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Creímos que los móviles inteligentes habían llegado para hacernos la vida más facil
Fue entre finales de los años noventa del siglo pasado y principios del siglo XXI, que nos vimos de repente todos y todas con móviles inteligentes en nuestras manos. Creíamos que con sus atractivas pantallas y alta tecnología, venían a hacernos la vida más fácil. Se decía que venían a democratizar el conocimiento y el acceso a la información, a poner en manos de cada uno de nosotros una ventana al mundo, un amplificador de nuestro ser, de nuestra existencia, de nuestras ideas, de nuestras palabras e imagen hacia el exterior. Y aunque parte de esto ha sucedido, nada ha sido como se nos prometía la cosa.
Desde la irrupción de los móviles inteligentes en nuestras vidas hemos cambiado en términos de comportamiento social a una velocidad enorme. Posiblemente hemos experimentado, en el menor periodo de tiempo, uno de los mayores cambios que como seres humanos hemos realizado desde el punto de vista del comportamiento humano desde el paso de poblaciones nómadas y recolectoras a sedentarias y agricultoras.
Pero lo cierto es que, lejos de contribuir a facilitarnos la vida, llegaron para mantenernos conectados al trabajo, o a la insustancialidad, todas las horas del día que estamos despiertos. Resulta que lejos de enriquecer nuestras relaciones sociales nos alejemos de las personas cercanas y amigas, mutando hacia una concepción de la amistad difusa, débil y generalista; que lejos de reafirmarnos como seres valiosos e individuales en una sociedad compartida, vivimos atentos a los comentarios y los likes, con la falsa percepción de que estamos acompañados y valorados a través de la red social; resulta que lejos democratizarse el conocimiento y la información, la conexión permanente ha acabado de golpe y plumazo con la información y con la prensa y en particular con la escrita, convirtiéndola en una especie de esnobismo nostálgico. El periodismo ha dado paso a la propaganda, a los algoritmos y las “fake news”. Se ha desvalorizado hasta lo más ínfimo el análisis intelectual y la opinión periodística, en favor del chisme y la vaguedad informativa. Y ya pocas son las personas que para informarse leen algo más que titulares de “prensa” digital.
La tecnificación y la hiperconectividad, lejos de contribuir a disminuir las diferencias entre pobres y ricos, las ha acrecentado, y nos ha convertido en esclavos tecnológicos.
Este sometimiento lo padecen con mayor virulencia si cabe las poblaciones empobrecidas, manifestándose en dos realidades, a cuál más lacerante: por una parte, la incapacidad o imposibilidad para el acceso a la información, la cultura o la propia tecnología, y por la otra, la imposición de la tecnología como necesidad básica frente a cualquier otra prioridad vital.
Nada se ha democratizado y hemos avanzado frenéticamente hacia un lugar nuevo y desconocido, donde ya nada es real y que se aleja manifiestamente de los valores de la ilustración y de la búsqueda de la perfectibilidad humana; es decir, lejos de la razón y el corazón.
Es indudable que hemos avanzado mucho en tecnológica y ciencia, y esto no se puede presentar como algo que sea malo, si no fuera porque al tiempo hemos retrocedido en desarrollo humano. Somos víctimas y cómplices a la vez de esta irrealidad, al entregar distraídamente nuestra independencia y energía vital a la tecnología y la ciencia. Hemos llegado a un punto en el que el tecnicismo y el cientificismo se presentan como un Dios, como únicas guías de comportamiento social y moral, relegando al cajón de los recuerdos a el ser intelectual y pensante.
Se ha consagrado a la tecnología, la economía, a las ciencias de laboratorio y al método científico en los únicos valedores del saber positivo, un saber ajeno al necesario filtro de la ética.
Se nos pide a todos que dejemos de pensar e incluso de movernos, que ya lo hacen otras personas o máquinas por nosotros: la domótica, los algoritmos y la inteligencia artificial.
Es la nueva religión tecnocientificista que despide al ser humano autónomo, sintiente y pensante, para concebir al nuevo ser como un contenedor vacío al que alimentar del nuevo “conocimiento”, diseñado, dirigido y administrado por los amos de las plataformas de internet y redes sociales, de las finanzas, de la tecnología y la ciencia de laboratorio.
Y en esto llegó Trump con su cohorte de millonarios tecnócratas.
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