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La pesca de un pequeño crustáceo pone en riesgo la creación de la mayor reserva marina del mundo en la Antártida

La explotación de un pequeño crustáceo de apenas seis centímetros, pero creciente interés comercial tiene en vilo la creación de la mayor reserva marina del mundo. La Comisión del Antártico debe decidir en unos días si declara 1,8 millones de km de océano alrededor de la Antártida como reserva marina. La propuesta, que parte de Alemania, supondría convertir el mar de Weddell en un santuario oceánico frente a la pesca industrial, la minería en profundidad o el tráfico marítimo. España apoyará la declaración de reserva marina durante la conferencia que se celebra en Australia del 22 de octubre al 2 de noviembre.

La decisión precisa del consenso de los 29 países con voto –España es uno de ellos–. La reticencia de uno solo ya haría imposible la declaración. La proposición comprende el área marina protegida más grande del mundo en la que, se calcula, habitan 9.000 especies además de jugar un papel primordial en la mitigación del cambio climático: el océano Antártico absorbe más de mil millones de CO cada año. Todo ese gas de efecto invernadero no termina así en la atmósfera empeorando el calentamiento global.

Ballenas, pingüinos, focas, multitud de especies marinas utilizan estas aguas –de los ecosistemas más vírgenes del planeta–. ¿Quiénes dudan en blindarlas? Pues las reticencias vienen desde estados interesados en una especie mucho menos famosa: el krill. La pesca e industria de este crustáceo de pequeño tamaño, y concretamente de la especie antártica (Euphaucea superba), está en expansión. El mercado del aceite de krill superó los 260 millones de euros en 2017. Los analistas le otorgan un crecimiento hasta los 800 millones para 2025. El 60% se dedica a complementos alimenticios por su contenido en ácidos grasos omega 3.

La flota del krill en la Antártida se compone de buques rusos, chinos, surcoreanos, noruegos... Sin embargo, los gobiernos que han mostrado más trabas durante la negociación han sido EEUU y Noruega. Los nórdicos han ido bloqueando las medidas que supusieran un perjuicio para su flota o la restricción de las áreas de aprovechamiento de krill. El bloqueo no se ejerce mediante negativas rotundas sino, más bien, pidiendo moratorias, mayor concreción en los límites del área protegida... que dilatan la postura final.

La Comisión del Antártico explica que la pesquería de esta especie es un ejemplo de sostenibilidad: las capturas máximas permitidas rondan las 600.000 toneladas, “un 1% de la biomasa sin explotar de la especie”, cuentan. La organización Greenpeace publicó hace unos meses, el pasado marzo, una investigación en la que se mostraba, mediante seguimiento de los buques, la expansión de los arrastreros de krill hacia zonas cada vez más sensibles del océano Antártico “más cerca de las costas”, puntualizaba el informe.

El krill está en la base de la cadena alimentaria del mar ya que transforma el plancton vegetal en materia animal. El propio océano austral es una pieza vital en la salud planetaria porque allí se originan fuertes corrientes que llevan nutrientes esenciales al resto de mares.

Cuando el Gobierno alemán realizó la propuesta, el ministro de Pesca y Alimentación, Christian Schmidt, enfatizó la necesidad de mantener el mar de Weddell libre de explotación: “La pesca comercial supondría una gran amenaza”, explicó.

Además de las capturas, la pesca industrial en aguas sensibles lleva aparejados otros riesgos como los derrames de fuel durante los repostajes, el tráfico de cargueros piratas que se llevan cargamentos sin declarar (y que no cuentan para la cuota pesquera), los accidentes navales e, incluso, desembarcos humanos de emergencia en la masa de tierra.

Con todo, la bióloga marina de la ONG, Pilar Marcos, se muestra “moderadamente optimista”. Y destaca que la postura a favor del Gobierno español “es muy importante porque España ha tenido una presencia histórica en la Antártida y arrastra a los países latinoamericanos del Consejo”. Chile también ha avanzado que votará a favor.

La protección ambiental es un proceso lento incluso cuando hay consenso sobre la necesidad de hacerlo. La Comisión Antártica estableció en 2002 que se crearía una red de reservas marinas en el océano que rodea la Antártida. No fue hasta 2011 cuando se identificaron nueve áreas donde establecer los santuarios de esa red. En 2016 se aprobó proteger el mar de Ross cuyo estatus entró en vigor en 2017.

Ahora le toca el turno al mar de Weddell. A diferencia de otros convenios, tratados o acuerdos internacionales, las sesiones que tendrán lugar en la ciudad de Hobart (“capital mundial del krill”) serán a puerta cerrada. Hasta el final de la conferencia no se sabrá si se da el visto bueno al santuario antártico.