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¿Quién es el cateto?

Miquel Montoro durante su entrevista en 'La Resistencia'

Lourdes Lancho

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Estos días que los agricultores y ganaderos de todo el país protestan por la situación que, desde hace tiempo, se vive en el campo español, pienso en el chaval mallorquín que se ha convertido en un fenómeno viral con sus vídeos caseros.

Evidentemente a mí también me enviaron el famoso vídeo, convertido en meme, de las “Pilotes, què en són de bones”... Primero me hizo reír, pero luego me quedé pillada con la alegría tan auténtica del niño. Ve una sartén con albóndigas y lo celebra, como celebrábamos las croquetas, el pollo empanado o lo que fuera que nos cocinase nuestra madre cuando éramos niños. Miquel Montoro se llama la criatura, busqué más vídeos en el canal de Youtube que tiene. Todos destilan honestidad, frescura, pero sobre todo ganas de vivir. Da gusto ver a este joven payés que igual te habla de lo bueno que es comerse “lo blanco” de las naranjas, que te enseña a hacer queso de cabra o a preparar los tomates de colgar.

No lo conozco, ni sé nada más de él, pero me transmite un orgullo de ser de donde es, mallorquín. De hablar su lengua, de su entorno de campo, de su casa y de su gente, a la que agradece los regalos de Reyes mientras los enseña a cámara. Me fascina la grandeza de su sencillez y la osadía de saber que quizás se rían de él, pero en realidad es él quien debería sentir pena por todos nosotros.

Me crié en un entorno de bloques llenos de gente que huía de ese campo tan esclavo y tan falto de oportunidades. La sabiduría que traían los mayores, junto a los fardos y las maletas de cartón, no servía de mucho en las fábricas y los descampados, eran conocimientos que no se llevaban. Mi generación se criaba suspirando por los pastelitos industriales, el queso en lonchas con plástico y la leche en tetrabrik. Eso para nosotros era el cosmopolitismo, el futuro, lo más de lo más. No entendíamos cómo nuestros padres abrían con impaciencia el paquete del pueblo por Navidad con “mantecaos”, roscos de vino o de anís. O las morcillas y longanizas. Igual que nunca nos paramos a pensar el porqué de la tristeza de los abuelos sentados al sol mirando suelo y añorando su vida perdida. No sabíamos que con ellos se estaban perdiendo también nuestras raíces, nuestra conexión con lo que somos. Porque ese plástico que era el futuro, ahora es nuestra condena. Porque el futuro es un sistema horrible que se dedica a robarnos los placeres sencillos, ponerlos en un plato cuadrado y darle “un relato” que lo convierte en algo de lujo a precio de oro. O al revés, vendernos barato un presunto lujo, que en realidad nos está condenando a todos a ser más pobres y peores personas. Porque, qué sentido tiene que la gente se pida comida basura a domicilio llevada por una persona explotada... ¿no es una locura?

En mi infancia estaban de moda los chistes o las bromas que ridiculizaban a la gente de los pueblos. Los catetos. Fue casi un género del cine español de los 60 y los 70. Eran los brutos. No sabían nada de la vida moderna. Y, viendo cómo estamos y lo lejos que nos queda a la mayoría esa actitud del niño mallorquín feliz con su entorno, pienso ¿quién es cateto ahora? ¿De quién es el futuro? Si hay futuro, espero que sea más parecido a lo que nos cuenta Miquel que lo que soñábamos cuando nos reíamos de los catetos.

Ojalá que no llegue un listo que pille las albóndigas que tanto le gustan a Miquel, las ponga de moda, y se abran franquicias por todos lados. Ojalá no le fastidien la vida a este chaval. Ojalá volvamos todos al sentido común que abandonamos por un progreso que ahora nos mata. Ojalá hubiera escuchado las historietas que me contaban mis mayores de lo que dejaron atrás en el pueblo. Ojalá no hubiera despreciado eso.

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