De vez en cuando me acuerdo de la respuesta que el paleoantropólogo Juan Luis Arsuaga dio en una entrevista: “La vida no puede ser trabajar toda la semana e ir el sábado al supermercado. Eso no puede ser. Esa vida no es humana”. Especialmente me acuerdo de esa frase cuando mi semana se ha reducido a eso: verticalidad-ducha, ropa-medio de transporte-trabajo-medio de transporte-casa; y tiempo solo (tentada a tildar el solo) para ir al supermercado el fin de semana. En la caja de los sábados (o domingos) me encuentro, en línea recta, con una hilera de personas que seguramente tampoco han tenido tiempo durante toda la semana de llenar sus neveras. Los arsuagers, podríamos llamarnos.
La pasada semana me enteré de que otra persona más de mi entorno se ha cogido la baja por ansiedad. Y digo otra porque cinco personas de mi entorno están o han estado de baja por ansiedad los últimos meses. Como si fuese un virus. Como en The Last of us Anxiety. En tres de ellas el trabajo ha sido el factor fundamental, en las otras dos ha habido más causas detrás, pero el trabajo tampoco ha ayudado. “Necesitaba parar”, me dijo una de ellas hace unos días por Whatsapp. Seguramente tú también conozcas a más de una persona que haya pronunciado esa frase recientemente o que haya estado de baja por ansiedad. Necesitar parar. Y esto me lleva de nuevo al titular de Juan Luis Arsuaga.
Creo que pocas personas discutirían que la ansiedad es un sello distintivo de nuestro tiempo: una especie de condición ambiental ineludible y omnipresente. Parece, incluso, que nos hayamos resignado a ella o lo hayamos asumido como una pata más de nuestra normalidad. Estamos rodeados de personas aparentemente tranquilas, firmes por fuera, que por dentro son como una barquita de El Retiro: reman, reman y vuelven a remar en círculos para mantenerse a flote. Y esto me lleva de nuevo al titular de Juan Luis Arsuaga.
Oficialmente, el 6,7% de la población sufre ansiedad crónica, según las últimas estadísticas de Atención Primaria recogidas por el Ministerio de Sanidad. Este porcentaje solo representa a las personas oficialmente diagnosticadas. Hay muchos ansiosos sin diagnóstico, otros que se autogestionan las crisis porque no pueden pagarse un psiquiatra o un psicólogo (los que más). No hablo de picos de estrés puntuales, sino de cuando la ansiedad se convierte en algo limitante. Cuando la ansiedad no mata pero parece que puede hacerlo. Sientes que puede hacerlo. Y esto me lleva de nuevo al titular de Juan Luis Arsuaga.
A menudo el trabajo y la ansiedad se retroalimentan. Porque uno puede pensar que trabajando más podrá mejorar sus condiciones laborales y, de ese modo, con mejor salario, con acceso a mejores condiciones de vida, verá rebajada su ansiedad. ¿Pero qué pasa si esa recompensa al esfuerzo no llega a tiempo? Que el trabajador se vuelve exhausto, agotado, toda su narrativa interna es ya negativa. Lo mismo puede ocurrir en edades inferiores con los estudios, por una cultura de logro estudiantil obsesivo. Darlo todo y conseguir poco para lo que imaginabas. Expectativas y realidad disonantes. Y esto me lleva de nuevo al titular de Juan Luis Arsuaga.
La cuestión es tan evidente que leo en ElNacional.Cat: “El Gobierno, los empresarios y los sindicatos han decidido, por primera vez, combatir la salud mental en el entorno laboral. Es por ello que se van a incluir medidas de prevención en las Estrategia de Seguridad y Salud en el Trabajo (2023-2027), algo que no había pasado en las dos anteriores estrategias”. A buenas horas. Y esto me lleva de nuevo al titular de Juan Luis Arsuaga.
Leo también en The Guardian sobre el éxito del ensayo en Reino Unido de la semana laboral de cuatro días sin reducción salarial. De las 61 empresas que se sumaron al proyecto en el país, 56 han decidido prorrogar este esquema de trabajo y 18 han decidido convertirlo en permanente. En España, en diciembre de 2022, se publicó en el BOE el primer proyecto piloto para probar la semana laboral de cuatro días. En la ciudad de Valencia se probará próximamente. ¿Será esta la solución para conseguir un mayor bienestar mental, conciliación, tiempo, vida, llámalo como quieras? ¿O ya nos hemos resignado —nos han resignado— a la era de la ansiedad crónica? Y esto me lleva de nuevo, y por última vez en esta columna, al titular de Juan Luis Arsuaga.