Niños enfermos, chinches, denuncias de agresiones policiales: hablan los saharauis atrapados en el aeropuerto de Barajas
Todo parece normal en la Terminal 1 del aeropuerto de Barajas. Varias personas caminan con rapidez por sus pasillos, buscan la salida o se abrazan tras encontrarse con sus seres queridos. Casi nadie repara en una mujer cubierta con la tradicional melfa saharaui sentada en el suelo frente a la comisaría del aeropuerto sobre una manta gris. Espera a su hija, su nieta y su yerno desde que supo que abandonarían el Sáhara Occidental ocupado para coger un vuelo en Marruecos y pedir protección en su escala en Madrid, pero nunca llegaron, se quedaron varados en tierra de nadie, en la sala de inadmitidos junto a decenas de solicitantes de asilo saharauis.
Desde hace semanas, varios activistas saharauis se encuentran retenidos en el aeropuerto de Barajas con temor a ser deportados a Marruecos, a pesar de haber declarado ante las autoridades que huyen de la situación de represión que viven en los territorios ocupados del Sáhara Occidental, algunos de ellos por su labor de activismo. Interior confirma que actualmente hay 70 ciudadanos con pasaporte marroquí (Interior no distingue entre quienes han declarado ser saharauis) en las salas de asilo del aeródromo. Uno de ellos lleva desde la semana pasada en huelga de hambre, confirman las mismas fuentes.
Aicha hace guardia en el aeropuerto aunque nadie la deje ver a su familia. Está preocupada por su nieta, que tiene fiebre desde hace días, pero sobre todo por su hija, que sufrió fuertes sangrados vaginales -que ella asegura que se trata de un aborto e Interior lo niega- y sigue encerrada diez días después. Desde esas salas, cuyas condiciones han sido criticadas en varias ocasiones por el Defensor del Pueblo, la mujer saharaui responde al teléfono: “Estamos muy mal. No nos tratan bien. Yo he enfermado y mi hija también. Estamos llenas de picaduras de chinches. ¿Por qué nos tratan así? Es inhumano”, lamenta. Están a pocos metros la una de la otra, pero no pueden verse.
Errabab y su pequeña
El pasado 9 de septiembre, la mujer cogió un avión en Marrakech con destino final Cuba pero, en su escala en Madrid, comunicó a la policía su necesidad de pedir asilo. Como todos los que solicitan protección en el aeropuerto, Errabab, su marido y su niña de un año fueron trasladados a las salas de asilo de Barajas. La mujer y su hija están en una terminal. A su marido le separaron y le trasladaron a otra terminal. Desde su llegada a Barajas, la mujer empezó a quejarse de fuertes dolores en la espalda y en la zona abdominal. Tres días después de su aterrizaje en España, el 12 de septiembre, los dolores aumentaron y comenzó a presentar sangrados vaginales muy abundantes. “Tenía mucha sangre, muchísima, no era normal”, explica desde las salas.
La policía la trasladó al centro médico del aeropuerto y desde allí fue derivada al Hospital Universitario de La Paz, según consta en una serie de informes médicos a los que ha tenido acceso elDiario.es. “Fui custodiada todo el rato por dos policías. Me llevaban del hombro de malas maneras. Parecía una criminal. Querían entrar en la sala conmigo, con la ginecóloga. La doctora les dijo que no podían pasar allí”, recuerda Errabab. Allí, cuenta la mujer, el personal sanitario le confirmó que “estaba embarazada de un mes” y “había abortado”. El informe médico al que ha accedido este médico no está completo y no incluye la página en la que debería estar el diagnóstico. Interior niega tajantemente que se haya producido un aborto en las salas de asilo de Barajas. De no ser así, ella asegura haber entendido esta información y alguien debería explicarle qué le ha ocurrido estando bajo custodia policial.
“Ahora me duele mucho la espalda, me sigue doliendo”, dice Errabab, mientras dice tener a su hija de un año y medio en brazos. Su preocupación ahora se centra en la pequeña. Su rostro está cubierto de picaduras, que parecen ser de chinches. “Lleva tres días con fiebre”, dice su madre al teléfono. Un informe médico al que ha tenido acceso elDiario.es describe que la pequeña tiene picaduras en la cara y en la muñeca, y ha presentado vómitos y tos. “Ponen el aire acondicionado y a veces hace mucho frío”, lamenta la mujer.
Lleva 16 días en esa sala sin saber cómo calmar a la pequeña, en un lugar que no tiene las condiciones aptas para encerrar a menores, según concluyó hace meses el Defensor del Pueblo. “No para de llorar. Me pide cosas y no puedo dárselas. No hay comida suficiente para ella, es todo muy difícil”, lamenta la saharaui. “Hay más niños igual. Llenos de picaduras de chinches. Son los que peor lo están pasando. Es horrible”.
La mujer vivía en El Aaiún, ciudad del Sáhara Occidental ocupada por Marruecos, donde cuenta que participaba habitualmente en manifestaciones para reclamar la autodeterminación del pueblo saharaui, protestas que suelen ser duramente reprimidas por las fuerzas de seguridad marroquíes. “Tengo el miedo el cuerpo. Cada día, cuando pasa la policía, creo que ha llegado el momento, que nos vienen a buscar para expulsarnos. Es un sin vivir”, detalla Errabab. “Si nos deportan, no sé lo que Marruecos va a hacer con nosotros. Me da miedo que nos lleve a la cárcel por intentar huir o que nos hagan algo peor… España será responsable de lo que nos pase”, lamenta la joven.
Su madre también huyó hace tres años y, después de intentar conseguir asilo en España, logró la protección internacional en Francia, donde vive actualmente y desde se subió a un tren el pasado 9 de septiembre cuando supo que su hija iba a viajar a Madrid. “Yo organizaba protestas, era activista. La policía marroquí me ha violado dos veces, una en 2014 y otra en 2017, después de disolver las manifestaciones, nos llevaban a comisaría. Mi marido me abandonó por ello. Tenía miedo de que un día me pasase algo aún peor, y me fui”, cuenta Aicha sentada en el suelo de la sala de llegadas de la T1. Parece acostumbrada, pero no lo está. Teme que a su hija le devuelvan al lugar del que ella tuvo que huir tiempo atrás. “Mi padre tenía DNI español. ¿Cómo nos puede estar haciendo esto España? Fuimos su colonia y ahora nos desprecia así…”, cuestiona la señora.
Un joven sordomudo
Entre quienes llevan semanas varados en Barajas, también está Ali. Nada más aterrizar en Madrid, grabó un vídeo con su móvil y lo envió a varios amigos. En él aparece hablando en silencio, en lengua de signos. El joven es sordomudo y esta fue la manera de informar a sus conocidos, poco antes de que la Policía le retirase el teléfono. El chico desde que era niño ha pasado por varios tratamientos para la leucemia.
Su abogada, Fatma El Galia, ha adjuntado a su petición de asilo un amplio dossier con los muchos informes médicos que documentan las diferentes fases de su enfermedad, desde 2003, cuando solo era un niño, hasta 2020, el último parte al que elDiario.es ha tenido acceso. Más allá de su dolencia, varias fotografías incluidas en su expediente de protección muestran su participación en algunas protestas en el Sáhara Occidental ocupado. Las fotografías muestran que dicha manifestación, que buscaba mayores derechos para la población sordomuda en el país, fue reprimida con violencia por la Policía.
Dada es amigo de Ali y, desde que supo del paradero del chaval, pasa horas en Barajas para tratar de ayudar a los saharauis varados. “Por humanidad, España debería ayudarle”, pide el joven saharaui.
Un cantante y “preso político”
Isa coge uno de los teléfonos habilitados en la sala donde lleva encerrado desde hace varios días. Es la única persona que mantiene la huelga de hambre iniciada la semana pasada por un grupo de saharauis retenidos en Barajas. “Estoy un poco flojo”, contesta el joven. Decidió dejar de comer el día que logró zafarse de la expulsión, en protesta de la violencia policial que denuncia haber sufrido por negarse a subir en el avión: “Me pegaron en el furgón policial, antes y después, porque ponía resistencia. Me daban puñetazos de los dos lados y me pusieron una camiseta tapando mi boca para que no gritase”, se queja. Después, cuenta, pasó tres días en una sala en aislamiento, durmiendo en una colchoneta tirada en el suelo.
“No quería subirme a ese avión, porque temo que Marruecos me vuelva a mandar a la cárcel”, sostiene Isa. Es cantante y utiliza la música para pedir la autodeterminación de su pueblo. Varios vídeos de YouTube le muestran cantando algunas de sus canciones. Sus canciones, cuenta, tienen carga reivindicativa: “Hay una que no puedo cantarla en Marruecos, me la han prohibido”, asegura el chico. También ha participado en diversas manifestaciones prosaharauis. Según cuenta a elDiario.es, estuvo encarcelado desde 2012 a 2023. “Participé en el campamento de Gdeim Izik - una importante protesta por la que se concentraron cientos de saharauis para pedir la autodeterminación del pueblo saharaui- y me escapé en 2010. Pero dos años más tardes, me detuvo la policía y fui preso político hasta 2023”, lamenta el saharaui desde el aeropuerto.
El cantante denuncia las condiciones de las salas de inadmitidos en Barajas. “Está lleno de chinches. Uno de estos días vinieron a fumigar, y horas después nos metieron aquí otra vez”, critica. El saharaui duerme en una habitación con seis camas donde duermen ocho personas. “Dos personas duermen en colchonetas en el suelo”, explica el músico.
“Nunca pensé que España actuaría así con nosotros. Mi abuelo trabajó de soldado en el ejército español, cuando era una colonia española. No me esperaba esto”, lamenta el cantante saharaui. “Por favor, que alguien nos ayude. Pido apoyo para llevar mi voz fuera y contar al mundo a través de la música el sufrimiento del pueblo saharaui”.
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