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Los primeros en cambiar de sexo legal con la ley trans: “Da miedo que España entre en la ola de los que buscan eliminarnos”

Marta Borraz

27 de junio de 2023 22:54 h

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A las nueve de la mañana del pasado 2 de marzo, Alicia García-Raboso esperaba frente al número 66 de la madrileña calle Pradillo. Las oficinas del Registro Civil estaban a punto de abrir y no quería perder ni un minuto. No era un día cualquiera, era el primero de entrada en vigor de la Ley para la Igualdad real y efectiva de las personas trans y para la garantía de los derechos de las personas LGTBI, la conocida popularmente como Ley Trans, y Alicia se convirtió en una de las primeras personas en ejercer su nuevo derecho y solicitar que en su DNI figure su nombre y una F en la casilla sexo sin aportar informes médicos.

Esta mujer trans madrileña se había dado de alta en el sistema de alertas diarias que el Boletín Oficial del Estado ofrece a la ciudadanía con las novedades legislativas que publica. No se le podía pasar una fecha tan importante. A sus 42 años empezó su transición pública, el año en que estalló la pandemia de coronavirus. Era 2020, pero prefirió esperar para la rectificación registral a que la nueva ley estuviera aprobada. “Con ella somos reconocidas por el Estado como personas válidas, por primera vez no se nos trata como enfermas. Y es que de hecho es todo lo contrario, yo soy una persona mucho más sana y feliz desde que me descubrí a mí misma”, sostiene.

La nueva ley cambió el procedimiento con el que las personas trans pueden modificar su sexo legal en España y acabó con los requisitos médicos –dos años de hormonación y presentar un informe diagnóstico de “disforia de género”– exigidos desde 2007, cuando el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero aprobó la ley de identidad de género. Aquella legislación fue considerada un hito histórico porque hasta entonces solo era posible cambiar los datos tras haberse sometido a una cirugía genital y obtener una sentencia judicial favorable, pero las personas trans seguían reclamando la autodeterminación de género como meta, es decir, que pudiera hacerse únicamente en base a la libre voluntad.

La norma, que nació rodeada de un profundo conflicto político y feminista que aún se mantiene, va a hacer cuatro meses que está en vigor, pero no se sabe hasta cuándo. Las elecciones generales del próximo 23 de julio dibujan un horizonte delicado para los derechos LGTBI ante la posibilidad de que al Partido Popular y Vox les alcancen los números para gobernar. La extrema derecha ha recurrido la ley ante el Tribunal Constitucional y Alberto Núñez Feijóo ya ha anunciado que la derogará. “Es más fácil cambiarse de sexo que sacarse el carnet de conducir”, justificó. Por su parte, en Madrid, Isabel Díaz-Ayuso reformará la ley trans autonómica bajo el pretexto de “no hacer ingeniera social”.

Así arranca este año el Orgullo LGTBI más político, con la vista puesta en reclamar la importancia de los derechos LGTBI y evitar el posible retroceso. Uge Sangil, presidenta de la Federación Estatal de Lesbianas, Gais, Trans y Bisexuales (FELGTB) advierte sobre “el limbo en el que pueden quedar derechos que ahora tienen que implantarse” y llama a mirar hacia afuera, a los países inmersos en una ofensiva antiderechos como Hungría, Polonia, Estados Unidos o Italia, donde la Fiscalía de Padua acaba de ordenar que en las familias de dos mujeres se elimine a las madres no biológicas de las partidas de nacimiento tras una orden del Gobierno ultraderechista de Giorgia Meloni.

“Hay mucha incertidumbre y miedo”

Cambiar el sexo legal con la nueva Ley Trans no es automático. No hay requisitos médicos, pero sí un procedimiento detallado. Una instrucción reciente del Ministerio de Justicia especifica que la comparecencia en el Registro Civil, que es doble, se hará en un espacio reservado e íntimo y las preguntas “se limitarán a las cuestiones necesarias” para verificar la voluntad de la persona. El encargado “velará por que no se produzca fraude de ley o abuso de derecho” y el encargado del Registro deberá informar al solicitante “de las consecuencias jurídicas de la rectificación” y las medidas de asistencia a su disposición.

Alicia, que hizo la primera comparecencia a la que obliga la ley el mismo día que entró en vigor, aún no tiene su nuevo DNI en sus manos. El proceso consta de dos comparecencias separadas por un máximo de tres meses, un mes más para resolver y esperar a que se emita el carnet de identidad. “A mí me ha ido fenomenal, cuando fui los encargados del Registro Civil con toda su buena intención ya tenían un papel con cómo hacerlo todo, pero sé que hay gente que no ha tenido tanta suerte y solo para la primera comparecencia les han citado a meses vista”, explica Alicia.

Es el caso de Ekai Martínez Solano, un joven cordobés de 22 años que no tiene la primera comparecencia hasta el próximo mes de septiembre. Acaba de conseguir un hueco tras llevar desde abril intentando pedir cita sin éxito debido al colapso del Registro Civil de Sevilla, donde estudia Psicología. Teme que una futura derogación de la Ley Trans complique el proceso, o que incluso le obliguen a esperar dos años hormonándose. “Hay mucha mucha incertidumbre, en cualquier momento nos tiran esto para abajo y no sabemos qué podría pasar. Aunque dudo que lo hicieran de un día para otro, el miedo está ahí”, reconoce Ekai.

Miedo es la palabra que también repite Miguel Sáez García, que ya tiene el nombre cambiado pero espera a que le convoquen para la segunda comparecencia para cambiar su sexo legal. La primera la tuvo el 11 de mayo, así que la Administración tiene ahora tres meses de margen. Teme quedarse colgado a mitad de proceso si acabara derogándose la norma, “que me obliguen a ponerme un nombre femenino” o “que me dejen a medio camino”. Sería “muy frustrante”, asegura Miguel, de 31 años. “Yo no estoy obligando a nadie a que se cambie de sexo o nombre pero quien no nos acepta si está prohibiéndomelo a mí”, defiende.

El abogado especializado en derechos LGTBI Saúl Castro describe el escenario en el que podría quedarse España. En caso de que se aprobara una ley cuyo único objetivo fuera derogar la actual, volvería a estar en vigor la anterior, la de 2007, que pedía un informe diagnóstico y dos años de hormonación. En ese caso, “habría una modificación de las reglas aplicables al procedimiento”, por lo que aquellos que estuvieran en marcha se verían sometidos a un cambio. “Los encargados de tramitar las solicitudes en los registros civiles deberían requerir a la persona solicitante para que acreditara los requisitos, y si no lo hiciera, se archivaría”, explica Castro.

Volver a la norma anterior es para las personas trans volver a patologizarlas y a “necesitar que una persona externa valide nuestra identidad como si fuera un examen”, lamenta Miguel, que lleva un año y seis meses hormonándose. Su salida del armario como hombre trans fue anterior, hace unos tres años, pero desde la infancia sabía que algo no iba bien. “Es una historia muy larga, de trabajo con la psicóloga y de búsqueda de mi camino. Empecé en un grupo de apoyo, y ahí no se fomenta la transexualidad ni estas cosas que dicen. De hecho hay gente que va y que ha visto que no es por ahí... Para mí ha sido liberador. Llevo toda la vida sin reconocerme mirándome al espejo y a partir de entonces empecé a verme. Puede ser una tontería y la gente se reirá, pero es así”, cuenta Miguel, que vive en el municipio valenciano de Chirivella.

Un aumento de los discursos de odio

Llevar un nombre y un sexo en el DNI, y por consiguiente en muchos otros documentos e inscripciones oficiales, con el que no te identificas es muy desagradable para las personas trans, que se enfrentan a situaciones incómodas o vergonzosas e incluso violencia y discriminación. A Ekai le ocurre en la Universidad, donde no tiene el nombre ni el sexo cambiado, así que “cada dos por tres” debe explicar la situación o “callar y aguantar”. Alicia anhela poder librarse “de ese viejo nombre” para dejar atrás las “situaciones violentas tanto para mí como para la persona que me atiende” que ha vivido, por ejemplo, en el centro de salud, donde la llamaban en la sala de espera por su nombre de nacimiento y debía levantarse ante las miradas a su alrededor.

Sin embargo, la rectificación registral no es lo único que las personas trans creen que está en juego el próximo 23 de julio. Y de lo mismo advierte Amnistía Internacional, que no solo señala los riesgos de derogar la autodeterminación de género, sino el “aumento de los discursos de odio hacia el colectivo LGTBI”, por lo que ante las próximas elecciones ya ha pedido a los candidatos mantener a nuestro país “junto a los países europeos que respetan derechos LGTBI ” y avanzar en la línea de consolidarlos.

Para Alicia, el problema es que “se han alimentado los discursos de odio contra las personas trans y pensar en un posible retroceso en este sentido haría que se legitimara esa visión, la que directamente aboga por la no existencia de las personas trans, que busca nuestra eliminación y que desaparezcamos del mapa”. Cree que las personas trans están siendo utilizadas “como caballo de batalla de una guerra cultural global y en España hemos conseguido a nivel legal quedarnos del otro lado de la ola, pero da mucho miedo que nuestro país acabe entrando”.

Entre los discursos que acaban impactando directamente en la vida de las personas trans Ekai menciona precisamente el de Feijóo afirmando que es más fácil cambiarse de sexo que sacarse el carnet de conducir. El joven lo califica de “doloroso” y lamenta que haya una parte del discurso público que se centre en banalizar las experiencias trans porque “normalmente seguimos un camino complicado hasta llegar aquí y por mucho que digan no pasa de la noche a la mañana que te levantas un día y dices 'soy trans'”, añade Ekai, que está preocupado porque esta idea “acabe calando en la gente”.

Celebrar las vidas trans

Al contrario de lo que suele pensarse, el proceso para reconocerse tal cual es ha sido complejo y repleto de dudas. “De pequeño ni me lo planteaba, yo pensaba que era un niño, pero no fue hasta los 16 o 17 años cuando lo verbalicé por primera vez”, explica. En el medio, una enfermedad grave le mantuvo “en una burbuja médica” hasta la adolescencia y al salir de ella “me vino de nuevo”, pero “a medida que vas creciendo más piensas que es un problema”. El miedo al rechazo le paralizó, tenía “aversión” a ser trans, pero finalmente fue capaz de decírselo a una amiga en primer lugar y después a su familia. “Mi madre tuvo miedo al principio pero siempre me apoyó, incluso cuando estuve en búsqueda del nombre me hizo un PDF con posibilidades”, afirma el joven.

Alicia también tiene una experiencia positiva en su entorno más cercano. Y eso a pesar de que actualmente no es tan habitual iniciar la transición más allá de los 40, como es su caso. En el banco en el que trabaja lo primero que hizo al volver a la oficina tras la pandemia es ponerse en contacto con el grupo interno LGTBI y a partir de ahí hablar con sus jefes y compañeros e incluso ha impulsado una guía interna para gestionar casos de transición como el suyo que desde entonces se ha usado en alguna otra ocasión con el objetivo de que estas personas sean tratadas internamente independientemente de lo que digan sus documentos legales.

A nivel familiar ha sido parecido. “Ha habido lógicamente un proceso de encajarlo todo, pero no ha sido un drama ni un conflicto. Mi pareja, que es psicóloga, me ayudó a buscar apoyo especializado y ha sido un pilar fundamental”, explica. Su hija, que ahora tiene cuatro años, sabe que se llama Ali y “tiene perfectamente claro que soy una chica” aunque para ella sigue siendo su papá. “El término mamá es de mi pareja, yo no lo quiero. Cuando tengo que llamar al cole y lo digo supongo que se les volará la cabeza”, ríe. La experiencia trans, dice, “es dura” y “en ella hay violencia”, pero “hay cosas positivas y debemos también representarnos como vidas a celebrar”. Y eso a pesar de lo que esté por venir: “No vamos a dejar de existir, hemos existido siempre y lo vamos a seguir haciendo aunque nos resulte más difícil”.

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