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Opinión - España: una democracia atascada. Por Rosa María Artal

Tiempo de pirómanos, tiempo de campaña electoral

Un bombero apaga el fuego en un coche en los disturbios de Barcelona en la noche del 16 de octubre.

Iñigo Sáenz de Ugarte

Durante las últimas semanas, la mayoría de los partidos ha contenido la respiración a la espera de la sentencia del Tribunal Supremo contra los responsables políticos del procés. No es que fuera una tregua, pero sí un momento de reflexionar y preparar lo que ocurriría después. Una vez conocida, toca regresar a las trincheras con los barriles de gasolina bien llenos. En noviembre, hay que votar y todos se juegan el cuello.

El factor diferencial con lo ocurrido el 1 de octubre de 2017 es que los acontecimientos actuales se producen en plena campaña electoral para los comicios de noviembre, que han sido propiciados por la decisión del PSOE de volver a las urnas para intentar aumentar su número de escaños y gobernar en solitario, preferiblemente con la abstención del PP y Ciudadanos en la investidura.

Los disturbios nocturnos en Barcelona juegan también un papel en esa estrategia, porque permiten a Pedro Sánchez presentarse como el garante de la unidad española, el Cid de Ferraz. Él también quiere encabezar el debate identitario en el que se mueve con tanta comodidad la derecha española. Aspira a que le sirva para recibir el apoyo de votantes de Ciudadanos, aunque da la impresión de que el PP ya se ha ocupado de eso y no ha dejado mucho en el plato.

Sea por esa intención o por un súbito ataque de pánico, Moncloa emitió un comunicado de 166 palabras a las 23.28 del martes cuando en los medios de comunicación se extendían las imágenes de contenedores en llamas en las calles de la capital catalana: “Una minoría está queriendo imponer la violencia en las calles de las ciudades catalanas, especialmente Barcelona, Tarragona, Girona y Lleida. La violencia de esta noche está siendo generalizada en todas las protestas”. El Gobierno también decía en el texto que se ocupará de “garantizar la seguridad y la convivencia en Cataluña”, que es lo mínimo que puede hacer.

El comunicado tenía un aire de excepcionalidad por las horas y por su contenido. La situación parecía ser tan grave que Moncloa no podía esperar al día siguiente. Esa alarma confirmaba de algún modo el argumentario del PP y Cs sobre una supuesta insurrección violenta contra la sentencia (la rebelión, otra vez) y la necesidad de que el Gobierno se hiciera con el control directo de los Mossos. Los medios tomaron nota y calentaron el ambiente. Tanto es así que Moncloa pensó que no había medido bien el tiro y decidió sacar una breve nota aclaratoria a las 23.59 para decir que “el Gobierno no dice que la violencia sea generalizada en toda Cataluña”. Sólo que era “generalizada en todas las protestas”. Moncloa lo consideró un “importante matiz” en una noche en la que los matices acababan reducidos a cenizas.

A esa hora, en Ciudadanos habían llamado a la caballería digital, hashtag incluido, para pedir el cese de Quim Torra sin pasar por unas elecciones. Con el partido en caída libre en las encuestas, ya no podían hacer prisioneros. Inés Arrimadas: “Los violentos imponen su ley”. Lorena Roldán: “Los comandos toman Barcelona”. Carina Mejías: “Arde Barcelona”. Toni Cantó: “Cataluña ardiendo”. Albert Rivera en la mañana del miércoles: “El terror se está sembrando en las calles de Cataluña”.

Como diría John McClane, “yipi kai yei, motherfucker”. Con la torre Nakatomi en llamas, tocaba vaciar los cargadores.

Las imágenes eran espectaculares y las televisiones se lanzaron sobre ellas. No estaba ardiendo toda Catalunya, ni toda Barcelona (superficie: cien kilómetros cuadrados). La violencia era evidente en varias calles céntricas de la ciudad bloqueadas por barricadas ardiendo. Se quemaron 250 contenedores con un coste para el Ayuntamiento de 320.000 euros. Algunos periodistas dijeron que nunca habían visto nada parecido en décadas, lo que quiere decir que deberían salir más y que no recuerdan los disturbios de 2012 en la misma ciudad por una huelga general en los que hubo 295 contenedores incendiados. En 2014 se produjeron imágenes muy violentas al término de las Marchas de la Dignidad en Madrid con decenas de policías heridos.

El humo del fuego cegó a un veterano periodista de La Vanguardia que llegó a preguntarse si habrá estado de excepción coincidiendo con la exhumación de Franco. No parecía que fuera una muestra de humor negro.

Preocupación en ERC, Torra a lo suyo

La movilización contra la sentencia –a la que se sumó Torra en su calidad de agitador en jefe de la Generalitat, también president en los escasos momentos que pasa en su despacho ocupándose del Govern– puede estallar en la cara a los partidos independentistas. En Esquerra lo saben. Por eso, Pere Aragonès, vicepresidente del Govern, y Joan Tardà se apresuraron a reclamar que las protestas fueran pacíficas. “No hay nada más letal para el independentismo que la combinación de una acción minoritaria violenta y una respuesta indiscriminada de la policía”, escribió Tardà. “No les regalemos un 155 encubierto”, dijo Aragonès. Oriol Junqueras y los demás presos condenados por el Supremo publicaron un mensaje similar: “Ninguna violencia nos representa”.

Los disturbios de la noche del miércoles supusieron una enmienda a la totalidad a esas palabras. Más contenedores ardiendo, más barricadas montadas por los encapuchados y una respuesta de los Mossos y la Policía Nacional dedicada a contener los daños, no a cortarlos de raíz, lo que hubiera sido imposible. En una calle del Eixample, quemaron varios coches que amenazaban una casa hasta que los empleados de una gasolinera intervinieron para apagar el fuego hasta la llegada de los bomberos.

Los políticos pueden convocar una movilización general, pero sus posibilidades de controlarla por las noches es bastante reducida cuando son jóvenes encapuchados los que toman la iniciativa. Los dirigentes de ERC y JxCat lo comprobaron el miércoles. Las imágenes de la noche obligaron a la cuenta de Junqueras en Twitter a publicar otro tuit contra la violencia. Poco después, se unió Carles Puigdemont, que tachó de “incendiarios” a los autores de los disturbios. “No necesitamos la violencia para ganar, la necesita el Estado para derrotarnos”, dijo.

Torra no se sintió concernido por el peligro de que la violencia aumentara. Su prioridad era asistir el miércoles a una de las marchas convocadas contra la sentencia. A su conseller de Interior, Miquel Buch, le tocó por la tarde defender al jefe: “Le puedo asegurar que el president Torra es una persona pacifista... (pausa) internamente”.

El PDeCAT se vio obligado a enviar una orden a sus cargos públicos para que no pidan en público la dimisión de Buch por la actuación de los Mossos. Los partidos independentistas tienen problemas para controlar a sus propios dirigentes locales, así que sus posibilidades con los manifestantes nocturnos más violentos son mucho menores.

A las doce y cuarto de la noche, el Govern difundió un mensaje grabado de Torra, el mismo que no había creído conveniente ofrecer durante el día. Dijo que la violencia “se tiene que parar ahora mismo”. “Siempre hemos condenado y condenamos la violencia”, continuó.

Es el gran inconveniente de la estrategia de mantener o incluso aumentar la tensión en la calle. La pones en marcha pero no puedes controlar cómo acabará. Y Torra y el Govern dan la impresión de que no controlan nada. El president de la Generalitat tuvo que esperar a que Puigdemont publicara un tuit desde Bélgica para reaccionar.

La respuesta de Sánchez

Rivera quiere el 155 ya. Casado, una batería de decisiones para que varios departamentos de la Generalitat sean controlados directamente desde Madrid. En Moncloa, afirman que Sánchez no descarta nada. “No vamos a sobreactuar, la moderación en la respuesta es otra forma de fortaleza”, dijo el líder del PSOE en una rueda de prensa posterior a sus reuniones con Casado, Rivera e Iglesias.

A estas alturas, con tanta agitación y propaganda en todos los frentes, no hay que descartar que Sánchez tome una de esas decisiones que sólo están al alcance de un presidente del Gobierno con la intención de convertirse en el más duro de entre los duros.

Para eso, habrá que esperar a las próximas encuestas. Quizá sean ellas las que marquen lo que pasará en Catalunya. Estamos en campaña.

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