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Lo que el PIB no te cuenta

Trabajadores en la fábrica de Ford en Almussafes, en una foto de archivo.

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La forma tradicional de evaluar la situación de un país es mediante el análisis del famoso Producto Interior Bruto o “PIB”. Todos los organismos internacionales, como el Fondo Monetario Internacional, pasando por los Bancos Centrales, y los diferentes Ministerios de Economía, realizan sus predicciones sobre como va a evolucionar el PIB. Un aumento del PIB se considera que es la señal de que “todo va bien”; de igual forma, un crecimiento por debajo de lo esperado se recibe como una noticia apocalíptica.

Sin embargo, Simon Kuznets, economista encargado de diseñar este indicador, ya advertía de que esta medición era contable, es decir era una estimación monetaria del volumen de la producción que se intercambia en el mercado, pero no del bienestar. ¿Por qué entonces es una referencia mundial al que organizaciones, políticos y ciudadanía prestan pleitesía? El éxito se fundamenta en la simplicidad del mensaje, con una única cifra se puede realizar conclusiones sobre si en un país se está produciendo más, bajo el supuesto implícito, que esto es suficiente para asegurar la prosperidad de una sociedad.

El PIB deja fuera información muy valiosa: da igual si se producen servicios educativos o el fomento del juego, investigación en vacunas o en armamento

La cuestión es que el PIB deja fuera información muy valiosa. En primer lugar, todo aquello que no se compre o venda en el mercado no se evalúa (excepto los servicios públicos que se contabilizan según sus costes de producción). Por ejemplo, si llevas a tu vecino al trabajo de forma gratuita no cuenta para el PIB, pero en el caso de que ese viaje se haya realizado en UBER o taxi, aparece reflejado en el PIB.

En segundo lugar, no discrimina sobre qué es lo que se produce, dando igual si son servicios educativos o el fomento del juego, investigación en vacunas o en armamento. Aplicando la lógica de cuantificar lo que se comercia, la prostitución y el comercio de drogas, actividades consideradas ilegales en el caso de España, deberían formar parte del PIB.

En tercer lugar, no tiene en cuenta cómo se produce, la contaminación que genera, las condiciones laborales o los químicos que incorpora. Se llega a una situación tan contradictoria en que un desastre ecológico, como puede ser una marea negra generada por el hundimiento de un petrolero, exige contratar personal, maquinaria, etc. para los servicios de limpieza, y por tanto aumentará el PIB, a pesar del deterioro de la calidad del agua del mar, la desaparición de especies marinas o los efectos nocivos sobre la salud humana. Asimismo, un programa educativo que mejore la salud mental y reduzca el uso de ansiolíticos, tiene como efecto “secundario” una reducción del PIB. El PIB tampoco contabiliza un elemento fundamental como es el exceso de uso de recursos naturales, que limita la producción para las generaciones futuras.

En cuarto lugar, tampoco nos cuenta quién disfruta de esa producción. Uno de los mantras más repetidos en las esferas de poder económicos es que el creador de la riqueza es el empresario y que la creación de empresas es suficiente para asegurar la prosperidad del resto de la población. Una promesa teórica iluminó ese camino: si se bajaban impuestos a los ricos, se acabaría beneficiando también al resto de la población, porque ese dinero se invertiría, impulsando así la economía, los puestos de trabajo y los salarios.

La reducción de impuestos ha tenido como efecto que los ricos sean más ricos y que la gran mayoría de la población haya mantenido, con suerte, el nivel de vida de hace veinte años; en el peor de los casos, la clase media se está reduciendo

Esta frase se ha repetido en la práctica política desde los tiempos de Tatcher y Reagan (ya ha llovido), pero se sigue escuchando de forma machacona. Otro mensaje que continuamente se difunde en las redes sociales entre la gente joven: invierte hoy y conviértete en millonario en dos días… sólo con dos euros. Es un mensaje que ha calado. Sin embargo, los datos son contundentes. Si tiene curiosidad puede consultar la página World Inequality Database: la reducción de los impuestos han tenido como efecto que los ricos sean más ricos y que la clase trabajadora, es decir la gran mayoría de la población, haya mantenido, con suerte, el nivel de vida de hace veinte años; en el peor de los casos, la clase media se está reduciendo.

Todo este proceso está llevando a un aumento de la desigualdad. Así, la revista FORBES en junio de 2024 indicaba que las 10 personas más ricas del mundo habían incrementado su patrimonio en 31.000 millones de dólares en un mes, frente a más de 800 millones de personas que no tiene más de 60 euros al mes para vivir. Mi paga, y supongo que la de ustedes se queda un poco lejos de la cifra de estos señores millonarios.

En resumen, que aumente el PIB de una economía no significa que en ese país se viva mejor. Existen diferentes propuestas alternativas al PIB para medir “cómo de bien va un país”. Esas otras propuestas se centran precisamente en las cuestiones importantes de la vida. Podemos discutir mucho cuáles son para cada uno de nosotros esas cuestiones importantes, pero cuando llegó el COVID estuvo muy claro para todos que existen servicios esenciales, y otros que no lo son. Esas otras medidas alternativas que miden directamente los aspectos importantes de la vida las contaré en el próximo artículo, porque como afirma el economista y premio Nobel de Economía, Joseph Stiglitz: “si no mides lo correcto, difícilmente puedes hacer lo correcto”.

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