el conflicto del Donbass. Esto requería el cumplimiento de los acuerdos de Minsk II que contemplaban, por parte de Ucrania, una reforma constitucional para otorgar una amplia autonomía a esas provincias, elecciones en ellas, y una amnistía con algunas excepciones. En octubre de 2019 anunció un acuerdo con los separatistas, pero la oposición de los nacionalistas y de la extrema derecha fue tan dura, incluida la negativa a aceptar un alto el fuego por los batallones de voluntarios que combatían allí, que el presidente tuvo que renunciar a su iniciativa y a la promesa que había hecho.

Cuando se produjo la invasión, apeló al apoyo de la OTAN, que ya estaba armando y entrenando a su ejército y se lo prestó en grandes cantidades. Hasta final de mayo, Ucrania había recibido más de 85.000 millones de dólares en ayuda militar y otro tanto en ayuda financiera y humanitaria, lo que ha permitido a Ucrania resistir y a Zelenski mantenerse en el poder. Pero el presidente ucraniano debe saber que el objetivo de este enorme esfuerzo más que a la defensa de Ucrania está dirigido a debilitar a Rusia, y conlleva que él se someta a las decisiones que tomen sus valedores.

La primera muestra de esta subordinación llegó menos de un mes después del inicio de la invasión. En marzo, Moscú y Kiev iniciaron unas negociaciones que tuvieron varias rondas en Bielorrusia y finalmente una reunión de los ministros de Asuntos Exteriores en Turquía. Se alcanzaron algunos acuerdos preliminares, sobre todo en relación con la neutralidad de Ucrania y la retirada de las fuerzas rusas a sus posiciones anteriores a la invasión, aunque la cuestión territorial estaba aún abierta. El propio Zelenski declaró, el 15 de marzo que Ucrania no sería miembro de la OTAN. Pero a primeros de abril, el premier británico Boris Jonhson visitó Kiev y dijo públicamente que había que presionar a Putin, no negociar con él. Allí terminaron las negociaciones que podrían haber llevado al fin de la guerra. El entonces primer ministro israelí, Naftali Bennett, que medió entre ambas partes, declaró en febrero de este año, en una entrevista televisada (está en YouTube), que los países occidentales bloquearon el acuerdo de paz. Cabe preguntarse por qué Zelenski tuvo que aceptar lo que esos países querían, aunque tal vez no fuera lo mejor para Ucrania, o si no podría haberse mostrado firme y haber continuado las negociaciones para alcanzar la paz en aquel momento temprano de la guerra.

No se puede reprochar a Zelenski que defienda la independencia y la integridad de su país con todos los medios a su alcance. Pero un dirigente político responsable tiene que pensar en el precio que hay que pagar, sobre todo si existe alguna posibilidad de negociar una paz digna. Tendría que preguntarse si la total dependencia – no solo militar sino financiera y hasta política– de otros países no le hace perder a Ucrania más libertad que la pérdida de alguna de sus provincias. Porque es evidente que esos países que le apoyan, más allá de declaraciones retóricas, miran en primer lugar sus propios intereses y mantendrán ese apoyo solamente mientras sea útil para ellos. Y también si el enorme sacrificio que está pidiendo a su pueblo tendrá suficiente recompensa cuando las armas callen.

Tampoco es aceptable que intente involucrar a otros países más de lo que ya lo están, o provocar una escalada que podría conducir a escenarios dramáticos. Manipula cuando dice que Putin atacaría a otros países europeos si no es derrotado ahora, porque Rusia –que no puede siquiera con Ucrania– no está en condiciones ir a una guerra total con la OTAN. Zelenski pone en riesgo a sus aliados cuando ataca territorio ruso, por ejemplo Moscú, a pesar de que las armas han sido entregadas solo para defender o recuperar el territorio ucraniano. Pretender que la guerra se agrave o se extienda es un grave error, porque eso no mejoraría la situación de su país, solo empeoraría la de los demás. 

Algunos episodios oscuros

En septiembre de 2022, Rusia fue acusada de la destrucción de los gasoductos Nord Stream I y II por casi todos los medios y políticos occidentales, incluso por gobiernos como los de Dinamarca y Suecia. El Alto Representante de la UE, Josep Borrell, declaró que habría “una respuesta contundente”. Zelenski negó reiteradamente que Ucrania estuviera detrás del atentado. Y lo siguió negando en marzo de este año cuando salieron a la luz las primeras evidencias de que el ataque fue llevado a cabo por un grupo de seis personas, utilizando un yate alquilado por una empresa registrada en Polonia y propiedad de dos ciudadanos ucranianos, informaciones de las que el dirigente ucraniano solo dijo que “siguen el juego a Rusia”. Más tarde se supo que tres meses antes del atentado el espionaje holandés informo a la CIA estadounidense de que se estaba preparando el sabotaje bajo la dirección del general ucraniano Valery Saluschnij, y la CIA pidió a Kiev que no lo hiciera. Después de eso los que acusaban a Rusia han callado. Y también Zelenski.

La voladura de la presa de Nova Kajovka, en junio, presenta muchas similitudes con el caso Nord Stream: acusaciones iniciales a Rusia, con mucho ruido, no solo por parte de Ucrania sino por muchos portavoces y medios de comunicación occidentales, y luego oscuridad y olvido. Ni EEUU, ni Reino Unido, ni Francia, han acusado directamente a Moscú, lo que sin duda habrían hecho de considerarlo culpable. Unos días después de la catástrofe, el portavoz del Consejo de Seguridad Nacional de EEUU, el almirante retirado John Kirby, dijo en rueda de prensa que estaban trabajando con el Gobierno de Ucrania para obtener más información, y que no habían llegado a ninguna conclusión. Después de eso...silencio. Es de suponer que si hubieran encontrado alguna prueba o evidencia contra Rusia la habríamos visto reproducida profusamente. Todas las posibilidades siguen abiertas en este caso, incluida una rotura accidental debida a los daños estructurales producidos por los combates, pero la tierra arrojada sobre el asunto por los servicios de inteligencia y los gobiernos occidentales eleva las sospechas de la autoría de Ucrania a más que probable.

Estas acciones no pueden ser en ningún caso obra de saboteadores civiles o grupos descontrolados, requieren planificación, preparación, medios, apoyos, dinero. No se pueden hacer sin recurrir a especialistas y profesionales avezados. Ni sin el patrocinio, o al menos la connivencia de los servicios de inteligencia. ¿Estaba Zelenski al corriente de ataques a infraestructuras, que son bienes de carácter civil cuya destrucción está expresamente prohibida por el Protocolo Adicional I a los Convenios de Ginebra? ¿Lo ordenó o lo autorizó él? Si es así, podría ser acusado de crímenes de guerra. Si no, sería una demostración más de que no controla sus servicios de inteligencia, ni sus unidades de operaciones especiales, y –por ende– los recursos más opacos del estado que preside.

Un demócrata 'sui generis'

La propaganda occidental presenta a Zelenski como un defensor de la libertad y la democracia frente a la autarquía que representa el presidente ruso Vladimir Putin, Pero esa imagen tiene muchas sombras cuando se analiza en detalle su acción política. Desde el inicio de la invasión rusa Zelenski ha prohibido salir del país a todos los varones entre los 18 y los 60 años de edad. No existe la objeción de conciencia, todos los hombres son susceptibles de ser reclutados y enviados al frente, quieran combatir o no. Las mujeres están excluidas de esta obligación. En marzo de 2022 suspendió la actividad de 11 partidos políticos, apelando a la ley marcial, sin ninguna acción judicial y sin aportar prueba alguna de que tuvieran vínculos con Moscú. Se puede argüir que estas medidas han sido consecuencia de la guerra, pero no son medidas habituales, por ejemplo, en Rusia no se han cerrado las fronteras a los varones, aunque ciertamente en ambos países está igualmente reprimida cualquier disidencia o crítica contra la guerra. En diciembre de 2022, el presidente ucraniano firmó una ley de medios que fue ampliamente criticada por la Unión de Periodistas de Ucrania porque en su opinión amenaza la libertad de expresión. Según esta ley, que empezó a gestarse en 2019, mucho antes de la invasión, el Consejo Nacional de Radiodifusión, formado en su mayoría por personas designadas por Zelenski y por el Parlamento ucraniano, dominado actualmente por el partido del presidente, puede censurar la televisión, la prensa escrita y el periodismo en línea, así como las redes sociales y los motores de búsqueda como Google

Es evidente que Zelenski no es un nazi, eso es solo propaganda rusa de guerra, pero no porque tenga orígenes judíos, como sostienen algunos medios occidentales, ambas cosas no son incompatibles. Es más bien un oportunista que ha sabido asumir el papel en el que le han situado las circunstancias cuando ha accedido a la presidencia de su país. No obstante, ha tolerado y tolera nazis en su país y en sus fuerzas armadas y de seguridad, aunque es difícil decir si por convicción o porque no puede hacer otra cosa. Por ejemplo, el emblema del Batallón Azov (hoy Brigada) representa la imagen especular de la runa wolfsangel tomada del emblema de la 2ª División SS Das Reich, una unidad nazi que causó decenas de miles de muertos en Ucrania durante la II Guerra Mundial, especialmente judíos. Hay más unidades en Ucrania de similar ideología: los batallones Aidar, Donbass y otros. Todos ellos empezaron como unidades paramilitares de voluntarios y posteriormente fueron integrados en la Guardia Nacional dependiente del Ministerio del Interior. Participaron en la revuelta del Maidan, a finales de 2013, en los disturbios en Odessa, en mayo de 2014, en los que se incendió la Casa de los Sindicatos causando la muerte de 48 prorrusos, y en la guerra del Donbass, a partir de 2014, donde fueron acusados de crímenes de guerra por la Misión de la ONU para la Monitorización de los Derechos Humanos y por Amnistía Internacional. También existen organizaciones políticas de extrema derecha como Svoboda (partido social-nacional hasta 2004) y Právy Sektor, que crearon sus propias unidades paramilitares y han seguido teniendo influencia a pesar de la disminución de su apoyo electoral. En abril de 2022, Zelenski defendió a la unidad Azov en una entrevista en la cadena estadounidense Fox, y ha permitido los homenajes al “héroe nacional” Stepan Bandera, un nacionalista aliado temporal de los nazis y responsable de la muerte de miles de judíos y de polacos durante la II Guerra Mundial.

El futuro

A pesar de su encumbrada imagen, que tanto ha cultivado, Zelenski no ha sido el dirigente que su país necesitaba en una situación tan crítica como la que está atravesando. Podría haber intentado buscar una convivencia pacífica con Rusia a cambio de una solución para el Donbass y la neutralidad de Ucrania, pero no tuvo la determinación o la fuerza suficiente, o prefirió escuchar ciertos cantos de sirena y seguir un camino que conducía inexorablemente a la confrontación. No obstante, hay que repetir que nada de esto justifica la ilegal, ilegítima, y criminal invasión de Ucrania por el ejército ruso, ni aminora la responsabilidad de los dirigentes rusos –encabezados por Putin– en el inicio de la guerra y, por tanto, en todas sus consecuencias. La cuestión es compleja, pero si Rusia no hubiera invadido, no habría habido guerra, salvo la muy localizada del Donbass. Después, Zelenski resistió mucho más de lo que se esperaba, o al menos de lo que esperaban los rusos.

Ahora bien, de eso a presentar a Zelenski como un héroe, adalid de la democracia en su lucha contra la tiranía y rompeolas de la libertad, cuyo arrojo está salvando a occidente de las hordas rusas, va un abismo. En las películas del oeste que veíamos de niños, había siempre un bueno y un malo (luego llegaría el feo, que en este caso sería Xi Jinping), pero la vida real nunca es tan simple. Ni Putin es Jesse James, ni Zelenski es Gary Cooper. El presidente ucraniano ha sido elevado a los altares por una tenaz propaganda de los servicios de inteligencia occidentales - principalmente los anglosajones -, que ha sido replicada ampliamente por la inmensa mayoría de medios de comunicación, solo porque conviene a los poderosos intereses económicos y políticos a los que estorba Rusia, y solo mientras sea útil. Están en ello desde mucho antes de que comenzara la invasión, al menos desde que apoyaron indisimuladamente el golpe de estado antirruso del Maidán, cuando la estadounidense Victoria Nuland – entonces subsecretaria de estado para asuntos europeos y euroasiáticos y hoy subsecretaria de asuntos políticos con la administración Biden– dijo, en una conversación con el embajador de EEUU en Ucrania: “Que se joda la Unión Europea”. Zelenski no existía entonces todavía políticamente. Pero cuando apareció les vino de perlas, nadie mejor que un actor para representar el icono –camiseta militar, barba descuidada, ojeras– que puede transformar ante la opinión pública los intereses geopolíticos de los más poderosos del planeta en una lucha desigual de David frente a Goliat, para despertar la empatía y, con ella, el apoyo acrítico de los ciudadanos occidentales a una campaña que va mucho más allá de esta guerra.

Es muy posible que Zelenski se haya creído su papel y –como un moderno general de la Rovere– esté dispuesto a cualquier sacrificio personal por defender los ideales que adoptó hace cinco años cuando representaba en televisión al “servidor del pueblo”, o cuando fue elegido presidente, lo que es muy admirable y digno de elogio. Pero el personaje que ha construido – con sus compañeros de teatro y con ayuda internacional– solo prevalecerá si Ucrania gana la guerra, una victoria que él mismo ha puesto muy cara al supeditarla a la recuperación de todo el territorio ahora en manos de Rusia, incluidas Crimea y Sebastopol. Y eso es bastante difícil que suceda en esos términos. Además, se ha vinculado tan directamente a los apoyos occidentales, que, si esos apoyos decaen, él caerá como una fruta madura.

Ojalá no tenga que enfrentarse a una derrota, ni a una victoria incompleta o un estancamiento de la situación que permita a Rusia conservar todos o parte de los territorios ocupados. Si esto sucede, algunos –tal vez muchos– le demandarán si ha valido la pena sacrificar tantas vidas, soportar tanto dolor, sufrir tanta destrucción, o no hubiera sido mejor acogerse cuanto antes –marzo 2022– a una paz negociada que siempre puede ser objeto de revisión. Para Zelenski el éxito militar es vital ahora, porque si fracasa puede que la historia diga de él que no fue un servidor del pueblo, como pretendía, sino más bien un servidor de los intereses de los países a los que intenta –tal vez en vano– que el suyo se parezca.

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