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Baloncesto y rivalidad festiva

Andamos revolucionados en Málaga porque el Unicaja ganó el domingo pasado la Copa del Rey de Baloncesto, la tercera en su historia, y la segunda en tres años. Es esta una competición única, con un formato inigualable. Durante cuatro días la disputan los ocho primeros equipos de la primera vuelta de la liga. El graderío del pabellón, por tanto, se parcela en ocho áreas que acogen a las correspondientes aficiones. Durante esos cuatro días esas aficiones abarrotan la ciudad de acogida, en este caso Las Palmas de Gran Canaria. El centro es un fiesta perpetua. La organización programa actividades de todo tipo: musicales, djs, torneos de street basket, exposiciones, partidos de críos e incluso otra competición paralela, la mini Copa.
Si en las calles las aficiones se unen, después, en el pabellón, se “hermanan” con otra cuando su equipo cae derrotado, a ser posible con una que no sea la del Barça ni el Real Madrid. Las imágenes que han ofrecido las redes de la ACB de los momentos previos a los partidos son increíblemente emocionantes. Una colorida riada de 15.000 personas, ataviadas con las camisetas de sus equipos y disfraces, que para eso estamos en los albores del carnaval canario, avanzaban por el parque de San Telmo y la calle de Triana. El ritmo lo marcaban las charangas, en especial la de Los Mihitas, la del Unicaja, que es la mejor del país, con permiso del Baskonia, que en esta edición no se clasificó. Aficionados de otros equipos, como digo normalmente ajenos al Barça y el Real Madrid, intercambian bufandas, comparten bebidas e incluso cantan los himnos rivales. Yo mismo he estado en esas tesituras hace mil años, en Barcelona, cuando el Unicaja atravesaba uno de sus peores momentos, y acabé “hermanándome” con la afición del Fuenlabrada y la del Baskonia.
Eso debería ser el deporte, ¿no? Eso debería suponer un encuentro entre aficiones, ¿verdad? No resulta tan difícil, claro que no. Lo vemos cada año en una competición del máximo nivel, de la mejor élite, y siempre se repiten escenas parecidas. Sin ultras, sin agresiones, sin cánticos racistas, sin saludos romanos. Sin testosterona. Ocho aficiones juntas, máxima rivalidad durante cuatro días.
Me dio coraje, lo reconozco. No se merecía esa alegría. Su actitud en el pasado le hace cómplice de la violencia en el deporte, y es algo que no soporto, algo con lo que no entiendo las medias tintas. Lo que estaba presenciando en Las Palmas de Gran Canaria era exactamente lo contrario a lo que denotaba su tibieza en aquel asesinato
Pudimos incluso ver a nuestro octogenario alcalde dando botes en la grada. Es el mismo alcalde que representa a un Ayuntamiento copropietario de La Rosaleda, el estadio de fútbol del equipo de la ciudad. Pese a ello, se negó de forma reiterada a exigir al Málaga CF una limpieza entre su hinchada cuando se confirmó que varios miembros del Frente Bokerón habían asesinado a Pablo Podadera, un joven que medió en una discusión a la salida de un pub. Intentar poner paz le costó la vida a manos de ultras del equipo de fútbol. De la Torre no veía nada anómalo en que fueran orgullosos miembros de una hinchada supremacista y violenta que cada domingo ocupan las gradas de un estadio que en parte pagamos toda la ciudadanía malagueña. Me acordé de ello viendo al alcalde disfrutar de aquel ambiente en el Gran Canaria Arena.
Me dio coraje, lo reconozco. No se merecía esa alegría. Su actitud en el pasado le hace cómplice de la violencia en el deporte, y es algo que no soporto, algo con lo que no entiendo las medias tintas. Lo que estaba presenciando en Las Palmas de Gran Canaria era exactamente lo contrario a lo que denotaba su tibieza en aquel asesinato. Era exactamente lo contrario a lo que queremos quienes tenemos hijas o sobrinas que compiten en algún deporte. Yo tengo dos sobrinas que ya están en el baloncesto, y a la mayor le envío continuamente vídeos como los de esta última Copa. Y hay rivalidad, y tensión, y exigencia en sus partidos, y a veces en la grada. Pero jamás nada que nos haga olvidar que el deporte es una fiesta de respeto y alegría coral.
Por eso, nuestro alcalde no se merecía el palco.
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