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Quién está detrás de OpenAI, la creadora de la inteligencia artificial ChatGPT

Los fundadores y dueños de OpenAI.

Carlos del Castillo

19 de enero de 2023 23:07 h

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“Debido a la sorprendente historia de la inteligencia artificial, es difícil predecir cuándo alcanzará el nivel de los humanos. Cuando llegue, será importante contar con una institución de investigación líder que pueda dar prioridad a un buen resultado para todos por encima de su propio interés. Esperamos que OpenAI se convierta en ese tipo de institución”. Es la carta con la que OpenAI se presentó al mundo en 2015. Ocho años después la organización acaba de lanzar ChatGPT, un sistema de lenguaje natural que se ha convertido en la primera inteligencia artificial de uso masivo de la historia a pesar de que aún está en pruebas.

Los firmantes formaban parte de la flor y nata de Silicon Valley. La cara conocida era Elon Musk, que hoy ya no necesita presentación tras hackear la atención global en 2022. Él se colocó como copresidente y se rodeó de una serie de poderosos inversores que, al contrario que Musk, prefieren el perfil bajo. Reunieron 1.000 millones de dólares y lanzaron los trabajos de OpenAI con un grupo con los mejores investigadores en inteligencia artificial del mundo.

Uno de esos inversores fue Peter Thiel, un viejo conocido de Musk. Ambos se hicieron multimillonarios tras cofundar Paypal en 1998, pero desde entonces han tomado caminos separados. Mientras uno se ha lanzado a negocios tan dispares como las naves espaciales, los coches eléctricos o la neurotecnología, el otro es uno de los responsables directos de buena parte de los problemas de la tecnología digital que hoy el mundo entero debate cómo resolver. Thiel es uno de los padres del negocio publicitario basado en la extracción masiva de datos personales de Facebook, del que fue el primer gran inversor. Después perfeccionó el método para convertir startups en monopolios digitales e incluso plasmó en un libro cómo se ha de “mentir” para conseguirlo.

Thiel es el tipo de empresario capaz de llevar a la quiebra a un medio de comunicación por revelar en un artículo de opinión que es homosexual. “Creo que es importante decir esto: Peter Thiel, el inversor de capital riesgo más inteligente del mundo, es gay. Más poder para él”, decía textualmente la tribuna publicada en Gawker Media. En los últimos años ha participado activamente en política: fue el gran apoyo de Donald Trump en Silicon Valley en su primera carrera presidencial y quiere volver a serlo en la tercera. También aspiró a crear naciones ultraliberales en altamar con una economía basada en las criptomonedas, aunque aquello acabó mucho peor.

Thiel puso el dinero en OpenAI pero no la cara, como es habitual en sus iniciativas empresariales. Ese papel de contrapeso de Musk en la presidencia de la organización recayó sobre Sam Altman, un desarrollador que se hizo rico tras crear una de las primeras aplicaciones para compartir la ubicación con terceros desde teléfonos inteligentes. Eso le llevó a dirigir Y Combinator, una aceleradora de startups que ha impulsado empresas como Airbnb o Dropbox. Una de las principales inversoras de esa firma aceleradora, Jessica Livingston, es también parte del grupo de inversores iniciales de OpenAI. Grupo que cierran Reid Hoffman (cofundador de LinkedIn) y Greg Brockman, un joven ingeniero que se convirtió en su jefe de Tecnología.

Musk abandonó la dirección de OpenAI en 2018 para evitar un conflicto de intereses con Tesla, que entonces ya empezaba a centrarse en los algoritmos de inteligencia artificial que espera que algún día conviertan sus coches en autónomos. El movimiento aupó a la presidencia a Brockman, quedando Altman como CEO.

“Sin fines de lucro”

Musk, Thiel, Altman, Livingston, Hoffman y Brockman configuraron OpenAI como “empresa de investigación en inteligencia artificial sin ánimo de lucro”. “Como organización sin ánimo de lucro, nuestro objetivo es crear valor para todos y no para los accionistas. Se animará encarecidamente a los investigadores a publicar sus trabajos, ya sea en forma de artículos, entradas de blog o código, y nuestras patentes (si las hay) se compartirán con el mundo”, aseguraron en su carta de presentación.

“Los sistemas de IA actuales tienen capacidades impresionantes, pero limitadas. Parece que seguiremos reduciendo sus limitaciones y, en el caso extremo, alcanzarán el rendimiento humano en prácticamente todas las tareas intelectuales. Es difícil imaginar hasta qué punto la IA de nivel humano podría beneficiar a la sociedad, y es igualmente difícil imaginar hasta qué punto podría perjudicarla si se construye o utiliza de forma incorrecta”, recalcaban, reafirmando su voluntad de adelantarse a ese posible uso malicioso y evitarlo.

Como organización sin ánimo de lucro, nuestro objetivo es crear valor para todos y no para los accionistas

OpenAI ha cumplido una parte de esos compromisos. Permite al público conocer el código de algunos de sus desarrollos de inteligencia artificial, que no incluyen solo ChatGPT. La organización tiene otros productos, entre los que destacan DALL-E, que crea imágenes a partir de una descripción; o el modelo GPT, un generador de texto que sirve de base a ChatGPT y que próximamente sacará su cuarta generación. OpenAI confía en que ese sea su primer producto verdaderamente rentable. Porque esa es la parte que no se ha cumplido del propósito inicial de OpenAI: trabajar hacia una inteligencia artificial general sin poner el foco en enriquecer a sus accionistas.

Si dentro de OpenAI sus científicos analizan cómo crear esa inteligencia artificial general, no lo han revelado. Los hechos son que la organización sin ánimo de lucro creó una empresa privada del mismo nombre para comercializar sus avances. También que sus fundadores recurrieron a sus inmejorables conexiones en Silicon Valley para multiplicar el capital inicial y los recursos de esa empresa. El punto de inflexión fue un acuerdo con Microsoft firmado en 2019 por el que la tecnológica invertía 1.000 millones de dólares en OpenAI y le concedía un uso ilimitado de su sistema de computación en la nube Azure para entrenar sus modelos de inteligencia artificial. Esto es una ventaja competitiva clave respecto a sus competidores.

Miles de millones mientras llega la verdadera IA

Hoy en día la inteligencia artificial general que centraba las motivaciones de los fundadores de OpenAI ni está ni se la espera. Los recientes avances no nos acercan a ella tanto como podría parecer, según un gran número de expertos independientes. “La realidad es que ni estamos en el camino hacia el desarrollo de máquinas inteligentes ni sabemos siquiera dónde podría hallarse ese camino”, explica Erik Larson, un científico especialista en computación autor de El mito de la inteligencia artificial (Shackleton Books).

“La IA trabaja con el razonamiento inductivo, procesando conjuntos de datos para predecir resultados, mientras que los humanos no correlacionamos conjuntos de datos: hacemos conjeturas a partir de la información del contexto y de la experiencia. Hoy día no tenemos ni idea de cómo programar en una máquina este tipo de razonamiento basado en la intuición, conocido como razonamiento abductivo”, detalla. El problema, expone Larson (creador de dos empresas de IA financiadas por DARPA, la Agencia de Proyectos de Investigación Avanzados de Defensa de EEUU), es que se ha generado una creencia que defiende que esa inteligencia artificial con capacidades humanas es inevitable y relativamente cercana. Pero se trata de un mito sin base factual.

Esto es algo de lo que advierte el propio CEO de OpenAI tras el desborde de expectativas que ha provocado ChatGPT, que está mucho más cerca de ser una “calculadora de palabras” que una máquina inteligente. En una entrevista publicada este miércoles ha llegado a mostrarse un tanto frustrado por el hype en torno a ChatGPT y GPT-4. Hype no tiene una traducción literal al castellano pero sirve para nombrar las corrientes de entusiasmo o bombo publicitario exagerado. “La gente está rogando que la decepcionen, y lo haremos. El hype es como... No tenemos una AGI [Inteligencia Artificial General] de verdad”, admite Sam Altman.

Altman reconoce además que no tiene ni idea de por qué ChatGPT se ha popularizado de esta manera, alcanzando el millón de usuarios tan solo cinco días después de su lanzamiento en noviembre. “Puedo entender por qué DALL-E sorprendió a la gente, pero estaba realmente confundido sobre por qué ChatGPT lo hizo. Sacamos GPT-3 hace casi tres años, lo pusimos en una API y la actualización incremental de eso a ChatGPT debería haber sido predecible. Quiero hacer más introspección sobre por qué estaba mal ubicado en eso”.

Aunque ni su CEO llegue a comprender muy bien el proceso detrás de ello, ChatGPT ha catapultado a OpenAI al rango de las tecnológicas más cotizadas. Microsoft quiere aprovechar su apuesta inicial para que nadie se le adelante y ha filtrado que invertirá otros 10.000 millones de dólares en la empresa. Esto ha elevado la valoración de OpenAI en miles de millones dólares. La multinacional fundada por Bill Gates va a efectuar esa inversión incluso en un contexto de recortes, ya que este mismo miércoles ha anunciado que despedirá al 5% de su plantilla (10.000 empleados) por la desaceleración del negocio digital tras la pandemia. Las indemnizaciones le van a costar 1.200 millones de dólares.

Ese crecimiento no se ha sustentado solo en notables avances científicos sino también sobre prácticas cuestionables. Este jueves la revista Time ha revelado que OpenAI subcontrató a trabajadores en Kenia a los que pagaba un euro la hora para que marcaran las respuestas “tóxicas” de ChatGPT durante su entrenamiento. Varios de ellos han expresado que esto derivó en problemas de salud mental por estar sometidos a leer respuestas de la máquina en las que describía actos violentos, abusos o racismo. La naturaleza traumática del trabajo provocó que su empresa cancelara sus relaciones con OpenAI en febrero de 2022, ocho meses antes de lo previsto.

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