Espacio de divulgación científica y tecnológica patrocinado por la Universidad de Alcalá (UAH), con el objetivo de acercar el conocimiento y la investigación a la ciudadanía y generar cultura de ciencia
¿Qué sabemos de las intolerancias alimentarias?: “Hay que avanzar hacia la personalización en el diagnóstico”
Las intolerancias alimentarias son reacciones adversas que se producen principalmente al ingerir un alimento. Afectan a las personas que tienen déficit congénito de enzimas o dificultades para absorber algún tipo de nutriente a nivel intestinal. Pero son mucho más.
De entrada, “es importante que no las confundamos con las alergias alimentarias”, señala Edwin Fernández Cruz, doctor en Farmacia y profesor de la Universidad de Alcalá (UAH). Y es que, cuando hablamos de alergia, el sistema inmune se ve involucrado. Eso no ocurre con las intolerancias hacia los alimentos.
El especialista en nutrición humana y dietética añade que “las intolerancias más comunes no tienen riesgo mortal, aunque sí suponen una disminución en la calidad de vida de la persona. En el caso de las alergias sí lo hay”.
Los tipos de intolerancia alimentaria
La predisposición genética de cada individuo favorecerá el desarrollo de las intolerancias hacia ciertos alimentos. Influyen factores como el sexo, la etnia y otros aspectos que provocarán que aparezcan, antes o después. “Por ejemplo, la intolerancia a la lactosa no emerge al menos hasta la etapa adolescente o adulta. En otros casos surgen en la etapa pediátrica y el abordaje suele ser más prematuro”.
Podemos hablar de tres tipos de intolerancias. Por un lado, está las de tipo enzimático que pueden producirse en el intestino o en el hígado. En el primer caso ocurre cuando la persona en cuestión carece en su intestino de la enzima que le permite digerir ciertos productos, antes de que pasen al colon, donde la fermentación causará síntomas gastrointestinales relacionados con la intolerancia.
Las intolerancias enzimáticas que tienen que ver con el hígado son patologías congénitas. “No aparecen en una etapa concreta de la vida, sino que se nace con esa condición”, explica el experto. Es el caso, por ejemplo, de la intolerancia hereditaria a la fructosa (IHF). “Faltan enzimas hepáticas y eso impide que la fructosa pueda transformarse en otros metabolitos para mantener la homeostasis”, aquella que permite condiciones estables en el organismo. La acumulación de metabolitos que usa nuestro cuerpo para digerir y asimilar los alimentos, tendrá entonces un impacto negativo en la salud.
El segundo tipo son las intolerancias farmacológicas o químicas. Están muy relacionadas con la reacción a la histamina de la que dispone nuestro organismo para, entre otras cosas, regular las funciones habituales del estómago. “Puede haber un problema de metabolización que provoque una reacción química, con efectos más allá del sistema digestivo”.
Finalmente, hay intolerancias alimentarias indeterminadas. “No sabemos cómo funcionan. Por ejemplo, pero suelen estar relacionadas con sustancias de metabolismo poco conocido como los aditivos que no siempre son de origen natural”.
¿Es fácil detectarlas?
Cuando hablamos de nuestro sistema intestinal, percatarse de que somos víctimas de una reacción adversa a los alimentos siempre tendrá que ver con el malestar tras las comidas, pero detrás de eso hay muchas variantes. “No podemos confundir una intolerancia con la presencia de una patología de carácter autoinmune como la enfermedad de Crohn, o un síndrome de colon irritable, aunque las molestias intestinales son comunes en todas ellas”.
En el caso de intolerancias congénitas vinculadas a enzimas hepáticas, hoy en día es posible detectarlas en la llamada ‘Prueba del Talón’ que se realiza a los recién nacidos. “Ya sabemos lo que puede pasar y se ponen medidas dietéticas desde ese momento”.
Para las que tienen un origen químico, como la intolerancia a la histamina, recomienda pensar en el tipo de alimentos que tomamos, con especial atención al chocolate, el marisco, frutas y verduras. Sin embargo, el experto reconoce que “el diagnóstico es más complejo y quizá debemos plantearnos acudir a la consulta médica para un mejor abordaje a nivel clínico”.
No obstante, Edwin Fernández Cruz apunta que hay mucho que mejorar en cuanto al diagnóstico. Las que tienen un abordaje precoz siempre son las asociadas al hígado por las graves consecuencias en la falta de diagnóstico, mientras que las que cursan con molestias gastrointestinales utilizan la prueba del hidrógeno espirado, análisis de sangre o pruebas basadas en test genéticos para su detección. .
“No está muy claro como detectar las intolerancias químicas. Es posible usar metabolitos como biomarcadores [sustancias que se emplean para el diagnóstico] pero no es sencillo”. En cuanto a las intolerancias alimentarias no determinadas todavía no existen medios estandarizados para saber cuál es su origen o cómo se producen, reconoce, ya que a veces se utiliza como ‘cajón desastre’ para describir intolerancias alimentarias poco definidas.
Crece el número de afectados por lo que está sucediendo a nivel ambiental. Los factores externos pueden modular la respuesta de nuestro cuerpo a los estímulos, desde el cambio climático al abuso de los alimentos ultraprocesados
A nivel epidemiológico, tampoco hay estudios que determinen el número real de personas en nuestro país afectadas por intolerancias alimentarias. “Si me sienta mal la leche, dejaré de tomarla sin acudir al médico. Eso va ligado a que, como no hay riesgo para la salud, suele resolverse fuera de la consulta. No hay datos oficiales de las personas intolerantes, solo de las que acuden a consulta”.
Lo que sí se sabe es que crece el número de afectados “por lo que está sucediendo a nivel ambiental. Los factores externos pueden modular la respuesta de nuestro cuerpo a los estímulos, desde el cambio climático a la introducción de los alimentos ultraprocesados”.
La comida y los efectos placebo/nocebo
Las expectativas de cada persona respecto a la comida también pueden relacionarse con las intolerancias. Se habla del efecto placebo que produce comer algo que gusta y que sienta bien y también de lo contrario, el llamado efecto nocebo.
Dentro del ‘cajón de sastre’ de las intolerancias alimentarias, las más desconocidas, están las que tienen un origen psicológico. En ocasiones, las personas pueden llegar a sentirse mal si piensan que un determinado alimento les sentará mal. “A veces somos nosotros mismos los que generamos una auto respuesta de nuestro sistema que al final se convierte en realidad, pero no porque tengamos un problema fisiológico. Es sugestión”.
Las consecuencias de sufrir intolerancia
Las intolerancias relacionadas con el aparato digestivo pueden mermar la calidad de vida. A largo plazo, señala Edwin Fernández-Cruz, “es posible que nuestro intestino o nuestro colon sea más sensible a otros alimentos que también nos pueden empezar a sentar mal”.
La falta de enzimas en el hígado o a nivel celular puede tener peores consecuencias que van desde el retraso neurológico, en el crecimiento e incluso pueden llevar a la muerte si no se diagnostican a tiempo.
En el caso de las intolerancias químicas no solo afectan al aparato digestivo. Puede tener consecuencias neurológicas o en la piel. “Irá más allá de una mala digestión, de ahí que sea importante un diagnóstico confiable”. Respecto a las intolerancias indeterminadas recomienda precaución a la hora de elegir los alimentos, ya que una restricción severa de alimentos procesados o ultraprocesados también puede repercutir negativamente en la calidad de vida a nivel social.
El sistema sanitario actual no solo tiene que reducir los tiempos de espera para las consultas con los gastroenterólogos, sino también incorporar a los dietistas-nutricionistas
En este campo, los científicos trabajan para mejorar la capacidad de predecir y diagnosticar. Ya se han incorporado técnicas de big data e inteligencia artificial, pero este especialista cree que se trata sobre todo de “avanzar hacia la personalización en el diagnóstico para que cada persona reciba el tratamiento que realmente necesita”. Y para eso cree que “el sistema sanitario actual no solo tiene que reducir los tiempos de espera para las consultas con los gastroenterólogos, sino también incorporar a los dietistas-nutricionistas”.
En todo caso, el tratamiento en las intolerancias debe ser lo más personalizado posible, aunque el más habitual es la evitación o reducción de los alimentos que generan malestar. “En cualquier intolerancia sería muy útil conocer factores predisponentes para disminuir el impacto sobre la calidad de vida y evitar que su aparición se prolongue por una falta de diagnóstico. En las intolerancias más habituales, la persona debe conocer siempre su umbral de tolerancia” y pedir consejo profesional para seguir una alimentación equilibrada y que no se produzcan déficits a nivel nutricional.
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