Las cruces no son historia, son propaganda. Y retirarlas tampoco amenaza la historia, pero sí depura y acaba con una visión del pasado que no se puede honrar en el presente, defiende Miguel Ángel del Arco Blanco. Este profesor de Historia Contemporánea en la Universidad de Granada, autor de Cruces de memoria y de olvido. Los monumentos a los caídos de la guerra civil española (1936-2021), publicado por Crítica, cree que a pesar de todas las modificaciones que se hayan podido hacer para reconvertirlos, “son monumentos que deben ser eliminados del espacio público”.
La nueva ley de Memoria propone acabar con los símbolos “contrarios a la memoria democrática”. Según el artículo 35 de la norma –pendiente de aprobación parlamentaria– las cruces que homenajean a “los caídos por Dios y por España” desaparecerán de lugares públicos y privados, porque se prohibirá la apología del franquismo y se disolverán fundaciones y asociaciones que ensalzan el golpe de Estado o la dictadura.
¿Quedan muchas? “Muchísimas. Hay tantas cruces casi como pueblos hay en España”, sostiene Del Arco, que cuenta que bajo el pretexto de honrar a los caídos en la Guerra Civil se construyó un relato del pasado con el fin de definir qué debía ser España. La memoria de la República fue usurpada por la dictadura “para legitimación de un poder omnímodo y arbitrario”.
Señala al arquitecto Pedro Muguruza como ideólogo de la estética de los caídos. Él y sus discípulos impusieron una línea clasicista y severa “con la que se perseguía transmitir sobriedad, espiritualidad y a la vez sobrecogimiento”. El mensaje que había que ilustrar era terrible: España se había salvado y había sido redimida por la sangre derramada de sus verdaderos hijos, que debían ser recordados en su nombre y mostrarse como ejemplo para las generaciones venideras. Se impuso una tipología explícita y clara, sin variaciones. Un mensaje unívoco, comprendido y asumido por la población. Así, indica Del Arco, fraguaron los monumentos a los caídos una memoria y una identidad nacional cuya raíz está en la Guerra Civil.
Las cruces católicas apropiadas por el franquismo son memoria fraguada en la muerte y en la violencia, explica el historiador en el ensayo que muestra cómo el rodillo de la propaganda de Franco ha perpetuado la “Cruzada” hasta nuestros días. Estas presencias libraron la Transición gracias al “pacto del olvido”, sobrevivieron al final del siglo XX y al llegar el XXI... “En algunos ayuntamientos se adoptaron soluciones intermedias, quitaron el símbolo de la Falange, el escudo franquista, las chapas que excluían a todo el que no fuera caído del bando sublevado y colocaron placas en nombre de todos los caídos. Son parches para la reconciliación”, señala el historiador. El franquismo fue muy rápido al invadir el espacio urbano con sus monumentos y su propaganda. La democracia muestra otro ritmo.
Cree que las soluciones equidistantes fundamentadas en una teórica reconciliación repleta de silencios no ha servido. Porque es un símbolo creado por los fascistas que honra solo la memoria de los que participaron en el golpe de Estado. Las cruces recuerdan lugares de dolor y violencia. No se ha “limpiado”, dice el autor, la memoria excluyente de estos sitios. “Se apropiaron de la muerte de mucha gente para legitimar el régimen y hasta el año 2008 no empezaron a desaparecer algunas”, comenta.
Con la cruz no solo delimitaron la identidad nacional, también excluyeron otras posibles memorias existentes. La cruz se ha convertido en un instrumento para la posteridad. Esa memoria única e inmutable y de piedra ha superado el paso del tiempo y forma parte de la vida cotidiana del siglo XXI. La España pétrea. Las sembraron por todo el país, en pueblos pequeños y grandes, en ciudades de provincia y en la capital.
En medio de la naturaleza, también. “En el Valle de los Caídos reposa casi intacta la memoria oficial del franquismo sobre la guerra. Es increíble que esté tal y como lo dejó Franco y no se explique. Una democracia no se puede permitir un lugar como ese. No puede haber este silencio”, indica Miguel Ángel del Arco.
Tampoco es partidario de derribarla. “Si la destruimos no comprenderemos nada”, sostiene. “Además, no puedes volarlo porque está lleno de tumbas y cadáveres”. Así que es de los que piensan que ese espacio se debe convertir en un museo donde explicar el fascismo, ya sin Franco ahí. Sin embargo, no salvaría el “arco de la victoria” de Moncloa (Madrid) y en otros lugares contrastaría las placas franquistas con otras que informaran de lo que realmente pasó en ese lugar. En algunos casos prefiere no borrar el pasado, sino explicarlo.
Para el historiador la nueva ley debería poner punto final a la prórroga en la que vive el franquismo y sus defensores. Las cruces, cuenta, deben ser retiradas porque nuestra España no tiene nada que ver con aquella. “Somos una sociedad plural, que no quiere ser exclusivamente masculina y que tiene distintas lenguas y las protege”, dice. Por eso lamenta que haya tanto trabajo pendiente. Dice que los gobiernos democráticos no pueden permanecer impasibles ante la presencia de unos símbolos que están cargados de significado franquista. Aunque piensa que con retirarlos no será suficiente.
“No es posible escapar a la historia de una guerra civil y de una dictadura como la franquista”. Para Miguel Ángel del Arco la retirada de símbolos debe ir acompañada de una política de recuerdo para reconocer la historia de un pasado tan doloroso y violento. Por eso reclama a los gobiernos que no se inhiban, que propugnen una memorial plural sobre el pasado traumático.
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