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El instrumento en peligro de extinción que podrías tener en casa y que no se construye desde hace más de 50 años

Fábrica de pianos Pleyel en Francia

Francisco Gámiz

16 de marzo de 2025 22:52 h

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En algún momento a lo largo de la década de los 90, cuando la radio todavía era la principal vía para escuchar música y las plataformas de streaming como Spotify aún no eran una realidad, un joven vigués se quedaba cautivado por el sonido de un instrumento que sonaba a través de la emisora que escuchaba. No había razones históricas que lo llevaran a sentirse atraído por la melodía que producía, ni siquiera sabía exactamente quién lo estaba tocando. Y, sin embargo, el sonido fue suficiente para que, desde entonces, no pudiera “hacer otra cosa” que “soñar con tocar ese instrumento” durante el resto de su vida. Su nombre es Diego Ares (Vigo, 1983) y el instrumento del que se enamoró para siempre es el clave.

Es poco probable que Diego Ares ya conociera todos los secretos que esconde el clave desde la primera vez que supo de su existencia, pero el músico pronto se daría cuenta de que estaba ante un instrumento especial, ante uno de esos artefactos mágicos cuya presencia en una habitación es capaz de alterar cualquier sensación de vacío en la misma. Tal es el efecto de imponencia de este instrumento que su mera creación no ha sucumbido al paso del tiempo, pese a que para conseguirlo haya tenido que pasar por diversas transformaciones de importante magnitud. Una de estas transformaciones, la que lo resucitó tras siglos de olvido, es ahora la que se encuentra en peligro de extinción. Tan solo quedan unas pocas unidades en todo el mundo.

Hace más de 50 años, la fábrica de pianos Pleyel ubicada en Francia dejó de construir claves, también conocidos como clavecines. Aunque su especialidad eran los pianos, la fábrica había apostado igualmente por los claves a raíz de una petición de la artista Wanda Landowska (Polonia, 1879 - Estados Unidos, 1959), quien les solicitó la construcción de un modelo de clave profesional con unas características que se distanciaban de los modelos del pasado. Este instrumento, que Landowska desarrolló junto al ingeniero Gustave Lyon, de la firma Pleyel, fue presentado en 1912 bajo el nombre de Grand modèle de concert. La fábrica seguiría creando este modelo a lo largo de las décadas siguientes, contribuyendo así al resurgimiento de un instrumento que estaba abandonado.

El clave había sido un instrumento de predilección durante los siglos XV y XVI, siendo de uso exclusivo por la aristocracia y por el que los reyes solicitaban a grandes músicos que lo tocasen. “De hecho, uno de los primeros grandes compositores del clave fue español, Antonio de Cabezón, quien además era ciego”, cuenta Diego Ares a elDiario.es. No obstante, a principios del siglo XIX, el clave empezó a “pasar de moda” tras la “llegada del piano”, según afirma Ares, y “dejó de construirse”. “Era un instrumento económicamente más barato que el clave y tenía unas posibilidades expresivas que satisfacían mejor las necesidades del momento”, dice, comentando que “suplantó el papel de ser el instrumento polifónico en la corte”.

Sin embargo, a raíz de que Wanda Landowska volviera a dar visibilidad al clave, que había sido olvidado tras la sustitución del piano, el interés por este instrumento incrementó. En el transcurso de los años 60 ya había toda una nueva corriente de música antigua que quería rescatarlo. Pero Diego Ares apunta que esta corriente “renegaba de lo que Landowska había hecho y de aquello que reivindicaba”: “Esta ola partió del interés por los modelos históricos, por lo que los clave Pleyel se consideraron engaños históricos, en los cuales no era lícito, responsable o aconsejable hacer música”.

Este suceso desencadenó que los clave Pleyel, para cuyo instrumento se escribieron páginas muy importantes del siglo XX como El retablo de Maese Pedro y el Concierto para clave de Manuel de Falla o el Concierto para clave de Francis Poulenc, se encuentren en “una situación muy precaria para estudiar este repertorio en la actualidad”. A diferencia del violín, para el que se alcanzó una “perfección constructiva” a finales del siglo XVII y desde entonces siempre se copió el mismo modelo, con el clave esto “no ha sucedido nunca” y cada país ha fabricado claves “según sus necesidades expresivas y estéticas”, dejando así para la historia “muchísimos modelos distintos de claves”.

Fue el instrumento que procuró rescatar del olvido al clave y, hoy día, este héroe instrumental se ha convertido en el gran olvidado del mundo de la música. Los claves han resucitado, pero a aquel que hizo el trabajo de rescate se le ha despreciado completamente.

Diego Ares Músico y clavecinista

El clavecinista Diego Ares alega que, cuando Landowska se propuso convertir el clave en un instrumento profesional, entre las cosas por las que tuvo que luchar fue por dar con “un modelo que reuniese las características principales de la construcción de claves”, por lo que puso mucha atención a Johann Sebastian Bach, que fue su compositor predilecto. De esa forma, el clave Pleyel incorpora el registro (juego de cuerdas) de 16 pies que existía en la época de Bach (lo habitual eran cuatro u ocho pies), que no era el registro más frecuente en Francia o en Italia y que transforma el sonido. Asimismo, como Landowska daba conciertos y hacía giras, necesitaba un instrumento resistente a la humedad y a los cambios de temperatura, así que la casa Pleyel decidió aplicar al instrumento un armazón de metal, al igual que aplicaba a los pianos, con la única finalidad de facilitar que el instrumento conservase la afinación.

Estas diferencias del clave Pleyel con respecto a cualquier otro clave histórico son algunas de las razones que lo han llevado a “no ser tomado en serio” por las nuevas escuelas de músicos. “Fue el instrumento que procuró rescatar del olvido al clave y, hoy día, este héroe instrumental se ha convertido en el gran olvidado del mundo de la música”, explica Diego Ares. “Efectivamente, los claves han resucitado, pero a aquel que hizo el trabajo de rescate se le ha despreciado completamente”, añade. El clavecinista considera que uno de los motivos de este desaire es que “la genialidad de Landowska era tan difícil de superar que la generación siguiente fue astuta y se dio cuenta de que, para hacerse con un sitio en la industria, era necesario romper con lo que ella había hecho”. 

Para Ares, “el arte interpretativo de Landowska” no ha sido superado en ningún aspecto, “ni técnico, ni expresivo, ni artístico ni musicológico”, pues se trata de un “fenómeno intelectual incomparable”. “Ella no grabó nunca en claves históricos, no reivindicaba el sonido historicista de estos instrumentos, solo grababa en los clave Pleyel. Como las nuevas generaciones tenían que hacerse un sitio y encontrar una vía inexplorada, en el sonido historicista había todo un terreno virgen por explotar”, expone, “de ahí a que las generaciones de los años 60, 70 y 80 se desvincularan por completo de Landowska y su clave Pleyel”.

Un número muy reducido de unidades en buen estado

Desde el fallecimiento de Landowska en 1959, la fábrica Pleyel dejó de fabricar clavecines, lo que ha hecho que sea más relevante si cabe la conservación de estos modelos, convertidos ahora en toda una reliquia. Diego Ares afirma que construyeron “alrededor de 200”, una cifra insuficiente para “abastecer a todo un planeta”. Este periódico tiene constancia de que actualmente en España hay dos de estas piezas, que pueden y saben cuidarlas un número ínfimo de personas. Entre ellas, José María Leonés, técnico que mantiene el clave Pleyel que se encuentra en el Archivo Manuel de Falla en Granada.

Este clave en concreto fue fabricado en 1956 siguiendo el modelo de Landowska y presenta una característica única: la reducida distancia entre ambos teclados, la cual fue una petición personal del clavecinista Rafael Puyana (Bogotá, 1931 - París, 2013) a la casa Pleyel. Álvaro Flores Coleto, coordinador de proyectos del Archivo Manuel de Falla, dice a elDiario.es que “esto lo hace un instrumento singular y único con respecto al resto de modelos conservados, lo que, además, fue reflejado en la inscripción que presenta el mismo instrumento”. Fue donado por Puyana junto a otros instrumentos musicales, obras de arte, biblioteca y un amplio legado documental.

José María Leonés revela que este es el único clave Pleyel que está capacitado para dar conciertos en todo el mundo, pues el resto está en “muy mal estado”: “Habrá algunos que puedan sonar mejor o peor, pero solo este puede dar conciertos, porque se ha cuidado, se ha mantenido y se han preocupado muchísimo por él”. Para ponerlo a punto necesita 14 horas a la semana, dedicando dos por día, con unos conocimientos que le transmitió el propio Puyana antes de su muerte. “Como desde los años 60 no se hacía este instrumento, es una técnica que se había perdido, y Puyana estuvo una semana entera enseñándome”, comenta el restaurador. “Ahora mismo hay muy poca gente que sabe cómo se hace correctamente. La técnica hay que aprenderla, tienen que contártela. Es algo que solo sabemos muy poquitos”, añade, desvelando que el cuidado de este instrumento es un legado, una herencia que pasa de generación en generación.

El segundo clave Pleyel que se encuentra en España está en la Academia Marshall de Barcelona. Este perteneció al pianista catalán, discípulo de Enrique Granados, Frank Marshall y, según consta a Cintia Matamoros, directora de la Academia Marshall, Manuel de Falla lo utilizó en alguna de sus visitas a Barcelona para “repasar y trabajar algunos pasajes del concierto que estaba componiendo para clavecín”. Matamoros afirma que, aunque no tienen pruebas documentales sobre la fecha en que Marshall lo adquirió, “la adquisión debió ser anterior al estreno de este concierto”, el 5 de noviembre de 1926 en el Palau de la Música Catalana. El clave fue restaurado por última vez en 2001, está guardado en el sótano de la Academia, junto a otros instrumentos, por falta de espacio hasta la realización de un museo, y necesita de alguien que lo ponga a punto.

Tanto la magia del clave Pleyel de Barcelona como la del Pleyel de Granada reside en su sonido, que Diego Ares describe como “brillante, claro y nítido” y que, para lograrlo, el clavecinista tiene que “desarrollar una técnica de mucha precisión, de mucha ligereza y de gran velocidad en los dedos”, requiriendo un “entrenamiento muy disciplinado”. “Las grandes cuestiones artísticas no tienen nunca una respuesta definitiva. El ser humano tiene que seguir preguntándose continuamente sobre el arte de la música y de la interpretación”, reflexiona el clavecinista.

Para José María Leonés, el clave Pleyel es “otro instrumento” y, por ello, no se puede “interpretar” como si fuera un clave antiguo ni “reproducir la música” de la misma manera. “Con este clave, el sonido es mucho más potente, mientras que en un clave antiguo la música puede quedar apagada, sin resonancia”, explica el restaurador, que añade que “el Pleyel mantiene un volumen alto y sostenido, algo que el clave tradicional no hace, porque su sonido se apaga rápidamente”. Este instrumento, en cambio, “suena, resuena y ofrece una cualidad sonora completamente distinta”, dice Leonés.

Pese a que no sean muchas las unidades de este modelo, tratar de que estén en buen estado es una “responsabilidad” para sus poseedores. Así lo declara Diego Ares, que tiene un clave Pleyel y considera que está en la obligación de restaurarlo “cueste lo que cueste”: “He aprendido la técnica y he aprendido la manipulación de los pedales, que es algo realmente difícil en este instrumento. Cuando uno tiene una facilidad o un talento, en realidad lo que tiene es la obligación de compartirlo y llevarlo a cabo”.

Al clave Pleyel todavía le queda larga vida por delante, pues sonará en el 150 aniversario del nacimiento de Falla, que se celebrará el año que viene. José María Leonés lo reivindica como una gran creación y lo defiende ante aquellos que creían que atentaba contra la “autenticidad” o que era “un fallo”, pues considera que crear un instrumento con nuevas cualidades y aprovechar sus posibilidades es lograr “algo nuevo”. “Es como si investigas un medicamento para el corazón y descubres que también es beneficioso para el cerebro”, dice Leonés. “¿Eso es un error? No, es un éxito. Lo mismo ocurre aquí: intentaron hacer una cosa y terminó surgiendo otra, y así es la vida”.

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