Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
Miedo a vuestro miedo
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En general, el miedo me da miedo. Esa emoción tan humana —la del miedo, digo— cuando es explotada por alguien externo y se apodera del resto de nuestras emociones se convierte en una cárcel terrible desde la que podemos dirigir operaciones de terrorismo selectivo o de inmundicia masiva. Me da mucho miedo el miedo a las personas diferentes porque siempre es desde fuera que se determina quiénes de esos diferentes son una amenaza, quiénes nos deben dar miedo y a quiénes perdonamos su existencia.
Hubo un tiempo en que se tenía miedo a los anarquistas, a los buhoneros, a los comunistas, a los rockeros, a los hippies, a los que hablaban aljamía o a los que vivían en tierras sin propiedad, a los homosexuales o a las mujeres que estudiaban, a los judíos o a las mujeres libres llamadas brujas, a los cirujanos en tiempos del dios omnipotente o a los albinos o a los gitanos o… qué más da. Siempre alguien nos ha dicho a quién debemos tenerle miedo y, para que no tengamos reparos en perseguir, ignorar, torturar o encarcelar, se ha presentado a los diferentes como “fenómenos”, seres poco humanos que amenazaban nuestra integridad, nuestro cuerpo y/o nuestra esencia (apellídenla como quieran: nacional, espiritual, racional…).
Ahora, el miedo se centra en la diversidad que no controlamos. A la diversidad que podemos mangonear la infantilizamos y la consideramos “cuidable” (ciertos tipos “aceptados” de diversidad funcional, por ejemplo). A las que no controlamos o a las que exige sus derechos y, por lo tanto, cuestionan nuestros privilegios, por minoritarias que sean numéricamente, la mostramos como animales inferiores que nos deben dar miedo.
Esa emoción tan humana como es el miedo, cuando es explotada por alguien externo y se apodera del resto de nuestras emociones se convierte en una cárcel terrible desde la que podemos dirigir operaciones de terrorismo selectivo o de inmundicia masiva
En el Parlamento de Cantabria se ha escenificado una de esas narrativas del miedo. Los hombres y las mujeres-función-hombre de una parte importante del arco parlamentario han votado a favor de prohibir a las mujeres trans competir en el deporte profesional (mientras jueguen por divertirse como amateur parece que no hay problema). No les prohíben comprar libros, vivienda, zapatos de tacón o vino —de momento— pero sí que se les quiere sacar de los terrenos de competencia entre equivalentes y, ante todo, de los espacios de visibilización.
También me dan miedo las últimas estadísticas que reflejan el rechazo a las personas inmigrantes que son buenas mientras recogen fresas, cuidan de personas dependientes sin contrato o limpian baños y escaleras, pero siempre que sean invisibles y no amenacen nuestra “normalidad”. De estas estadísticas a estos presidentes ultra.
Tú miedo, su miedo, me da miedo. El miedo a la diversidad muta en función de determinados intereses que ahora —gracias a Trump y su tremenda corte— tienen rostro más evidente. Y en nuestro tiempo hacemos un giro histórico para volver a tener miedo al “bárbaro incivilizado” y al que cuestiona “nuestra” sexualidad y “nuestros” patrones de género normativos. Maldita norma. El miedo a las personas inmigrantes lo puedo entender… es fácil de inocular, son un “otro” visible en calles, en espacios laborales y en edificios.
La inquina contra las personas trans me cuesta más de situar. Porcentualmente son tan pocas personas, siguen tan invisibilizadas en nuestra sociedad, viven procesos personales de transición tan dolorosos, que no entiendo cómo alguien puede considerarlas una amenaza. Bueno, excepto que nos metamos a analizar subconscientes, miedos telúricos e incapacidades para mirarnos a los espejos de cuerpo y alma. De ahí debe provenir ese miedo al que tengo tanto miedo.
Tomo nota de la votación en el Parlamento cántabro. Algunos de los votantes en contra de las mujeres trans hubieran aprobado leyes contra la homosexualidad hace unas pocas décadas. Ahora, que ellos sí han normalizado más o menos el hecho de ser hombre homosexual (lo demás les sigue molestando) y presumen de esa diversidad en el seno de sus partidos, no pueden permitir que haya más “raros” en su triste y amenazada burbuja de normalidad. Me dan miedo, es verdad, pero también me dan pena. Pobre quien no sepa convivir con sus equivalentes. Pobre alma la que no entienda que respetar la diversidad no te obliga a ser diferente.
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