Una tregua frágil con limpieza étnica al fondo
![Donald Trump y Benjamin Netanyahu, en Washington, en 2020.](https://static.eldiario.es/clip/0b4e7794-17ba-4d54-8d2d-9f47292f0a2d_16-9-discover-aspect-ratio_default_1109642.jpg)
Después de 469 días de la brutal masacre que han desencadenado las Fuerzas de Defensa Israelíes (FDI) contra la población palestina de Gaza, en represalia por los atentados terroristas y secuestros ejecutados por Hamás el 7 de octubre de 2023, por fin el 19 de enero entró en vigor la segunda tregua en la franja, promovida por EEUU, Egipto y Qatar, casi en los mismos términos que contenía la propuesta que hizo el presidente Joe Biden en mayo, aceptados en aquel momento por Hamas y rechazados por Netanyahu Desde entonces han muerto casi 11.000 personas más en Gaza. Para alcanzar los mismos resultados.
Una tregua frágil
La primera tregua tuvo lugar en noviembre de 2023 y duró una semana. Hamás entregó 105 de los 251 rehenes que había capturado, además de 40 cadáveres, a cambio de 240 presos palestinos, sin ningún otro efecto. Después han sido liberados o recuperados por las FDI otros rehenes, vivos o muertos, y antes del 19 de enero se calculaba que seguían en poder de Hamás, 94, de los cuales 34 podrían estar muertos, si bien las cifras no están confirmadas.
La tregua actual está planificada en tres fases. En la primera, que es la única que hasta ahora ha sido acordada, de seis semanas de duración, Hamás entregará 33 rehenes a cambio de la liberación de 990 presos palestinos, aunque Israel solo ha hecho público el nombre de 737. Además del alto el fuego, se permite la entrada de ayuda humanitaria –un punto clave porque hay gente que está muriendo literalmente de hambre o por falta de medicamentos– y comienza un repliegue parcial de las FDI de la franja, así como un retorno gradual de palestinos a sus lugares de residencia, incluida la zona al norte del corredor de Netzarim que la extrema derecha israelí pretendía recolonizar. Este último punto ha estado en peligro porque, según el gobierno israelí, Hamás no cumplió el acuerdo de liberar a la rehén Yehud Arbel, pero parece que se ha solucionado con la preparación de una entrega extraordinaria esta semana, no contemplada en los acuerdos, que seguirá a las dos que ha habido hasta ahora en las cuales Hamas ha devuelto a siete rehenes (mujeres) e Israel ha liberado a 290 presos.
La segunda fase –que incluiría la entrega del resto de los rehenes vivos y completar la retirada de las FDI– y la tercera –en la que se entregarían los últimos rehenes muertos y se planificaría la reconstrucción– se empezarán a negociar el 16º día de la tregua, es decir el 4 de febrero. Si hay tregua en ese momento, claro, porque no es descartable que se rompa en cualquier momento, y sobre todo cuando Hamás haya entregado todos los rehenes, cuya liberación es sin duda la prioridad de para Israel y EEUU. Netanyahu ha dicho que esto no ha acabado aún, que su objetivo sigue siendo la victoria total y que se reserva el derecho de anular la tregua cuando considere unilateralmente que Hamas no la respeta.
¿Por qué ahora?
Netanyahu se había negado hasta ahora a aceptar un alto el fuego que pudiera llevar a la paz, no tanto por su propia ideología –es un pragmático– sino porque necesita el apoyo de sus socios de la extrema derecha ultranacionalista y ultrarreligiosa del Partido Nacional Sionista Religioso de Bezalel Smotrich, y de Poder Judío de Itamar Ben-Gvir, para mantenerse en el poder, y ambos preconizan la eliminación o la expulsión de todos los palestinos. Ben-Gvir ya ha abandonado el gabinete y, si lo hiciera Smotrich, el gobierno caería, salvo que consiguiese el apoyo de la oposición dirigida por Yair Lapid, pero eso no sería sin condiciones que quizá no pueda asumir, como el compromiso de convocar elecciones cuando el alto el fuego se consolide. Netanyahu no se puede permitir perder el poder mientras no encuentre una salida a su procesamiento por delitos de cohecho, fraude y abuso de confianza, que podrían costarle hasta diez años de cárcel.
Por otra parte, el objetivo declarado de la guerra, acabar con Hamás, no se ha conseguido. Cuando el teniente general Herzi Halevi, jefe de Estado Mayor de las FDI, anunció el 21 de enero su intención de dimitir para asumir la responsabilidad de haber fallado en la protección del país frente al atentado del 7 de octubre, declaró que “los objetivos de la guerra aún no se han alcanzado plenamente”. Antony Blinken, secretario de Estado de Biden, declaró en una conferencia de prensa el 14 de enero que Hamás había reclutado casi tantos nuevos militantes como los que ha perdido la organización. Después de 15 meses de esfuerzo bélico israelí, Hamas mantiene buena parte de su capacidad militar y continúa siendo la fuerza política dominante en Gaza, junto con sus aliados de la Yihad Islámica y otros grupos menores.
La única razón por la que Netanyahu acepta ahora la tregua es la vuelta de Donald Trump a la presidencia de EEUU. Sabe que Trump es el mejor aliado que podría tener, y no tiene alternativa a seguir sus directrices. La recuperación de los rehenes aún retenidos por Hamás era ya impostergable para el primer ministro israelí y también un tanto publicitario muy importante que se apunta el presidente de EEUU al comenzar su segundo mandato
Los medios estadounidenses dicen que Trump quiere el premio Nobel de la Paz. No sería tampoco demasiado raro que lo obtuviera, considerando que ya se ha otorgado a eximios pacifistas como Menájem Beguín o Henry Kissinger, por ejemplo, o el recibido con carácter preventivo por Barack Obama que ya se vio cómo lo honraba durante sus mandatos. Pero sería un hito que se concediera a alguien que preconiza la limpieza étnica de un territorio.
Es muy probable que el verdadero objetivo de la tregua sea facilitar la conclusión de un acuerdo de paz entre Israel y Arabia Saudí que completaría los tratados de paz con Egipto y Jordania y los acuerdos de Abraham con Emiratos, Bahréin, Sudán y Marruecos, lo que dejaría aislado a Irán, la auténtica bestia negra de Israel. Pero para eso, Riad, o mejor dicho el príncipe heredero, Mohamed bin Salman, necesitaba la detención –siquiera temporal– de la carnicería en Gaza, y no por amor a los palestinos, a los que no ha dado ningún apoyo, sino para salvar la cara ante sus propios ciudadanos.
Desconocemos lo que Trump ha podido decir a Netanyahu para convencerle de aceptar la tregua o lo que el primer ministro ha prometido a los miembros de su gobierno más reacios a aprobarla, pero sí sabemos que mientras los gazatíes respiraban aliviados por primera vez en 15 meses, en Cisjordania arreciaban como nunca los ataques de los colonos judíos a los palestinos, como siempre con la ayuda o el consentimiento de las FDI. Cuatro días después las FDI lanzaban un ataque en Jenin, al norte de Cisjordania, con el resultado de al menos 12 muertos y 40 heridos. Simultáneamente, una de las primeras medidas tomadas por Trump ha sido anular las sanciones que había decretado Biden sobre los colonos más crimínales.
Nadie puede llamarse a engaño sobre las intenciones de Trump, a la vista de lo que hizo en su primer mandato, como respaldar la anexión ilegal israelí de los altos del Golán. Elise Stefanik, designada como embajadora en Naciones Unidas, afirmó su creencia en el derecho “bíblico” de Israel a la entera Cisjordania. El futuro embajador en Israel, Mike Huckabee declaró que “no existe Cisjordania. Es Judea y Samaria. No existen asentamientos. Son comunidades, son barrios, son ciudades. No existen ocupaciones” Todo indica que se está preparando la anexión de Cisjordania y que ese sería el precio a pagar por la tregua en Gaza.
Un horizonte muy oscuro
En cuanto a Gaza, aunque la tregua se completase hasta su última fase, el alto el fuego se consolidara y se emprendiera la reconstrucción, el panorama para los próximos años se presenta desolador. Habrá que prestar ayuda a más de 100.00 heridos, de los que hasta 30.000 podrían quedar inválidos, y reponer los servicios esenciales, agua, electricidad cuyas infraestructuras ya no existen
El 75% de las viviendas de Gaza han sido destruidas, solo la mitad de los hospitales están parcialmente operativos, el 90% de las escuelas y de los edificios públicos están en ruinas. Se trata de centenares de miles de viviendas y locales que se tardará décadas en reconstruir, porque además hay que retirar primero 40 millones de toneladas de escombros que hay ahora en la franja, según Naciones Unidas. Los expertos calculan que la reconstrucción podría llegar hasta 2040, si se invierten las decenas de miles de millones de dólares o euros que va a costar. Como siempre serán los europeos y los árabes lo que tendrán que pagar por la destrucción que ha llevado a cabo Israel con la imprescindible ayuda de EEUU, y que ellos han consentido en silencio, cuando no apoyado, directa o indirectamente, para su vergüenza..
Por otra parte, aún está por resolver el futuro político de la franja, si es que vuelve a ser autónoma algún día. Hamás seguirá teniendo capacidad militar, pero no poder político. Israel no va a consentir que recupere el gobierno de Gaza, ni los donantes para la reconstrucción querrían entregar su dinero a esta organización. Mahmud Abbas, líder de la Autoridad Nacional Palestina, ha mostrado su disposición a hacerse cargo de la administración de la franja, pero a Netanyahu tampoco le gusta esa solución que aumentaría el poder de la ANP y llevaría a una unión entre los dos territorios que podría ser favorable a la constitución de un estado palestino. La alternativa podría ser una administración internacional, participada por países árabes, pero esta idea no parece fácil de realizar ni tampoco podría ser para siempre.
Una solución inhumana
Pero la preclara inteligencia del emperador Trump ha encontrado otra brillante solución que hasta ahora no se le había ocurrido a nadie, solo a todos los partidos ultranacionalistas y ultrarreligiosos israelíes –que la han acogido con lógico entusiasmo– e incluso al propio Netanyahu, aunque no se haya atrevido a hacerla explícita: que los palestinos se vayan de Gaza. ¿A dónde? A Egipto o a Jordania, que no los quieren ni ver, pero que tal vez con una sagaz mezcla de amenazas y compensaciones podrían cambiar de idea. Trump ha declarado que Gaza es un lugar muy interesante, con una localización fenomenal en el mar, con el mejor clima, y que se podrían hacer cosas fantásticas en ella –aquí sale el instinto de promotor inmobiliario– pero, claro, eso implicaría que los palestinos despejen la zona, porque no van a estar cómodos mientras se reconstruye lo que han destruido, que es mucho, aunque ellos no lo van a pagar, por supuesto.
Por si la cosa no quedaba clara, Trump ha calificado la salida de los palestinos de Gaza de “limpieza” ¿Se puede tener más desvergüenza, se puede ser más cruel, más indiferente ante el sufrimiento de un pueblo entero? ¿Se puede proponer descaradamente una limpieza étnica de más de dos millones de personas –que él rebaja a un millón y medio, como si medio millón menos hiciera alguna diferencia– que llevan 1.500 años viviendo en esa tierra? Pues sí, se puede, desde la impunidad que le da el poder absoluto en la potencia hegemónica, y la pasividad –por miedo o por egoísmo– del resto del mundo.
No va a pasar, porque los palestinos no se van a ir de Gaza, como tampoco de Cisjordania. Y ni siquiera Netanyahu se va a atrever a hacer una deportación tan masiva, en el caso de que algún país quisiera acogerlos. Si lo hiciera, es de esperar que la gente reaccionaría, como no lo ha hecho hasta ahora, en Europa y en todo el mundo, exigiendo a sus gobiernos que obliguen a Israel a detenerla. Si no, si eso llegara a ocurrir, la civilización humana, la conciencia colectiva de la humanidad, quedaría arruinada para siempre.
La cuestión palestina no se ha resuelto con la proliferación de asentamientos en Cisjordania y Jerusalén este y los continuos crímenes y latrocinios de los colonos, ni tampoco con el genocidio de Gaza. La sangre de 47.000 personas, en su gran mayoría mujeres, ancianos, y niños inocentes, también muchos hombres que no habían empuñado nunca un arma, víctimas de las FDI, y la de los más de 100.000 que han muerto de inanición o por falta de asistencia sanitaria, solo servirá para regar el odio de sus allegados y de todos los palestinos, un odio que, antes o después, alimentará un nuevo ciclo de violencia.
Tampoco se resolverá porque Arabia Saudí suscriba un acuerdo con Israel, ni siquiera aunque se derrumbase el régimen de los ayatolás en Irán. Hay seis millones de palestinos viviendo todavía en los territorios ocupados, y su lucha es existencial, luchan por su supervivencia en la tierra de sus ancestros, están entre la espada y la pared, no tienen alternativa, y no van a dejar de luchar. Por muchos que maten, por mucho que destruyan, los judíos de Israel no se desharán de ellos, cuando se despierten seguirán allí, y a su vez ellos serán también víctimas de la violencia que los palestinos ejerzan para defenderse. Llevan 77 años sin separarse de sus fusiles. Y está claro que esto no va a terminar aquí, hasta que se acuerde una solución justa para los palestinos, sea un estado propio o la integración en Israel como ciudadanos de pleno derecho, no habrá paz y todos vivirán siempre con miedo. ¿Cuánto tiempo más tardarán los israelíes en darse cuenta de esto y asumirlo?
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