Europa: recuperar la confianza

Todo indica que estamos ante un cambio de ciclo. Quedan pocas dudas después de los acontecimientos de los últimos meses, con un mundo aún más dividido en una tensión entre cuatro polos económicos: Rusia, China, EEUU y Europa. El centro de gravedad demográfico se ha desplazado drásticamente hacia el Este, con China e India acaparando un tercio de la población mundial. El poder económico sigue esa trayectoria, aunque más lentamente (estos dos países suponen el 30% del PIB nominal) y está dando lugar a múltiples tensiones: las materias primas escasean y alientan nuevas formas de colonialismo; las balanzas comerciales se desequilibran y alimentan aranceles proteccionistas; las cadenas logísticas se tensionan y los productos no llegan a tiempo; el mercado laboral está desestructurado y aumenta la desigualdad. Nuestra autonomía estratégica, energética y alimentaria ofrece flancos vulnerables. El planeta sufre una presión máxima, cerca de superar los principales límites biofísicos (límites planetarios, según Rockström). El mundo es volátil, incierto, complejo y ambiguo (VUCA según el acrónimo en inglés). La lógica belicista empieza a marcar el rumbo.
Hay un relato apocalíptico que anuncia angustiosas incertidumbres y flagrantes inseguridades. Se habla de gasto militar y de cesión de soberanía estatal a cambio de unidad europea. Menos Estado y más Europa defensiva. Sociedad del riesgo. Se perfila un modelo reactivo.
Hay otro modelo social, verde y feminista, la Europa de los cuidados, que parece haberse congelado en tan solo unos pocos meses. Veníamos de la austeridad, el pacto de estabilidad, el techo del déficit, y la pandemia forzó un giro de 180 grados. Con la invasión de Ucrania, la crisis energética, el triunfo de la extrema derecha y el desbarajuste institucional, hemos vuelto a girar. Ahora triunfan las cláusulas de escape para invertir en la industria de la guerra. Se cierran minas de carbón para abrir minas de litio. Otra situación inédita que exige una respuesta conjunta, mutualizada y solidaria, aunque esta vez no será para cuidarnos sino para defendernos (o matarnos). Una guerra no es un virus y exige cambiar médicos por soldados.
2%, 3%, 5%... especulaciones. España cumplirá con el mínimo comprometido sin tocar “un céntimo del gasto social”. Se garantizarán servicios públicos, vivienda, salario decente y aire limpio. Podría ser la cuadratura del círculo. Entretanto, no habrá presupuestos. El Gobierno avanza con paso firme, redefine su política exterior con raquíticas mayorías, tensiones internas y ausencias parlamentarias. Seguramente, pasará factura. El relato requiere no pronunciar la palabra “rearme” ni carrera armamentística, se trata solo de seguridad, no de defensa. Pero la Preparación 2030 (Readiness 2030) que arbitra Bruselas incluye un plan de contingencia y un kit de supervivencia para poder afrontar una emergencia imprevista o el estallido de una guerra. Si Rusia gana, arrasará. Habrá un “día nacional de preparación” en toda la Unión Europea. Se apela a un ejército europeo que necesitará nuevos efectivos. No es que la OTAN sea inútil e inoperante, es que nos dará la espalda. Los ejércitos europeos necesitarán también sistemas de defensa antiaérea, de artillería, munición, misiles y drones.
Frente a la falta de horizonte y el nihilismo, Piketty dice que recuperemos la confianza en nosotros mismos. Que Europa cuenta con fundamentos económicos y financieros más que sólidos. Tiene superávit y no déficit, a diferencia de EEUU, así que se trata de diseñar un buen plan de inversión como diagnosticó el Informe Draghi. La cuestión es que debe invertir a la manera europea. Es decir, priorizando los derechos humanos, el bienestar social y el desarrollo sostenible, y centrándose en las infraestructuras compartidas: transporte, clima, formación y productividad. Defender lo público, la política de lo común frente a la vulnerabilidad.
Aumentar el gasto militar puede ser disuasorio, pero no es necesariamente eficaz. En conjunto, los presupuestos europeos ya superan con creces a los rusos. Se trata de gastar conjuntamente en los sistemas que nos permitan tomar decisiones colectivas, articular redes y cultivar vínculos. Hay factores endógenos, historia, aprendizajes, identidad y memoria.
El cambio de ciclo podría abrir las puertas a una integración más cohesionada, con más democracia y menos pobres, a la Europa unida de los pueblos, abierta y porosa, a la reafirmación del referente cultural y simbólico que siempre fuimos. Solo depende de que seamos nosotros, los europeos, quienes tomemos las riendas. El destino no está escrito.
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