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Los aliados tramposos

El tiempo y la memoria son dos aliados tramposos. Desde el 20 de diciembre -fecha de las primeras elecciones tras cuatro años de Rajoy- hasta el 26 de junio, segundas generales- la velocidad de los acontecimientos ha sido tal que nos olvidamos de dónde venimos. De lo que han supuesto para millones de españoles cuatro años de mayoría absoluta del Gobierno del PP.

Un tercio de la población de este país se quedará en el camino como resultado de las políticas de austeridad aplicadas por la derecha: parados de larga duración sin futuro alguno; dos millones y medio de niños en riesgo de pobreza, un millón y medio vive en pobreza severa (la cifra de menores pobres ha crecido un 55% desde el inicio de la crisis según Save de Children); cientos de miles de jóvenes españoles emigrados por falta de oportunidades; familias que ya nunca recuperaran su hogar, pese a que los desahucios han dejado de ser noticia de primera página. La lista merecería ser estampada en uno de aquellos poster que colgaban en las paredes de los adolescentes, con las letras de Bob Dylan. Quizá resultaría demasiado larga para poder imprimirla a un tamaño asequible. 

Los datos no son de ayer, hay millones de personas que los mantienen vivos hoy. Basta con pasar de la página política de cada día y adentrarse en lo que sucede a nuestro alrededor para saber qué significarán cuatro años más de Gobierno de Rajoy.

Los escolares que esta semana comienzan las clases lo hacen bajo la ley de educación más desigual y retrógrada, la más debatida de los últimos años, la LOMCE del ministro Wert. Pese a las luchas de las mareas de la educación, ahí está, a punto de recuperar otra de sus incongruencias, las reválidas que establecerán nuevas clases de estudiantes.

Ayer conocimos que en junio pasado, las víctimas protegidas por violencia de género eran 17.231, 5.000 menos que en 2011, cuando llegó la mayoría absoluta. Esa protección ha caído el 24%, aunque el número de denuncias no ha bajado. Las mujeres que pierden la protección son las que corren riesgo extremo, según dijo Mariola Lourido en la SER.

El paro subió en agosto -algo habitual por el final de la temporada turística- pero lo peor es que la afiliación a la Seguridad Social cayó en 145.000 personas, lo que supone la mayor caída desde 2008. La recuperación económica del PP deja en el camino a los de siempre.   

Para más información sobre la tragedia de lo que han supuesto los cuatro años de la mayoría absoluta de la derecha, basta con recuperar el grueso de los discursos de la semana pasada de Pedro Sánchez, Pablo Iglesias e incluso Albert Rivera, a los que se exige dejar gobernar a Rajoy. Pactar a cambio, como mucho, de un acuerdo como el que firmó con Ciudadanos, una broma para el presidente del Gobierno en funciones, que ni siquiera envió a la negociación a los primeros espadas y que ha dispensado a Rivera un trato tan despectivo durante las sesiones para la investidura que ha puesto en evidencia lo que el inquilino de La Moncloa piensa de sus contrincantes, incluido el más afín. Rivera nunca dejará de ser el becario. Como mucho, el único útil.  

Sobre la corrupción y la regeneración política prometidas, el final de la fallida sesión de investidura fue una burla sangrante. “Nadie que haya operado en paraísos fiscales puede estar en el Gobierno”. La frase, de Cristóbal Montoro en la rueda de prensa del Consejo de Ministros de la pasada primavera, sentenció la salida de José Manuel Soria del Gobierno por mentir sobre su nombre en los paraísos fiscales.

Está claro que para Rajoy y Luis de Guindos -amigo y compañero de promoción de Soria desde los años 80, cuando aprobaron las oposiciones a técnico comercial del Estado- lo que es malo para la reputación de su Ejecutivo en España no tiene por qué serlo para una institución internacional como el Banco Mundial.

Con la norma en la mano, Soria no está imputado, solo salpicado por embustero y con el nombre mencionado en varios casos de corrupción. Después de todo ¿a quién le importa en el Gobierno de Rajoy el prestigio del Banco Mundial? Bastante tienen con bandear una campaña electoral para unas terceras elecciones entre juicios del caso Gürtel y tarjetas black, aunque ya sabemos que este capítulo, la corrupción, está amortizado entre los votantes de la derecha. 

Puede que Pedro Sánchez no se atreva a lanzar el “váyase, señor Rajoy” que le quema en los labios por si el inquilino de La Moncloa le responde algún día lo de “sí, me voy pero usted se larga conmigo” -¿y entonces qué?- posibilidad remota, más bien imposible; cierto que Rivera necesita reubicarse y que su afán por ser el centro le puede hacer tanto daño como a Suárez, aunque en este caso sin tocar bola de poder y quedándose en mera promesa de líder; la tristeza por la volatilización de las ilusiones en torno a Podemos puede convertirse en desencanto absoluto si alguien no se atreve a poner a Pablo Iglesias frente al espejo, antes, durante y después de sus intervenciones. 

Incluso aceptando que los tres citados solo piensen en salvar su carrera, nada comparable a la herencia que nos deja Rajoy y cuyas consecuencias aún padeceremos durante décadas. Hará falta un ejercicio notable de memoria, de pisar la calle, de mirar a nuestro alrededor para escapar de la poderosa propaganda de quienes defienden que otros cuatro años de rajoynización son la única salida. El esfuerzo tendrá que ser intenso, porque los propagandistas tienen todo el poder a su favor, el económico, el mediático y el político, tres aliados tan tramposos como el tiempo y la memoria.