El mausoleo de los ídolos caídos

En el vasto territorio de las ideas preconcebidas se alza imponente el mausoleo de los ídolos caídos. Es un panteón de piedra en el que se guardan los restos de las veneraciones relegadas o postergadas. Allí se amontonan muchas idolatrías cubiertas ya de polvo, y desde hace unos días -concretamente desde que se descubrió su ristra de tuits racistas o antidiversidad- también está la actriz Karla Sofía Gascón.
Lo que ha ocurrido con la protagonista de ‘Emilia Pérez’ es que muchos dieron por hecho que las opiniones de una mujer trans proveniente de una familia de clase trabajadora de Alcobendas reflejarían en gran medida el progresismo, la tolerancia y los derechos sociales, y resulta que no porque la actriz es una mujer trans, no es un modelo político o ideológico.
Karla Sofía Gascón fue ensalzada e incluso fetichizada de forma desproporcionada por gente que ni siquiera había visto la película por la que la estaban ensalzando (porque, en realidad, la película era lo de menos), y ahora está siendo repudiada siguiendo esa misma proporción. Hubo exceso en la adoración a Karla Sofía sin conocerla. Hubo exceso al convertirla en una especie de heroína de una causa que merece mejores embajadoras. Y hay exceso en la cancelación porque la idolatría era, en realidad, tan volátil como lo han sido sus disculpas. Porque Gascón no parece haberse disculpado por su forma de pensar, se ha disculpado -victimizándose ya que ha insinuado repetidamente que la aparición de los tuits forma parte de una campaña de desprestigio- por lo que han descubierto de su forma de pensar.
‘Emilia Pérez’ está mostrando el inconmensurable catálogo de las hipocresías modernas: La hipocresía de los que van de abanderados de ciertas causas sin serlo, la hipocresía de los que potencian a esos abanderados sin siquiera conocerlos, la hipocresía de los que solo hablan de cultura de la cancelación cuando les resulta conveniente, y también la hipocresía de los consumidores.
Porque, seamos sinceros, en lo de la separación obra-autor todos, absolutamente todos, somos hipócritas en algún punto. Yo la primera, con Woody Allen, por ejemplo. Mis estándares éticos y morales están completamente alejados de él, pero me gusta su cine. Así que, en caso de ver alguna de sus películas me acojo convenientemente a la Ley Universal de Separación Obra-Autor para sentirme mejor. Pero, cuando se trata de un autor que me apasiona y con el que comparto además estándares éticos y morales, me inclino a pensar que su biografía es complemento y consecuencia directa de su obra; que sus propias experiencias vitales o ideológicas son las que dan sentido a su obra volviéndola todavía más interesante y compleja.
Hay muchísimos factores adicionales que ahondan en la hipocresía que tenemos como consumidores: ¿Es más ético si consumimos la obra de un creador con ideas deleznables de forma gratuita, que si pagamos por ella? ¿Es más ético si consumimos la obra de un creador con ideas deleznables ya fallecido que de uno vivo? ¿Existe un corte histórico a partir del cual podemos empezar a objetar las ideas políticas, el comportamiento o la ética de los creadores? ¿La ignorancia –no preocuparnos por conocer nada de las ideas o creencias de determinados productores o directores, por ejemplo- nos exime del delito?
No tengo la respuesta correcta para ninguna de las anteriores preguntas. Lo que sí me parece claro es que ‘Emilia Pérez’ va a pasar a la historia. Pero no por sus trece nominaciones a los Oscar por delante de películas como ‘The Brutalist’, sino por haber conseguido enfadar a todo el mundo, empezando por los amantes del buen cine.
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