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El laberinto de los niños con una dolencia rara que arrasa el cerebro: hay cura, pero se detecta tarde y entonces ya no sirve

Aitor y Eneko, dos niños diagnosticados con leucodistrofia metacromática a los dos años y medio.

Sofía Pérez Mendoza

1 de marzo de 2025 22:40 h

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Lucía hablaba por los codos con dos años hasta que un día empezó a involucionar: primero en el lenguaje, después en el caminar. En 2001, tras una pila de pruebas y mucha confusión, le diagnosticaron una enfermedad mortal llamada leucodistrofia muscular, una dolencia rara que destruye la sustancia blanca del cerebro y entonces no tenía tratamiento posible. La niña murió a los 12 años.

Hoy la enfermedad sigue siendo poco común –afecta a un niño de cada 40.000– pero las cosas han cambiado: hay disponible una terapia génica financiada por la sanidad pública española desde noviembre. Los pacientes se curan siempre que se aplique cuando no haya síntomas o sean muy leves. Y en este paso, el diagnóstico, se complica todo. Aunque hay un tratamiento eficaz, no está implantado un cribado que permita detectarlo de manera precoz en ninguna comunidad autónoma, así que cuando las pruebas confirman la enfermedad a menudo es demasiado tarde para los niños.

“Tenemos la terapia pero no a niños a quienes aplicársela. Es frustrante que haya posibilidad de diagnóstico, un tratamiento que cura y no podamos acceder a ello”, lamenta Carmen Sever, presidenta de la Asociación Europea de Leucodistrofias en España (ELA-España) y madre de Lucía.

Según los datos que maneja la asociación, que tiene localizados a 14 menores en España con esta dolencia, solo se ha beneficiado de la terapia génica –cuando aún estaba en fase de ensayo clínico, no aprobada ni financiada– un niño cuyo hermano falleció por la misma enfermedad. En este caso fue posible, a través de pruebas genéticas teniendo en cuenta el antecedente, confirmar las extrañas mutaciones nada más nacer y “hoy está muy bien”, confirma Sever, que participó unas jornadas organizadas recientemente por el Hospital Sant Joan de Déu y la Fundación La Caixa. Han pasado ocho años desde entonces.

Un ensayo para frenar la evolución

Aitor y Eneko han cumplido ocho años y son completamente dependientes: no caminan ni se sujetan ni comen solos, pero están vivos gracias a un ensayo clínico, iniciado en el hospital Vall D'Hebron, que retrasa la evolución de la enfermedad aunque no la hace desaparecer. Fueron diagnosticados a los 30 meses. La esperanza media de vida desde que se confirma el diagnóstico de esta enfermedad no suele ser superior a los dos años.

“Cuando veíamos a los compañeros de la guardería de nuestros hijos en bici y bajando por el tobogán nos queríamos morir, ahora lo tenemos más asumido”, cuenta su madre, Lorea Jurado, al otro lado del teléfono. Han tenido que asumir que haya una cura que no sirve para sus niños. “Cuando nacieron no existía el medicamento, pero no entraron en aquel ensayo en Italia porque no tuvimos el diagnóstico. Eso les habría salvado la vida”.

“Es una pescadilla que se muerde la cola. Tenemos el tratamiento más caro que hay en medicina, pero solo es útil cuando lo aplicas en pacientes presintomáticos y eso hoy solo es posible con un hermano anterior fallecido”, expone Domingo González Damuño, presidente de la Asociación Española para el Estudio de los Errores Congénitos en el Metabolismo (AECOM) y pediatra en el Hospital de Valdecilla (Santander).

La Comisión Interministerial de Precios de los Medicamentos del 20 de noviembre de 2024 aprobó la financiación del Libmeldy para niños y niñas “sin manifestaciones clínicas de la enfermedad” o menores “con manifestaciones tempranas que todavía pueden caminar de forma independiente y antes del inicio del deterioro cognitivo”. El Ministerio no hace público cuánto le cuesta el fármaco, aunque el coste de salida, al empezar las negociaciones con Sanidad en 2022, era de 2,47 millones de euros, según publicó El País.

El Instituto de Salud Carlos III acaba de conceder financiación para desarrollar un proyecto piloto, llamada CRINGENES, que permitirá ampliar el cribado a nuevas enfermedades como esta, previsiblemente, señala González Damuño. Hasta ahora, para detectar una patología se busca la sensibilidad en el cribado hacia ciertos marcadores bioquímicos; con este proyecto se pretende “ir directamente a un cribado genómico” que permita detectar aquellas enfermedades para las que no existen estos marcadores pero sí tratamiento.

Las dudas sobre el cribado

Aurora Pujol, genetista del Instituto de Investigación Biomédica de Bellvitge (IDIBELL) y miembro de la Asociación Española de Genética Humana (AEGH), puntualiza que ya hay algunas experiencias en Estados Unidos y algún país europeo en la detección precoz de la leucodistrofia metamórfica porque “es técnicamente factible”.

En España, la ampliación de los cribados que ha aprobado el Ministerio de Sanidad no incluye esta enfermedad rara. “Primero tiene que haber una terapia para que los comités que deciden que el beneficio-riesgo concluyan que el cribado es positivo, este punto es el que más valoran. Y ya hay y está financiado”, sostiene Pujol. González Damuño tiene más dudas: “Hay que disponer de un marcador para evitar falsos positivos y no siempre este es adecuado para el diagnóstico; el valor predictivo tiene que ser muy aquilatado”.

Los menores con esta enfermedad tiene mutaciones en un gen llamado ARSA, responsable de producir una proteína que elimina unos lípidos complejos (sulfátidos). Al no hacer bien su actividad, estos sulfátidos se acumulan e intoxican el cerebro. Destruyen la sustancia blanca –que es más o menos la mitad del órgano– y los nervios periféricos.

¿Cómo actúa el tratamiento? “Permite extraer células sanguíneas de la médula ósea de los pacientes, ponerlas en cultivo e infectarlas con un virus que tiene el gen defectuoso corregido, para después volverlas a infundir”, describe la investigadora Pujol. Se puede comparar con un trasplante de médula, pero mucho menos agresivo: no hay que inmunosuprimir tanto a los pacientes, hay menos efectos secundarios y se despeja el problema del rechazo porque son sus propias células modificadas.

Lo que está pasando con el Libmeldy, el nombre comercial del tratamiento contra esta dolencia rara, recuerda a situaciones previas con otras terapias génicas que generaron grandes expectativas. Pocas, entre ellas Zolgensma y Luxturna, han conseguido desplegar comercialmente. Que sea aplicable a tan pocos pacientes lleva a la industria farmacéutica a imponer precios millonarios y aparecen cautelas por parte de los Estados a la hora de financiarlas.

A pesar de las enormes expectativas generadas, de las 11 terapias génicas para enfermedades raras aprobadas por la Agencia Europea del Medicamento (EMA) desde 2012, solo dos —Zolgensma Luxturna, ambas de Novartis— han logrado un despliegue comercial relevante. El resto, por razones muy variadas, han fracasado, han sido retiradas por estrategias empresariales o buscan todavía la fórmula que garantice su viabilidad económica. “En este caso hablamos de un gran ejemplo de avance científico capaz de curar una enfermedad mortal en niños”, zanja Pujol.

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