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Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Trintxerpe: inseguridad, racismo y convivencia

El campo de fútbol de Trintxerpe, donde se ha producido un robo

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En agosto un grupo de magrebíes ocuparon un local en Trintxerpe. Una lonja. Una infravivienda para vivir. Desde entonces, al parecer, han aumentado los delitos menores, hurtos, altercados, amenazas, etc. Los vecinos señalan a los habitantes de la lonja. Que son vecinos también. El pasado viernes la cosa fue a más porque hubo un robo en los vestuarios del campo de fútbol. Uno de los móviles robados tenía geolocalizador. Apuntaba a la misma lonja de Araneder.

Desde entonces, unos 300 vecinos se han movilizado, han hecho manifestaciones y se han concentrado contra la inseguridad. Dicen que están hartos de la situación y lo seguirán haciendo hasta que se solucione el problema. Además, el pasado lunes por la noche, un grupo de 20 encapuchados atacaron la lonja y echaron de allí a sus habitantes.

Una manifestante responde a preguntas de un periodista: “Trintxerpe es un barrio diverso construido gracias a la inmigración. Aquí muchos somos migrantes, lo que no queremos es delincuencia.” Otro responde: “La delincuencia está creciendo en Euskadi y todos sabemos quiénes son”. Dos perspectivas ante un mismo problema, una que es racista y otra que no lo es. Una perspectiva que apela a una identidad diversa; otro que acusa a todo un colectivo por razón de origen.

Esta situación se da en un contexto en que la propaganda mediática magnifica las características étnicas cuando se comete un delito, el racismo está en auge en toda Europa; todos los partidos de ultraderecha tienen el mismo mínimo común denominador: la defensa de sociedades supuestamente homogéneas étnica y culturalmente. A partir de ahí se deriva su rechazo a la inmigración, sus políticas fronterizas, su propaganda destinada a asociar la delincuencia con el extranjero. La ultraderecha dice que la nación está en peligro porque está en peligro su 'etnicidad'. Todo esto hace que algunos vinculen una etnia determinada, en este caso la magrebí, con la inseguridad. Y tenga miedo y desconfianza. Y sospeche cuando un joven marroquí se está fumando un cigarro tranquilamente en una parada de autobús, es decir, aumenta el racismo. Porque el racismo siempre estuvo vinculado al miedo y a la ignorancia. Y es evidente que opera en este contexto.

Mientras tanto, los “culpables” son chavales que no tienen nada, y por lo tanto no tienen miedo a perder nada. Que viven en la calle, o en una infravivienda como una lonja. La vida no tiene mucho sentido para ellos. Están solos y no tienen ningún futuro. Su situación de miseria, que es un problema social (no individual, ni étnico), es la que provoca que actúen un poco con arreglo a la ley de la selva: sacar la navaja, robar… Hemos de ser conscientes que viven una situación de pobreza desesperada, de desarraigo, de desesperanza, que les hace tener poca consideración con respecto al vecino. Si su compromiso con la comunidad es nulo es porque están excluidos de esta.

Tampoco parece muy inteligente tomar a una parte por el todo, y acusar de racismo al grueso de los manifestantes que piden seguridad, tal y como he leído en redes a ciertos perfiles que se dicen de izquierdas. Acusar a estos de racismo es asumir la tesis de la ultraderecha según la cual hay gran parte de la ciudadanía que cree que la solución a la inseguridad es una sociedad culturalmente uniforme. Ese es su nicho de voto. Así es como la ultraderecha alimenta los discursos de odio y les dicen: “Mirad, vosotros sois las víctimas de la inseguridad, y además la izquierda os señala”. Por eso, no discriminar entre alguien que pide seguridad y un fascista encapuchado que se dedica a apalear a migrantes, es lo mismo que no discriminar entre un delincuente y una persona con unas determinadas características étnicas. Es una estupidez. Es concederle un bote de gasolina a la ultraderecha. Y es peligroso por contraproducente, al menos si lo que pretendemos es una sociedad que viva la multiculturalidad como una forma de riqueza, y no como un trauma social.

Ante la inseguridad, hay una salida falsa (el racismo) y una solución (la convivencia). El racismo es señalar y criminalizar a las personas por su etnia u origen. Organizar patrullas ciudadanas para apalear a gente sin hogar. Ejecutar auténticas razias para expulsarlos. La noche de los cristales rotos. Utilizar la violencia para amedrentarlos y que se vayan. Desconfiar de las personas que no se parecen tanto a ti por el color de su piel. Meter en el mismo saco al trabajador y al asaltante simplemente por venir del mismo país, no solo es injusto y aumenta la inseguridad, sino que ese es precisamente el caldo de cultivo del fascismo. Ya lo vivimos en Europa en el siglo XX y la cosa no acabó bien.

Pero la convivencia no es una campaña publicitaria de una institución ni un anuncio de Benetton. La convivencia solo puede darse si atendemos a la cuestión social. A la pobreza y a la desesperación. Al desarraigo. La convivencia se da cuando todo el mundo tiene las mismas oportunidades de futuro, derecho a una vivienda y a un trabajo dignos. A una formación para ganarse la vida. A unos servicios sociales que atiendan a la gente más vulnerable. La convivencia se da cuando el sistema educativo no segrega. La respuesta a la inseguridad es social, y la tiene la izquierda, pero en lugar de explicarla, está enfangada en la vorágine de una batalla cultural cuyo marco lo ha establecido la extrema derecha.

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