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Opinión - España: una democracia atascada. Por Rosa María Artal

Por una izquierda democrática y con principios

Primera Asamblea Estatal de Ahora en Común. / Foto: Agustín Millán

Víctor Alonso Rocafort

Candidato a las primarias de Ahora en Común en la lista Ahora con Alberto Garzón —

A poco más de sesenta días para las elecciones, estamos en el peor de los escenarios imaginados a comienzos de año. No habrá confluencia a escala estatal. Podemos no es ni la sombra de lo que pudo llegar a ser y los porcentajes de IU en los sondeos, aunque crecientes, son todavía bajos. Asimismo diversos actores que debían protagonizar la deseada confluencia, como Equo, han abandonado en los últimos días Ahora en Común.

Hay enfado, frustración y cierta rabia; se expande una honda sensación de derrota entre quienes en esta legislatura creímos que la ruptura con el régimen del 78 era posible. Las críticas vuelan de lado a lado y el cainismo amenaza con arrasarlo todo.

En estas circunstancias he decidido presentarme a las primarias de Ahora en Común. Será en una lista de apoyo a la candidatura de Alberto Garzón que aúna apertura y compromiso. Del 22 al 26 de octubre, de manera abierta a toda la ciudadanía, se elegirán los candidatos. Se podrá votar de forma independiente a cada uno, cuyo orden se ponderará por el método Dowdall, el empleado en Ahora Madrid.

¿Qué me lleva a pasar de una posición comprometida en el análisis a una postura partidaria en un contexto como este?

Cuando a inicios de verano firmé el manifiesto fundacional de Ahora en Común no conocía más que a uno de sus todavía escasos firmantes. Pero me gustaba la música de lo que proponían. Se multiplicaron los apoyos y en pocos días se plantaron como un actor relevante, central, de cara a la deseada confluencia. Las dinámicas de este verano sin embargo, cierre total de Podemos incluido, demostraron que el problema que tenemos en la izquierda sobrepasa el inmenso error de dejar al núcleo de la formación morada al mando del cambio en este país. Hay mucho que reflexionar sobre ello, pero el tiempo avanza inexorable y también hay que actuar.

No creo que haya que cargar más las tintas contra Podemos. Las cosas están a estas alturas meridianamente claras. Esa no debe ser la campaña. Respeto a la gente valiosa que aún queda en la formación, seguramente habrá que encontrarse en un futuro en torno a grandes temas, pero no debemos dejar de informar sobre el perfil propio que distingue con claridad este proyecto.

Tampoco creo que debamos sumirnos en la depresión. Es el momento de plantear la reconstrucción de la izquierda de este país. Los ciudadanos podemos volver a juntarnos en el espacio público desde la determinación de creernos de verdad la democracia, la posibilidad de protagonizar una transformación integral que aleje tanta injusticia, desigualdad y pobreza de nuestras calles. Y esta campaña electoral ha de ser un primer paso.

Principios, democracia y renovación de la izquierda. Estas son las tres grandes líneas que veo posible desarrollar desde el proyecto encabezado por Alberto Garzón. Aunque queda mucho por hacer, su trayectoria hasta el momento lo avala. Su ethos democrático, su honradez, son reconocidos tanto en la corta distancia como en su proyección mediática. Encarna un tipo de liderazgo en la línea de Julio Anguita, pero también de Manuela Carmena, Ada Colau o David Fernàndez, añadiendo una intensa experiencia parlamentaria con tan solo 30 años.

He sido crítico con Izquierda Unida, y qué duda cabe de que junto a muchos independientes y partidos minoritarios esta resulta central en Ahora en Común. En su momento pensé que si no eran generosos y se abrían al resto de la izquierda, democratizándose internamente, serían percibidos como “casta”. Era algo que compartían muchos desde dentro. Desde entonces, sea o no forzados por las circunstancias, se han dado cambios. Fijémonos en Madrid.

Es urgente la reconstrucción de los lazos zarandeados estos meses, volver a reunir la experiencia de las viejas luchas con la fuerza de los recién llegados. Es imprescindible la reconexión con los movimientos sociales y con tanta gente desilusionada. Habrá que estar muy atentos, porque ya no son admisibles las grandes palabras solitarias, las promesas de boquilla. Habrá que ser pacientes, esforzados, constantes, para poder construir esa otra forma de hacer política. Estoy convencido de que lo sucedido en estos dos vertiginosos años dan la pauta precisa de lo que no se quiere. Quiero pensar que el tenerlo todo tan reciente lo hará más fácil.

Somos muchos los que tenemos ganas de defender nuestras ideas sin trampa ni cartón, los que rehuimos de la ambigüedad y del cálculo electoral, los que tenemos unas ganas enormes de desarrollar sin complejos discursos de ruptura, feministas, ecologistas, republicanos, defensores de la memoria histórica, de la libertad de movimiento, de democracia económica. Somos multitud los que queremos ganar bien.

Al mismo tiempo no hay intención de erigirse como santos puritanos, como vanguardia iluminada ni como ídolos de barro, sino que animamos a trabajar en ello, a reflexionar y dialogar juntos, a mejorar, a sacar entre todos al país de una crisis ética descomunal. Rotando en los cargos, asumiendo el segundo plano cuando toque para trabajar colectivamente con más fuerza. En equipos amplios y abiertos, receptivos a las críticas, respetuosos con los medios. Donde se respire cierta felicidad pública, no una guerra interna constante.

Para ello cada paso ha de ser pensado con cuidado. Ha de hacerse bien y en común, ofreciendo confianza desde el trabajo cercano. Nos podemos equivocar pero no nos adentraremos por la senda del mal apelando a la necesidad del momento, a la oportunidad o al deseo de éxito inmediato. Esos son los valores que combatimos, los que triunfan en esta interminable fase neoliberal del capitalismo, los valores del consumismo y la depredación medioambiental, los que enfangan la escena internacional de bombardeos y miseria. Es la lógica de la razón de Estado y la marrullería; ahí nunca puede estar la izquierda.

Ética y política han de volver a poder darse la mano en este país para superar el fango de corrupción y vergüenza que casi cuatro décadas de bipartidismo han dejado sobre lo público en España. Y poco a poco devolver la dignidad a las instituciones, a la cultura política que de manera subterránea determina el día a día del país. Han de combinarse para hacer una política con mayúsculas y no la que tanto fascina al personal en las series.

Frente a la resignación y el fatalismo de los elitistas. Frente a quienes aceptan leyes de hierro por las que siempre mandarán los aparatos. Frente a los amantes inconfesos de la división entre políticos profesionales y ciudadanos. Frente a quienes afirman que no dejaremos de necesitar la guía suprema de los expertos, de “los mejores”. Frente a quienes sostienen que la política se reduce a una lucha de poder entre seres superiores dotados de ingenio político, fuerza y astucia, con ejércitos de fieles pertrechados a sus pies. Pues bien, frente a todo ello, la democracia se presenta siempre como antídoto, como escándalo que escribía Rancière.

¿Pero de qué manera hacerlo?

Rompiendo el modelo de partido elitista tradicional. Con revocatorios sencillos de iniciar, primarias reales, sueldos ejemplares, vínculo estrecho con las bases, programas participados de verdad, construcción de un movimiento político que sea a la vez social. Lo nuevo no es enumerarlo sino hacerlo. Con la convicción de que la democracia no puede ser solo un bien de exportación en los discursos, sino que debe guiar cada acción. Sin fachadas ni manipulaciones, sin señuelos ni trampas técnicas.

Ahora en Común puede ser el inicio de todo esto. Es cierto que este verano pudo ser el escenario de unas primarias colosales, organizadas desde abajo, con todas las izquierdas del país compitiendo de manera sana por una lista de ensueño. Hubo quien no lo quiso, de acuerdo. Pero no dejemos por ello aparcado el proyecto de construir algo realmente democrático, transformador. Gracias a un puñado de gente que ha seguido trabajando de forma admirable estas semanas aún es posible arrancar desde aquí. Y paradójicamente, el que no haya confluencia con Podemos —un partido fuertemente jerarquizado— quizá sea lo que al final puede posibilitarlo.

No nos resignemos ni nos abandonemos en el sopor de la derrota, no volvamos a votar con la nariz tapada. No nos quedemos satisfechos en el rincón, solitarios, pensando que ya lo habíamos previsto todo desde el principio. El germen de la democracia que queremos empieza este mes de octubre a partir de los rescoldos de lo que pudo ser, de los aprendizajes de todo lo sucedido estos meses, también de la revelación sobre dónde está finalmente cada cual.

Cuando todo el mundo busca el centro, la renovación de una izquierda democrática y con principios debe protagonizar el voto útil de las elecciones del 20 de diciembre. La utilidad de encumbrar a una socialdemocracia neoliberal sabemos de sobra dónde conduce; la utilidad de reforzar a quienes anteponen el éxito inmediato a los principios y la democracia, también sabemos ya dónde nos lleva.

Por tanto, defendamos que el voto de nuestras convicciones e ideales es precisamente el que nos será de más utilidad, el que transformará nuestra realidad. Necesitamos una base sólida, recobrar el entusiasmo que hace posible los grandes acontecimientos en tiempos de vértigo, la ilusión sin rastro de ilusionismo, la expansión de la amistad política en todos los barrios y pueblos del país, para demostrar que así sí que se puede, que seguimos estando ahí, que tenemos unas ganas enormes de hacer las cosas bien, yendo de frente, construyendo el movimiento político y social, plenamente democrático, que la izquierda de este país merece. Con la convicción además de que, antes o después, vamos a ganar.

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