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Sobre este blog

Piedras de papel es un blog en el que un grupo de sociólogos y politólogos tratamos de dar una visión rigurosa sobre las cuestiones de actualidad. Nuestras herramientas son el análisis de datos, los hechos contrastados y los argumentos abiertos a la crítica.

Autores:

Aina Gallego - @ainagallego

Alberto Penadés - @AlbertoPenades

Ferran Martínez i Coma - @fmartinezicoma

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Secesiones

Esteladas durante una manifestación independentista convocada con motivo de la Diada. EFE/Enric Fontcuberta/Archivo
22 de marzo de 2021 22:59 h

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Hay más de 70 movimientos secesionistas en el mundo a día de hoy. Todos ellos dan argumentos de por qué deberían ser independientes del país en el que están incluidos y por qué deberían ser o tener un estado propio. Así, en Papúa Occidental, un grupo nacionalista sostiene que ha sufrido abusos y violaciones de derechos humanos por parte del gobierno de Indonesia. Los líderes de la República de Somalilandia contraponen sus instituciones a las de Somalia. En Nueva Caledonia, los Kanak apuestan por la independencia (de Francia) basándose en el principio de descolonización. Sin necesidad de irnos tan lejos, en España hay dos movimientos secesionistas, el catalán y el vasco. Un punto en común de todos los movimientos secesionistas es que fundamentan su aspiración, ser independiente, en algún tipo de injusticia.

Cuando los movimientos secesionistas promueven sus declaraciones de independencia las fundamentan en estas injusticias, aunque no todas las partes comparten que existan. Por ejemplo, el Estado que niega la independencia suele también negar dichas injusticias. Algunas de las que se utilizan para justificar el movimiento independentista pueden estar basadas en hechos objetivos, pero no siempre es así y también se utilizan de forma estratégica.

¿Qué tipo de injusticias utilizan los movimientos independentistas para justificar su razón de ser? ¿Son todas las injusticias iguales? ¿Son todos los movimientos independentistas iguales? A mi entender, estas preguntas no son fáciles de responder. La primera implica una sistematización de las razones que proporcionan los movimientos independentistas. La segunda y tercera son más complejas porque, con algunas injusticias, entramos en cuestiones valorativas, como mostraré más abajo. Y sin embargo, los investigadores Ryan Griffiths y Angely Martínez se han atrevido a categorizarlas en un reciente artículo.

Los autores comienzan su estudio diciendo que su análisis “no debe entenderse como apoyo para ningún grupo en particular. Todo esfuerzo secesionista es complejo y suelen haber argumentos válidos por las dos partes. Nuestro enfoque es objetivo, transparente y diseñado para minimizar sesgos.” Griffiths y Martínez definen un movimiento independentista como una “nación auto-identificada dentro de un Estado soberano que busca separarse y formar un nuevo (y reconocido) Estado”. Para que forme parte de su muestra el movimiento debe durar como mínimo una semana, incluir por lo menos 100 personas, reclamar un territorio de como mínimo 100 kilómetros cuadrados, tener una bandera, declarar la independencia y que el territorio sea contiguo al del Estado al que se pertenece.

Respondiendo a los tipos de injusticia presentes, Griffiths y Martínez diferencian cinco tipos. En primer lugar están las ‘restaurativas’ que, como indica el nombre, repondrían la situación previa de una nación concreta. Esto se relaciona, por ejemplo, con el principio subyacente de la descolonización: rectificar los errores del colonialismo y así devolver la independencia a un pueblo de un área concreta. Este tipo de argumentos se proporcionan en el caso de grupos indígenas y las sociedades que se instauran en esos lugares, como podría ser Hawaii en Estados Unidos, o algunos de los más de 200 grupos aborígenes presentes en Australia (asunto que en absoluto está cerrado).

El segundo tipo son los ‘remediales’ y aquí se proponen los argumentos de por qué se debería otorgar la independencia como un remedio a los abusos de los derechos humanos por parte del Estado. La independencia de Sudán del Sur o el caso de Papúa Occidental con Indonesia mencionado arriba se ajustan a este tipo de argumento.

El tercero se centra en el derecho de elección y, en este caso, la elección de independencia y de un estatus diferenciado. La idea es que una nación debería tener el derecho a elegir su destino político vía plebiscito, referéndum o similar. Para una parte importante del independentismo catalán este es el argumento.

La cuarta categoría se sustenta en agravios relacionados con una historia de violencia con el Estado. Por ejemplo, ¿se ha producido una guerra civil entre la nación que el movimiento independentista representa y el Estado? La lógica de esta categoría parte de la premisa de que cualquier conflicto violento con el Estado, particularmente cuando es recurrente, es fuente de queja continua e inestabilidad.

Finalmente, Griffiths y Martínez nos hablan de la funcionalidad. En contraposición con lo ‘restaurativo’, que se basa en el retorno de la situación perdida, el argumento funcional se basa en lo que ha conseguido el movimiento secesionista en comparación con el país del que se marcha. Dicho de otra forma, se justificaría porque gobiernan mejor que el país en el que están. Volviendo a Somalilandia, el argumento que utilizan sus promotores es que Somalia es un estado fallido y, en cambio, en Somalilandia las instituciones funcionan.

Como se entiende, estas categorías nos proporcionan un panorama completo de los argumentos que son utilizados por los movimientos independentistas. De igual forma, estas categorías no son excluyentes y se pueden observar movimientos que utilizan una o varias a la vez. Por ejemplo, en el caso catalán, la tercera, derecho de elección, sería la mayoritaria, pero algunos han presentado argumentos sustentando la primera y la quinta categoría -que ya discutí aquí y aquí- y que, a mi juicio, no tienen el mismo valor.

El siguiente paso es ver si son todas las injusticias iguales y, por ende, si son iguales todos los movimientos independentistas. Para ello, Griffiths y Martínez operacionalizan estas cinco categorías con distintos indicadores a los que asignan unos valores, de forma clara y transparente. Por ejemplo, para conseguir la máxima puntuación en la categoría restaurativa, el movimiento independentista debería estar en la lista de descolonización y haber sido un Estado. Ninguno de los 72 movimientos cumple con estos dos requisitos aunque las puntuaciones más altas las obtienen los Saharauis, los Kanak (de Nueva Caledonia) y los Cameruneses del Sur. Tal vez se pueda discutir la falta de algún indicador para medir algunas de sus categorías pero no sobra ninguna de las que se incluyen.

Después de seguir el procedimiento con cada indicador los autores presentan los resultados de las naciones con más y menos agravios. Entre las naciones que más puntúan en los agravios destacan Saharauis, Palestinos, Tamiles de Sri Lanka, Kachin de Myanmar, y los Cabinda de Angola. Las naciones que puntúan más bajo son Escocia, Islas Feroe, Guadalcanal en las Islas Salomon, Flandes y Cataluña. Como es esperable los grupos que más alto puntúan lo hacen porque tienen obtienen puntos en casi todas las categorías mencionadas. Por ejemplo, saharauis, palestinos y tamiles puntúan alto en las cinco dimensiones, mientras que quebequeses, escoceses y catalanes no lo hacen.

Como dicen Griffiths y Martínez, no deja de ser curioso que casos muy presentes a nivel internacional como Escocia o Cataluña obtengan los resultados más bajos, mientras que los resultados más altos se dan en contextos cronificados como Palestina o el Sahara Occidental.

Obviamente, cada movimiento secesionista es un mundo y no se consigue la independencia porque se merezca más o menos. De hecho, es más que probable que algunos movimientos independentistas con puntuaciones más bajas consigan sus objetivos antes que aquellos que, siguiendo estos criterios, lo merecen más. Pero, a mi juicio, esta investigación ayuda a poner en perspectiva los debates que tenemos sobre estas cuestiones.

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