En una entrada anterior escribí sobre los antecedentes en el establecimiento del voto obligatorio, basándome en su puesta en marcha en Australia y en Holanda. Mostré dos cosas. La primera es que la introducción del voto obligatorio responde a motivos estratégicos: los partidos que lo aprueban en un momento concreto esperan -acertadamente o no- que les beneficie. La segunda es que, a la luz de la experiencia histórica que presentaba, quedaba claro que el voto obligatorio ni es una medida progresista ni conservadora.
En esa entrada también escribía que habría un segundo artículo en el que presentaría algunas razones por las que considero que adoptar el voto obligatorio sería positivo para nuestra democracia. Parto de dos premisas. Primera, sabemos que la participación no es aleatoria y que algunos grupos de individuos votan con mayor frecuencia que otros. Dicho de otro modo, la participación va por barrios -y por rentas- y hay algunos que se hacen oír más que otros. Y cuando eso sucede nuestros políticos tienden priorizar los asuntos de los votantes, antes que los de la ciudadanía
La segunda premisa es que es preferible una participación alta a una baja. Esto es lógico desde múltiples perspectivas: desde los medios de comunicación -cuanto insisten en la participación en las elecciones europeas o en las de Estados Unidos-, a una meramente operativa de la democracia que un ejemplo extremo ayuda a ilustrar: si nadie participa, no sabemos quién puede gobernar; si participa el 100% de los que tienen derecho a votar, el mandato parece claro.
En cualquier caso, como entiendo que no todo el mundo comparte esta propuesta, a continuación, presento varias razones por las que considero la introducción del voto obligatorio y discuto algunas críticas que se hacen al respecto. En las siguientes líneas, algunos lectores verán reflejados varios de los comentarios que hicieron en la anterior entrada. Varios argumentos provienen de distintas lecturas. A quien le interese profundizar, puede leer los trabajos de Lisa Hill, Sarah Birch y Emilee Booth Chapman para los argumentos a favor; en contra, Jason Brennan tal vez sea el más conocido.
Antes de nada, cuando me refiero a la adopción del voto obligatorio, me refiero a la participación obligatoria: 1) al hecho que el ciudadano se presente en el colegio electoral y quede constancia; y 2) deposite un sobre, si bien que éste contenga una papeleta o no, da igual.
El primer motivo por el que adoptar el voto obligatorio es de carácter práctico: cuando se implementa correctamente y se hace cumplir, se consigue una participación casi absoluta, como el caso australiano pone de manifiesto. Se puede decir, sin embargo, que el voto obligatorio no es el único medio para aumentar la participación. Reformas orientadas a hacer más conveniente el proceso de votación (como por ejemplo que se pueda votar a lo largo de varios días; facilitar el voto por correo; ampliar los horarios el día de la votación; o utilizar medios electrónicos para votar) pueden contribuir a que aumente la participación. Pero aún siendo esto cierto, hay varias limitaciones. Por un lado, encontramos que ninguna de estas reformas, para hacer el voto más conveniente, lo hace mejor que el voto obligatorio. Y, por otro lado, varios estudios apuntan a que esas reformas orientadas a aumentar la participación electoral lo que hacen, precisamente, es acentuar las diferencias entre los que votan y los que no.
El segundo motivo por el que el voto obligatorio es deseable es porque es una gran fuente de información. Cuando todos los ciudadanos participan, el concepto 'mayoría silenciosa' queda desactivado. No es un asunto menor. Cuando hay voto obligatorio, no hay preferencias que no se atribuyan. Unos votan al partido A, otras votan al B; unos votan en blanco, otros nulo y otros al partido C. Con independencia de los resultados, lo que es muy claro es que con un 100% de participación, los perdedores de las elecciones tienen muy difícil argumentar que hablan en nombre de la “mayoría silenciosa”, de la “gente corriente”, o de la “España que madruga”, ya que cualquier parecido con la realidad no es coincidencia.
El tercer motivo por el que cabe introducir el voto obligatorio es que conlleva un mayor control a los políticos: cuando la participación es casi universal, las elecciones mandan una señal muy clara a los representantes recordándoles que su posición depende de todos los ciudadanos, y no únicamente de los más movilizados que, además, suelen representar a ciertos grupos sociales en mayor medida que a otros.
Y el cuarto motivo es que la mayoría es real. Pensemos en el referéndum del Brexit, en el que se registró una participación del 72,2%. Un 51,2% votó por salir de la UE, frente a un 48,1%, y una diferencia de casi 1,3 millones de votos. Como se entiende, el 51% del 72% de los votantes, no son todos los ciudadanos del Reino Unido en edad de votar. Si, en cambio, el voto fuera obligatorio e implementado, el resultado ciertamente representaría a la mayoría de la sociedad.
Esto con respecto a los motivos a favor. En la anterior entrada, además, varias socias y lectores argumentaban estar en contra de la introducción del voto obligatorio. Dos eran los principales argumentos que utilizaban. El primero es el de la imposición. El segundo es el de la baja calidad del voto. No son los únicos, pero sí los más habituales. Un tercero es que hay otras formas de participación en política más allá del voto. A continuación, discuto cada uno de ellos.
Una crítica común al voto obligatorio es, precisamente, eso, la obligatoriedad. Algunos dicen que cada uno es libre y que, en aras de esa libertad, no se puede obligar ir a votar. En esta línea, cualquier obligación se debe justificar y un rasgo definitorio del liberalismo es ir contra la coerción. Lo primero -justificar las razones- es lógico y ya lo he hecho arriba. Pero ¿cuáles son las razones para el voto voluntario? ¿Dónde está la justificación? Lo mínimo sería exigir lo mismo. Asimismo, decir que ir contra la coerción es un rasgo del liberalismo, es tramposo. ¿De verdad se condiciona menos al individuo cuando éste no vota? Los gobiernos implementan políticas que afectan a la vida de los ciudadanos. Si todos votan, las políticas reflejan el sentir de la mayoría, creando más oportunidades para la libertad individual.
Un segundo argumento en contra del voto obligatorio es que disminuye la calidad del voto. Este es un razonamiento paraguas en el que caben varias interpretaciones. Una de ellas es que abre la puerta a opciones más populistas. Otra se relaciona con la falta de información: si no nos informamos, acabaremos votando lo que nos digan algunos influencers de los medios que sigamos. Ninguna de ellas tiene fundamento empírico. Las opciones populistas se dan tanto en países en los que el voto no es obligatorio (ej. Francia), como en países donde sí lo es (ej. Brasil).
La justificación de la falta de información parece interesante. Por ejemplo, se ha demostrado que en los países con voto obligatorio el número de votos nulos es mucho mayor que donde hay voto voluntario. Sin embargo, el argumento de la información tiene problemas: a) ¿estamos seguros que los ciudadanos se guían por lo que dicen los 'referentes' en otros sectores? Ya escribí (aquí) que los partidos se rodean de 'referentes' culturales o mediáticos, con efectos poco claros. Pero ¿alguien votará al partido X porque lo haga una cantante famosa? b) ¿Cabría pensar en justo lo contrario?
Tal vez aquéllos que no se informan, lo hagan si se ven obligados a votar: ¿Por qué descartar esta posibilidad? Incluso si descarta esta posibilidad, no parece que el nivel de información política dependa de si el voto es voluntario u obligatorio. ¿En qué se sustancia la calidad del voto? No se nos cuenta.
El tercer argumento es que la participación en las elecciones no es la única forma de participar en política. Sin duda, la influencia política se puede ejercer de muchas formas. Desde asistir a mítines electorales a firmar peticiones on line; asistir a manifestaciones, donar dinero a partidos o entidades o participar en asambleas ciudadanas, universitarias o de vecinos, por poner algunos ejemplos. Sin embargo, ninguna de estas actividades es sustitutiva de la participación en las elecciones. Más allá del voto, no hay ningún otro mecanismo de participación política igual para todos los ciudadanos.
Para terminar, he de reconocer que, durante años, me mostré contrario a la introducción del voto obligatorio. Pero hoy creo que hay razones sustantivas para la consideración de esta medida. Asunto distinto es su viabilidad política en estos momentos.
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