¿Dónde están los hombres?
Hombres y mujeres trabajan durante la mayor parte del día. Luego, a veces después de una cerveza rápida con los compañeros, se van a casa y ahí empieza para la mayoría de la población la segunda jornada: todo lo que tiene que ver con los hijos, o los padres ancianos, la intendencia doméstica y las mil cosas que uno no se espera y que hay que resolver de inmediato. No queda demasiado tiempo libre para uno mismo y el poco que queda se suele dedicar a hacer deporte, ver películas, jugar a videojuegos, ver fútbol u otro deporte y, en menor medida, leer.
Hasta ahí hombres y mujeres van a la par, aunque ellos suelen tener, de media, casi dos horas más de tiempo libre al día que pueden dedicar a cosas personales, no a servir a la familia o la comunidad a la que pertenecen.
A pesar de que las mujeres disponen de menos tiempo, se da un fenómeno que, a mí al menos, me llama la atención.
¿Han pertenecido ustedes alguna vez a un club de lectura o han ido en alguna ocasión? Son mujeres en una proporción de 9 a 1 (y a veces ese uno no existe tampoco). ¿Conferencias en museos sobre temas de arte, normalmente organizadas por la asociación de Amigos del Museo? Mujeres, en proporción de 7 u 8 a 3 o 2. ¿Clases de yoga? Prácticamente solo mujeres. ¿Danza? ¿Alfarería? ¿Acuarela? En Austria, a pesar de que es un país tremendamente musical, los coros siempre tienen dificultades para encontrar suficientes voces masculinas. Los grupos de teatro amateur son casi todos mayoritariamente femeninos.
Es llamativa la ausencia de hombres en cualquier actividad que pueda considerarse cultural, que sirva para formarse más allá de lo que resulta útil para la profesión que cada uno desempeña. Porque, eso sí, mientras los hombres están todavía activos profesionalmente, sí que acuden a clases de idiomas extranjeros o de informática o de cualquier cosa que pueda servirles para mejorar y progresar en su carrera con el consiguiente aumento de sueldo y de jerarquía. Sin embargo, después, cuando se jubilan, al contrario de las mujeres que, de pronto, al tener más tiempo, se apuntan a todo lo que no pudieron hacer cuando trabajaban, los hombres desaparecen.
Yo me pregunto, ¿dónde están los hombres de más de sesenta y cinco años? No puede haber tanto fútbol como para que esa sea la respuesta. ¿Qué hacen de sus vidas? ¿En qué ocupan su tiempo? ¿Ya no tienen interés en aprender nada nuevo, progresar, hacer cosas que nunca habían probado, conocer gente nueva en un ambiente nuevo?
Los hombres jóvenes, que tampoco acuden a este tipo de actividades culturales, van al gimnasio en su tiempo libre porque esta estúpida sociedad narciso-exhibicionista que tenemos montada requiere que los hombres tengan músculos (que luego no van a usar para nada, salvo para hacerse fotos y mirarse al espejo) y eso no se hace de un día para otro, cuesta mucho tiempo y esfuerzo. Salen de copas, a ligar, a conciertos, a veces al cine, juegan con la consola... pero, una vez fuera de las instituciones educativas, parecen considerar que ya han aprendido bastante y todo lo que huela a cultura les suena aburrido.
Los hombres de mediana edad, que aún están metidos de lleno en su actividad profesional, dicen que no tienen tiempo para esas cosas, que cuando se acaba la jornada laboral solo quieren relajarse, no hacer nada que les requiera un esfuerzo intelectual. Algunos hacen deporte -por la salud, y por la figura, si son más coquetos- y luego televisión y cama.
Los hombres que ya están jubilados son el gran misterio. Muchos ayudan a cuidar a sus nietos (pero los nietos ya están con sus padres a partir de las siete o las ocho de la tarde que es cuando empiezan las actividades culturales), algunos salen a caminar (por las mañanas, que es cuando hace sol, o después de comer), otros van a pescar (de vez en cuando), pero ¿qué hacen a la hora en que las mujeres se reúnen para comentar una novela, o van a la presentación de un libro, o a una conferencia sobre Bernini, o a un curso de manualidades, o de retratos a lápiz, o de cocina? ¿Es que no quieren aprender más? ¿Es que solo se han definido, a lo largo de su vida, a través de su profesión, de su trabajo, y, ahora que ya no ejercen, entran en una depresión que los aleja de todo lo que podría hacerlos felices en una actividad diferente? ¿No se dan cuenta de que el aprendizaje de nuevas competencias estimula el cerebro y nos hace llegar a una edad avanzada con una mente más joven y más flexible? ¿Es que les da pereza salir a la calle cuando ya está oscuro?
Cada vez se oyen más quejas de que las mujeres lo están invadiendo todo, que están en todas partes, que ocupan puestos cada vez más relevantes y mejor pagados, que los hombres salen perdiendo... Son ese tipo de quejas procedentes de una mala información, porque los que protestan no se dan cuenta de que sigue existiendo la brecha de género en los salarios, el techo de cristal, la falta de equidad en el reparto de responsabilidades y competencias. Sin embargo, sí que es cierto que cada vez hay más mujeres preparadas y que siguen aprendiendo, formándose en una enorme variedad de disciplinas, que disfrutan de aprender, que no piensan que ya lo saben todo y que las actividades culturales son chorradas para gente desocupada.
Que conste que no estoy hablando de todos los hombres ni de todas las mujeres. Sé muy bien que hay mujeres que tienen bastante con los programas del corazón y las revistas de cotilleo, y hombres que van a ciclos de conferencias y que se inscriben en una universidad para hacer la carrera que siempre desearon y no pudieron estudiar por las circunstancias vitales. Sé también que hay gente que prefiere aprender y formarse sola en su casa, con lo que ofrece Internet, que es mucho. De lo que hablo es de esa tendencia que observo y que he comentado muchas veces con los amigos y amigas que tengo en el ambiente de la programación cultural de varias ciudades. Todos se quejan de lo mismo: hay poco público y el que hay es mayoritariamente femenino. Hemos comentado por qué podría ser, qué se les podría ofrecer a los hombres -de todas las edades- para que una programación cultural les resulte atractiva e interesante, y lo único que parece funcionar (y no siempre) es que la persona que ofrece la charla o imparte el taller sea muy “mediática”, que salga por la tele, que sea famosa. Ese puede ser un gancho para llenar una sala. El tema en sí mismo parece importar mucho menos si la persona que va a hablar de él no es generalmente conocida, ya que da igual que se trate de un especialista absoluto en el tema y maravillosamente bien considerado dentro de su especialidad. Si no suena su nombre, no hay nada que hacer. Irán las señoras de siempre, las que van a todas las conferencias a lo largo del curso y, eventualmente, “obligarán” a sus maridos a acompañarlas. Hombres solos, que hayan acudido por propia voluntad, no habrá más que unos cuantos.
¿Cómo hemos llegado a una situación en la que aprender ya no apetece, en la que ya no existen “círculos culturales” donde semana tras semana se trataban todo tipo de temas para que el público abriera su mente a campos que ni siquiera le sonaban, ni “cine forum” donde podía uno contrastar sus opiniones sobre la película que se acababa de ver con las de otros espectadores y marcharse a casa lleno de ideas que no se le habrían ocurrido nunca? Antes, los hombres y las mujeres trabajaban por lo menos tanto como ahora (algunos tenían incluso dos y tres trabajos para poder sacar adelante a la familia; ellas no tenían electrodomésticos que les aliviaran el peso de las faenas domésticas) y, sin embargo, iban a lo poco que había porque tenían hambre de aprender, de mejorar.
Ahora tenemos tanto que, al parecer, sufrimos un empacho de cultura y solo queremos que nos dejen en paz. O será que aquí ha terminado por llegar la ola del “have fun” estadounidense, dado que los espectáculos siguen teniendo mucho público. O que un cierto tipo de hombre no se acostumbra a que las mujeres sean mayoría en casi todas partes y prefieren quedarse en casa.
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