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Opinión - España: una democracia atascada. Por Rosa María Artal

Quim Torra no tiene muchos amigos en Madrid ni ganas de tenerlos

Quim Torra, antes del comienzo de su conferencia en Madrid.

Iñigo Sáenz de Ugarte

Quim Torra estaba con ganas de venir a Madrid para participar en los desayunos de Europa Press. Comentó nada más empezar su intervención que la información que ha dado de él la prensa de Madrid “ha sufrido, digamos, un cierto desenfoque”. Tenía delante una oportunidad de expresar sus palabras “sin que nadie las pueda manipular ni tergiversar”.

Luego, comparó a España con la situación política de China, en concreto con la vulneración de los derechos de los ciudadanos de Hong Kong. Está claro que no vino a hacer amigos.

Hace dos meses, el presidente del Parlament, Roger Torrent, estuvo en Madrid donde defendió el diálogo y rechazó las vías unilaterales. Esa no es la posición del presidente de la Generalitat, más interesado en mantener la estrategia de la tensión, que ahora se llama “confrontación democrática”.

No hay que olvidar que el interés del Gobierno de Pedro Sánchez por el diálogo con los independentistas es también inexistente. El amago de negociación inaugurado por el viaje de Sánchez a Barcelona se estrelló en la figura del relator. Desde entonces, el Gobierno central ha reaccionado con el silencio, según Torra. En el caso de las negociaciones de investidura, “el desprecio a Junts per Catalunya ha sido absoluto”.

Sus diputados no apoyarán la investidura de Sánchez si hay un nuevo intento en el Congreso. Su actitud es diferente a la de los representantes de Esquerra. Sobre eso, Torra no quiso hacer ningún comentario.

La presencia del president en Madrid tampoco fue suficiente para mostrar un gesto de cortesía. No hubo ningún miembro del Gobierno en funciones escuchando a Torra. No se vio a ningún dirigente del PSOE. Aparecieron dos directores generales en representación de los ministerios de Interior y Política Territorial. El independentismo provoca en Sánchez reacciones parecidas a las de Mariano Rajoy. Cuanto más lejos, mejor.

Torra no esperó a que le preguntarán sobre lo que ocurrirá en Catalunya después de la sentencia del Tribunal Supremo por el juicio del procés. En su primera intervención, lo dejó claro: “El pueblo de Catalunya no aceptará, como tampoco lo haré yo como president, ninguna sentencia que no sea la de libre absolución”. No será sólo una respuesta de rechazo a una sentencia con duras penas de prisión. El president anunció que la Generalitat utilizará la decisión judicial para dar un nuevo impulso a su proyecto independentista: “Nos llevará a una nueva etapa, a tomar de nuevo la iniciativa, a trazar en firme el camino hasta culminar la independencia”.

“Todos los derechos que nos sean negados, los volveremos a ejercer”, anunció. Se refería al derecho a la autodeterminación, con lo que no hay que descartar un nuevo proceso político con la vista puesta en otro referéndum convocado de forma unilateral.

Las críticas al juicio

El moderador del acto insistió en que explicara sus críticas al juicio por considerar que se realizó con todas las garantías necesarias. Torra ya había dicho que en la práctica no reconoce el derecho de los jueces a imponer el respeto a la ley. “Hay derechos y libertades que están por encima de la ley, la dura ley española”, y puso como ejemplos la libertad de expresión, la de manifestación y el derecho a la autodeterminación.

Sobre el juicio del procés, denunció los dos años que llevan los acusados en prisión preventiva y del castigo desproporcionado en la pena de muchos años solicitada por las acusaciones. “No es un juicio justo, porque no lo es”, dijo de forma un tanto tautológica. Hizo ahí una breve referencia al “Deep State”, lo que no deja de ser intrigante.

Ha habido varios casos conocidos de utilización de la policía en España para atacar al independentismo por lo que se llamó la “policía patriótica” del Gobierno de Rajoy, que no fue sino un caso de corrupción policial y política.

Sin embargo, la expresión “Deep State” se ha popularizado en los últimos años en Estados Unidos al ser empleada por grupos de ultraconservadores y adictos a las fantasías para denunciar la supuesta colaboración de policías, militares y espías con la intención de impedir la victoria electoral de Donald Trump y luego de poner fin a su presidencia. Carne de teorías de la conspiración a cual más delirante de las que los políticos europeos deberían mantenerse alejados a menos que quieran que los comparen con fanáticos con mucho tiempo libre y una imaginación desbordante.

Torra tiene pendiente un juicio en el Tribunal Superior de Justicia de Catalunya por no acatar la orden de la Junta Electoral Central de retirada de lazos amarillos o una pancarta en favor de los presos del juicio del procés en el Palau de la Generalitat. Ese juicio tiene fecha –25 y 26 de septiembre–, que coincide con la celebración del debate de política general en el Parlament. Para Torra, el problema no lo tiene él, sino el TSJC. Es decir, el acusado pone deberes al tribunal que lo juzgará. Por lo que a él respecta, afirma que su obligación es dar prioridad a “la soberanía del pueblo catalán, que está en el Parlament”.

Veremos si se atreve a dejar vacío el banquillo de los acusados en el día del juicio. Esa sería una visita a Madrid que quizá le convenga políticamente ahorrarse.

Corrección: una edición anterior del artículo decía que el TSJC podría ordenar a los Mossos que detengan al president de la Generalitat para que se presente en el juicio. No es cierto. La vista podría celebrarse en ese caso en ausencia del acusado, aunque este obviamente no podría defenderse. Al tratarse de un juicio en el que la fiscalía pide una pena de inhabilitación, no de prisión, el TSJC no necesita ordenar la detención de Torra si no se presenta.

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