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El doble encierro de vivir con una familia que rechaza al colectivo LGTBI: “Es triste que solo pueda ser yo misma a través de la pantalla”

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Marta Borraz

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A Jorge la declaración del estado de alarma por la crisis del coronavirus le pilló en La Laguna (Tenerife), donde estudia Medicina. Sin embargo, el colegio mayor en el que vive cerró y se ha visto obligado a volver a la casa de sus padres en la que pasó su infancia, en el Valle de la Orotava. Para este joven gay de 20 años, el regreso ha sido también una vuelta al armario que, tras casi un mes de confinamiento, se hace cuesta arriba. “Yo ya he aprendido a vivir una doble vida cuando estoy aquí, pero tanto tiempo, día tras día, pasa factura”, lamenta.

Jorge, que usa un nombre ficticio, no puede hablar por teléfono por miedo a que sus padres le escuchen, así que utiliza el Whatsapp para responder. Hace algún tiempo que intentó contarle a su familia que es gay, pero “acabaron diciéndome que soy una persona indecisa y confusa que no sabe lo que quiere, que no sería feliz ni tendría familia”. El rechazo hace que cada vez que vuelve a casa en fin de semana o vacaciones, vuelva a invisibilizarse, sin embargo, ahora el contacto constante y la falta de espacios en los que mostrarse tal y como es tiene impacto en su salud mental y le provoca “agotamiento, tristeza y ansiedad”.

Su caso no es el único documentado por la Federación Estatal de Lesbianas, Gais, Trans y Bisexuales (FELGTB), que alerta de la situación de vulnerabilidad que pueden atravesar las personas, en su mayoría jóvenes, que conviven 24 horas al día con familias “que niegan su identidad o rechazan su orientación sexual”. Para atender a esta y otras cuestiones relacionadas con el colectivo LGTBI, la FELGTB ha puesto en marcha un teléfono y una dirección de e-mail, que ha llamado Línea Arcoíris, ante el cierre de los servicios presenciales de información y acompañamiento.

También un grupo de investigadores de varias universidades españolas ha impulsado un estudio para conocer las consecuencias psicosociales que pueden derivar del estado de alarma específicamente en la población LGTBI. Para ello, han lanzado una encuestay, entre otras cosas, evaluarán los efectos de la invisibilidad en el hogar, donde ahora pasamos todo el tiempo. Miguel Ángel López, de la Universidad Rey Juan Carlos, y Lucas Platero, de la Universidad Autónoma de Barcelona, explican que muchos jóvenes que han vuelto a sus casas familiares cuentan relatos similares: que prefieren “no abordar el tema o hablar de ello”, “les preocupa lo que piense el resto”, “sienten rechazo” o dicen que sus familiares “no saben lo que les pasa o no les entienden”, resumen los investigadores.

“Se me está haciendo muy duro”

Jorge no ha utilizado todavía la Línea Arcoíris, pero no lo descarta. Desde el pasado 19 de marzo, el teléfono ha recibido casi 200 consultas, unas cuantas por este motivo. Tampoco lo ha usado Sukaina (nombre ficticio), que vive con su madre, el marido de ésta y su hermana pequeña en una ciudad que prefiere no revelar. A pesar de que sí está fuera del armario en su trabajo como informática y en sus grupos de amigos, ningún miembro de su familia sabe que es lesbiana.

“No lo aceptan. Se han dado situaciones incómodas alguna vez que ha salido el tema, así que simplemente intento no hablar de ello, asentir y listo”, explica Sukaina, que al igual que Jorge se expresa por mensaje. El miedo al rechazo y a que “dejen de hablarme” son los temores que le impiden plantearse dar un paso que, asegura, estará más cerca el día que se independice y deje de vivir con ellos. “De momento tengo que fingir lo que no soy por miedo a que haya algún problema. Estoy acostumbrada, así que supongo que ya no me afecta tanto como antes, pero ahora son 24 horas al día, siete días a la semana”, concluye.

Evitar cualquier tema relacionado con su orientación sexual o con el colectivo LGTBI es también la máxima de Jorge cada vez que está con sus padres, pero especialmente durante este periodo de confinamiento. “En casa estoy viviendo todo lo contrario a la convivencia, es un desgaste continuo por la falta de aceptación”, explica. La cuarentena por coronavirus es para él una especie de encierro interior añadido, un doble confinamiento que en ocasiones le provoca sentimientos de culpa y angustia. “Hablar con naturalidad de lo que soy no me haría sentir un 'bicho raro'. Son mis padres y me quieren a pesar de las ideas preconcebidas, pero no soy libre”, enfatiza.

La diversidad de situaciones documentadas por la FELGTB van desde el rechazo más sutil al más directo. Kai, una persona no binaria y pansexual –atracción afectiva y/o sexual hacia otras personas independientemente de su género–, también está viviendo actualmente una situación de este tipo. Habitualmente reside en Gran Canaria, donde vive con su compañero de piso, pero la declaración del estado de alarma el pasado 14 de marzo le pilló de visita en casa de su madre, que no acepta su identidad y sigue utilizando el nombre y género que le fue asignado al nacer.

“Mis visitas puntuales no llegan a generar mucho conflicto. La negación de mi identidad me afecta psicológicamente y me hace daño, pero lo soportaba porque eran visitas breves. Quiero a mi madre y quiero seguir teniéndola en mi vida”, reflexiona Kai también por Whatsapp. Ahora, el mes de convivencia “se me está haciendo muy duro”, prosigue. Hace poco más de un año que ha salido del armario con su entorno, pero su madre fue la última a la que se lo dijo: “En cuanto a mi orientación, su reacción inicial fue que estaba confundide* y que ya me aclararía. En cuanto a mi género, que eso no existe”.

Las redes de apoyo

El malestar que genera la invisibilidad está siempre presente, pero se reproduce e incrementa de manera extraordinaria durante este periodo, explica el psicólogo Alejandro Alder, que el pasado 3 de abril ofreció una charla online sobre este tema. El experto parte de la variedad de situaciones y vivencias que pueden darse, pero apunta a que el hecho de estar obligados a permanecer en casa en un ambiente discriminatorio “puede aumentar el estrés, la melancolía, el miedo, la tristeza o la sensación de vacío o abandono”.

El rechazo “complica la vida de la persona” que lo está viviendo “haciendo más duro el confinamiento” que ya para cualquiera puede derivar en malestar emocional, prosigue el experto. Por eso, Alder remarca la importancia de contar con una red de personas con las que poder mostrarse abiertamente y expresar sus emociones. La idea es mantener los cuidados también en la distancia, tal y como señala Jorge, que está contando con el apoyo de compañeros de la Asociación Diversas, en la que hace activismo en favor de los derechos de personas LGTBI con diversidad funcional. Sukaina agradece el tiempo de teletrabajo, durante el que logra evadirse, y también el contacto diario con sus amigos: “Me suelo apoyar mucho en ellos, aunque sea a distancia. Es triste pensar que solo puedo ser yo misma a través de una pantalla”.

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