La Élite, el grupo de punk macarra y hedonista: “No creemos mucho en la política, pero sí tenemos unos valores”
De las comisarías, los bailes, las tascas y las calamidades de Un, dos, tres ¡mueve los pies! (1990) de Seguridad Social al desencanto generacional y el ateísmo sociopolítico de Anti-todo (1986) de Eskorbuto. Ahí, en esa horquilla ideológica, se mueve La Élite, dupla de punk electrónico formada por Nil Roig (Yung Prado) y David Burgués (Diosito). Más ácratas que anarquistas, más Sex Pistols que The Clash, aunque ellos afirmen decantarse por los últimos. “No tenemos jefes, vivimos en libertad”, dicen en Gatos callejeros, una de sus últimas composiciones.
Lo suyo es el goce extático y la socarronería por encima de cualquier tipo de concienciación o activismo. “No estamos muy al día de la política parlamentaria, ni de forma activa ni somos partícipes de ella. Es una cosa que nos da bastante igual”, dice David. Nil puntualiza: “No creemos mucho en la política pero sí que tenemos unos valores”. Tampoco parecen estar muy pendientes de las redes sociales. “No sabemos usarlas muy bien. Están evolucionando tan rápido que se necesita subir un montón de contenido. Y esto es como un agujero negro que si tú le vas dando, quiere más y más y más. Nosotros vamos subiendo pocas cosas. Como nos funciona, seguimos así, lo que también nos supone menos trabajo. Además, queda un poquito más misterioso”, aclara David.
Nil y David dicen conocerse de sus días de biberón en el pueblo familiar de Alguaire (Lleida). Dieron forma a su proyecto un verano de trabajos precarios y tardes tediosas hace ahora 9 años. Su único contacto con la educación musical formal fue la recibida en el coro del instituto, sorprendente anotación en el currículum de una banda de filosofía punk. “Nos encanta la música desde pequeños. Y, al final, uno siempre tiene esa tendencia a hacer lo que le gusta. Te haces con algún instrumento, aprendes cuatro acordes y poco a poco va cogiendo complejidad el asunto”, dice David sobre aquel tiempo en que empezaron a trastear, con cuatro cosillas, en el garaje de Nil. Ellos dos solos. Sin bajo ni batería. Y no tanto por la dificultad para ponerse de acuerdo con más gente –algo que han deslizado en alguna entrevista–, sino porque la realidad se imponía: “No teníamos ningún amigo que fuese bajista o batería Y con los que éramos, tiramos”, afirma David.
Punk con sintetizadores pero sin ínfulas
Es la suya una propuesta sencilla, conceptualmente destilada como punk pero dispensada en un embalaje sónico de sintes y cajas de ritmo. Aunque no exclusivamente. La Élite no puede enarbolar ese We Don’t Play Guitars de las Chicks on Speed porque en su caso sí hay guitarras. Se manejan lo justo, dicen. Publican ahora Escaleras al cielo (Discos GELE, 2024), continuación de un primer álbum con el que se arrogaban con irreverente pretenciosidad la etiqueta de “Nuevo punk” (Montgrí, 2022) de la misma forma en que eligieron nombre. “Era por hacer el memo. Siempre nos ha gustado hacer un poquito el payaso. Era para provocar a la gente que decía que no era tan nuevo lo que hacíamos.”, explica Nil.
En cualquier caso, despacharlos desde la simpleza de un par de términos no les hace justicia. Ellos no se cierran a nada. Al nuevo artefacto con once temas de electrizante punk sintético le caben matices urbanos, hip hop, trap, ska, pop, hyperpop y hasta jazz. Nil, de hecho, hace alarde de ello en una exquisita recopilación –Jazz de bañera– disponible en su perfil de Spotify. Son gente de actitud desprejuiciada. Ni rastro de alzamiento finolis de meñique al nombrar a La Oreja de Van Gogh, Amaral, Jeanette, Russian Red y hasta los “verano mix” dosmileros entre sus influencias. Lo mismo se cuadran ante propuestas más actuales –lo que ellos llaman “la movida inglesa” de Idles o Fontaines D.C.– que ante sonidos ochenteros, sean del punk radical de gritos malcarados –Eskorbuto y Cicatriz–, como del más oscuro postpunk: prueba de ello, sus versiones de She´s lost control de Joy Division o de Autosuficiencia de Parálisis Permanente.
Y entre esos once temas, una repesca de sus primeras maquetas. “En aquella época, todo lo hacíamos muy de colgarlo rápido y dejarlo ahí. Y hay canciones que están muy guapas y nos mola darles una nueva vida”, comenta David, a lo que Nil añade: “también nos venía bien por el Apretaditos Tour de este año, en el que pusimos las entradas a un euro. Nos salía redonda la jugada”. Se trata de Vida de 1€, publicada originalmente en 2019, y relanzada para la gira de cuatro salas pequeñas que emprendieron en febrero con la ayuda de Jägermeister.
Nueva discográfica para la escena synth-punk
También estrenan sello. Abandonan el protectorado Montgrí de sus paisanos Cala Vento para lanzarse a una nueva e ilusionante aventura llamada Discos GELE (Grabaciones Electrónica La Élite) y que, desde Tárrega, busca dinamizar una escena afín. Siempre apostando por la autogestión, pasan del DIY (hazlo tú mismo) al DIWO (hazlo con otros). “Lo más importante es aportar algo a nivel cultural y hacer más grande la escena de ser posible. Hay grupos de nuestro estilo que suelen fichar por sellos más genéricos y nosotros pretendemos ayudarles sin firmar contratos súperabusivos. Intentamos no perder dinero, claro, pero la idea es ayudar”, comenta David. De momento, ya tienen en catálogo a la madrileña Infanta, a los argentinos Mecha Corta y a los sabadellenses Los Pintaos. Con estos últimos acaban de publicar Forasteros, un enérgico tema de iconografía western (sheriff, caballos, whiskey y desierto) en el que combinan y agitan el descaro natural de ambas formaciones.
Se nos ha presionado a los de nuestra generación, desde pequeños, a tener un trabajo digno, a tener estudios y está todo tan precario que al final pierdes la ilusión
Una práctica nada inusual en La Élite: las colaboraciones forman parte de su idiosincrática joie de vivre. Tanto dan, como reciben: lo mismo graban con Mujeres –Cardio y caladas– o con Rojuu –Hijo de Puta–, como cuentan con Diego Ibañez (Carolina Durante) para Plan de mierda o con Nerve Agent para Frank Cuesta. “Poder trabajar con gente que admiras profesionalmente y que, en nuestro caso, por suerte, también son colegas es muy guay. Nos gusta lo de juntar ideas y que fluyan de forma supernatural. Y además, siendo solo dos, cuando en un tema somos cuatro, también es muy divertido” apunta David. Sin subestimar, tampoco, el enriquecedor aporte que hacen al conjunto, añade Nil: “al final es trabajar con gente variada para explorar nuevos caminos y, sobre todo, pasarlo bien”.
La juerga como bandera
Su macarrismo punk es un canto al hedonismo de esparcimiento y juerga nocturna reforzado por el empleo de sonidos que evocan las pretéritas composiciones 8 bits de videojuegos como Super Mario Bros, Donkey Kong o Double Dragon. “Está grabado a 24 bits. Pero como se usan ondas cuadradas del oscilador, le da como este efecto. Son recursos que tenemos y usamos porque nos mola esta simplicidad de sonidos para contar cosas simples y que, al final, resulte divertido y bailable”, señala Nil.
Es la expresión de un nihilismo crudo, entre derrotista e irracional pero fundamentalmente escapista. Léase la falta de futuro en Bailando –lo más parecido a un hit con millón y medio de escuchas en Spotify– o en las recientes Gran noche u Otra noche más, esta última erigida en himno pop de los de brindar con tercios. “Se nos ha presionado a los de nuestra generación, desde pequeños, a tener un trabajo digno, a tener estudios y está todo tan precario que al final pierdes la ilusión y lo único que quieres es salir de esta realidad que te obliga”, explica Nil.
“Todo lo que sea fiestecilla popular es lo nuestro”, sentencia David. Pero, además de esa invitación troncal al despiporre, sus letras también dan cuenta de fechorías y problemas con la autoridad –Frank Cuesta–, la vida en el suburbio –Gatos callejeros– o la exaltación de la amistad con cierto componente de clase –Boulevar Boeis–. Mención aparte, el romanticismo (auto)destructivo del que alardean en Otra noche más, Me despido de ti, Aléjate de mi –tratado apologético del canallita irredento– o Cucaracha sexy que, a medias con Mda, está trufada de referencias a la fatalidad: trágicas como Sid Vicious en el Hotel Chelsea, entrañables como el eterno perdedor de Me llamo Earl o directamente importadas de Joy Division, “el amor nos separará, el amor nos separará de nuevo”.
No es de extrañar, por tanto, que el medio natural de esta desfasadísima propuesta sea el directo. Punk a golpe de sintetizador sobre el escenario. Pogo enloquecido, en respuesta, entre el público. Y las posibilidades de verlos este verano no son pocas: el 20 julio estarán en Nits d’Estiu de Elx, el 2 de agosto en Bueu Sonrias Baixas de Bueu (Pontevedra), el 8 de septiempre en el Luna Fest de Coimbra (Portugal), el 27 de septiembre en el FSTVL B de Barcelona y el 5 de octubre en el Murallón de Son de Pontevedra. A partir de entonces, iniciarán una gira por salas. Pero no solo eso. “Puede que saquemos música nueva antes de terminar el año. Y para el próximo estamos preparando una gira un poco más grande, pero aún está un poquito verde”, anuncia Nil. Visto así, les quedan noches y noches de rabiosa farra.
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