Tendrás un búnker antes que una vivienda

No he venido aquí a hablar de mi libro, pero te cuento que hace tres años publiqué una novela sobre un espabilao que, en un futuro muy próximo, monta un negocio de búnkeres low-cost aprovechando la incertidumbre global y las ansiedades colectivas. Por muy poco dinero te instala un refugio en un sótano, trastero o garaje. Barato, barato. Como el libro lo escribí antes de que Rusia invadiese Ucrania, me han llamado muchas veces “visionario”, pero yo siempre lo niego: si fuese un visionario no habría escrito una novelita; habría montado un negocio de búnkeres baratos. Así me va.
Lo cuento porque me lo recuerdan lectores amigos, estos días en que las teles y digitales se llenan de reportajes sobre búnkeres: los que ya tienen los países nórdicos, los de la guerra fría que ahora se recuperan por toda Europa, el búnker de la Moncloa, los de lujo que megamillonarios se están construyendo en la Patagonia o en una isla perdida, y por supuesto los búnkeres de clase media que ofrecen ya algunas empresas en España. Más que reportajes parecen publirreportajes: despliegue de fotos y vídeos de los interiores amueblados, equipamiento, detalles técnicos, calidades y precio. Solo falta poner el teléfono en pantalla, o patrocinios y anuncios, todo llegará.
La industria del miedo ha oído los tambores y trompetas belicistas mucho antes que nosotros, y se ha puesto las pilas. Los emprendedores (los de verdad, no como el pringao de mi novela) vuelven a decir esa tontada de que crisis en chino significa oportunidad. Seguramente habrá también comisionistas calentando en la banda, de esos jetas que siempre están allí donde huela a dinero calentito y fácil, lo mismo mascarillas en pandemia que ahora armas, kits de supervivencia y refugios nucleares. Se viene mucho, mucho dinero en defensa y seguridad, dinero público (esos 800.000 millones que anuncia Europa) y también dinero privado, de particulares que alarmados por el raca-raca bélico de estos días compraremos lo que nos pongan por delante, lo mismo una batería solar que un hornillo de camping. O un búnker.
Se cita mucho estos días la clásica expresión “cañones o mantequilla” que usan los economistas para ilustrar el concepto de coste de oportunidad, y los gobernantes para plantear la dramática disyuntiva en tiempos de guerra: o compramos mantequilla para comer, o cañones para que no nos coman. Aunque el gobierno español dice que el gasto social no se toca, al final un aumento en defensa pasa por disponer de menos dinero para otras necesidades y urgencias. El gobierno británico ya ha anunciado menos prestaciones sociales para rearmarse.
En el caso español, podemos reformular el “cañones o mantequilla”: búnkeres o viviendas. Tenemos encima una crisis de vivienda a la que ninguna administración mete mano, que requiere una política pública potente, y también presupuesto, y todos los esfuerzos deberían estar puestos en solucionarla. Pero ha cambiado el viento, y a lo peor acabamos construyendo búnkeres antes que pisos, y los jóvenes y no tan jóvenes acaban teniendo más fácil acceder a un refugio que a una vivienda digna. Aunque sea un zulito bajo tierra, o una habitación en búnker compartido.
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