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Los países 'frugales' son ricos, con gobiernos más socialdemócratas que conservadores y aliados con los verdes

El primer ministro holandés, Mark Rutte; el canciller austriaco, Sebastian Kurz, la primera ministra finlandesa, Sanna Marin; la primera ministra danesa, Mette Frederiksen, y el priomer ministro sueco, Stefan Loefven

Andrés Gil

Corresponsal en Bruselas —
20 de julio de 2020 22:22 h

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Han estado a punto de poner en jaque la cumbre de la recuperación. Son los países que más se benefician del mercado único europeo. Están a la cabeza en PIB per cápíta por habitante –entre 43.000 y 53.000 euros, cuando España está en 26.000–. Y se encuentran entre los contribuyentes netos al presupuesto comunitario. Por este motivo, por ser contribuyentes netos –dan más que reciben en términos estrictamente presupuestarios a la UE–, empezaron a autodenominarse frugales en las primeras conversaciones para el presupuesto plurianual para 2021-2027, en contraposición con “los amigos de la cohesión”.

Es un club de cuatro –Países Bajos, Austria, Dinamarca y Suecia–, con el que coquetea también Finlandia en las cumbres europeas, que nació para rebajar los presupuestos de la UE y que en esta cumbre de la recuperación europea se ha dedicado bloquear las propuestas más ambiciosas, ya fueran la de la Comisión Europea, el Consejo Europeo o el eje francoalemán.

Además de ser países ricos en la UE, son países con más gobiernos progresistas. De hecho, la mitad de los gobiernos socialdemócratas en la UE son frugales: Dinamarca, Suecia y Finlandia tienen primeras ministras socialdemócratas –Mette Frederiksen, Stefan Löfven y Sanna Marin–; y los verdes cogobiernan en Finlandia –también con liberales y la Alianza de la Izquierda–, Suecia y Austria. Este último país es el único de los frugales gobernado por populares –Sebastian Kurz–, en tanto que Países Bajos tiene a un liberal –Mark Rutte– al frente de una coalición de centro de derecha de cuatro partidos.

Un liberal, Rutte, eso sí, que se juega el Gobierno en las elecciones de 2021 y que mira de reojo a su extrema derecha, Greet Wilders, quien le golpea duramente con los asuntos europeos hasta el punto de influir en la narrativa y en las posiciones del Ejecutivo.

Y en la familia socialista, ¿cómo se vive esto? “Pues muy mal”, decía el eurodiputado socialista Jonás Fernández en una entrevista con eldiario.es: “Es una situación difícil, porque es difícil de explicar. Y un poco triste, sobre todo teniendo en cuenta la referencia histórica que para muchos socialdemócratas, y sobre todo para los españoles que pasaron tantos años bajo la dictadura de Franco, representaba Olof Palme. Y todas las referencias a esa socialdemocracia nórdica tan avanzada... Pues es un poco triste. Sobre todo porque uno puede entender ciertas reticencias sobre la estructura política europea entre países pequeños. Pero en términos de solidaridad financiera, tener esta posición es más triste”.

¿Y entre los Verdes? “A mí no me gusta nada el pacto austriaco, Yo jamás habría entrado en un acuerdo de gobierno con Kurz”, explicaba el eurodiputado Ernest Urtasun (Catalunya en Comú/Greens) en una entrevista con eldiario.es: “Ellos argumentan que había que evitar que en el país se instalara un gobierno de Kurz con la extrema derecha, y que la única manera es que ellos entraran. Yo, aun así, no habría hecho ese pacto de Gobierno porque, aunque es muy avanzado en temas climáticos, en asuntos de migración es muy continuista. Es verdad que al inicio estuvieron muy callados, porque ellos no gestionan los temas europeos, pero luego han presionado allí donde han podido”.

Desde que irrumpió la pandemia, hundiendo las economías y causando miles de fallecidos en todos los países, sobre todo en Italia, España y Francia, el principal exponente del club, Holanda, fue negándose sistemáticamente a una respuesta contundente comunitaria –fueron el principal obstáculo para que el Eurogrupo movilizara 540.000 millones–. Y eso que, como tuiteaba el domingo por la noche la comisaria europea de cohesión, la portuguesa Elisa Ferreira, los autodenominados frugales son los países que más se benefician de que haya un mercado interior en la Unión Europea. Y demostraba que su contribución al presupuesto comunitario, aunque aportaran más de lo que directamente recibían, era una minucia en relación con su gasto público.

Precisamente por esto, durante las negociaciones previas y al poco de estallar la pandemia, el primer ministro portugués, António Costa, calificó de “repugnante” la actitud holandesa, y no ocultó su irritación ante declaraciones “repulsivas”, “sin sentido” y “totalmente inaceptables” con respecto a la crisis de coronavirus hechas por el ministro de finanzas holandés, Wopke Hoekstra. “Esa mezquindad recurrente amenaza el futuro de la UE”, dijo Costa. Hoekstra, en el Ecofin, pidió a la Comisión que “investigue” por qué algunos Estados miembros no tenían margen fiscal para afrontar la crisis del coronavirus.

Y una entrevista publicada por el Süddeutsche Zeitung, el primer ministro italiano, Giuseppe Conte, expresaba la desconfianza de los italianos con la Unión Europea: “Surge en el momento en que nos sentimos abandonados precisamente por los países que se benefician de esta Unión. Mire el ejemplo de Holanda, cuyo dumping fiscal atrae a miles de multinacionales, que trasladan allí sus sedes, y obtienen un flujo de ingresos fiscales sustraídos de otros socios de la Unión Europea: 9.000 millones de euros cada año”.

En efecto, un estudio de Tax Justice Network revela que los estados miembros de la UE están dejando de ingresar unos 9.200 millones de euros en impuestos de sociedades al año en beneficio de Países Bajos, el país que más oposición está ejerciendo a una respuesta conjunta y ambiciosa de la UE a la crisis del coronavirus.

Los frugales, aunque sean mayoritariamente gobiernos progresistas, son enemigos de los presupuestos expansivos, de los fondos de cohesión y de seguir ayudando a la agricultura. En definitiva, austeros; es decir, recortadores: que el presupuesto de la UE sea el 1% de la Renta Bruta Nacional de la UE –en torno a 1 billón de euros–, cuando en el anterior periodo era el 1,16% y la última propuesta del presidente del Consejo Europeo, Charles Michel, está siendo de 1,074 billones.

No en vano, tres de los cuatro frugales, además, son miembros de la Nueva Liga Hanseática, un club de ocho países, halcones fiscales, algunos de los denominados vikingos o de las tierras del “mal tiempo”, pero no solo: Finlandia, Suecia, Dinamarca, Estonia, Letonia, Lituania, Holanda, Irlanda, República Checa y Eslovaquia –Dinamarca y Suecia no son del euro–.

La vocación de los hanseáticos es la de ser un contrapeso al empuje carolingio de Francia y Alemania; su inspiración, la alianza comercial ideada hace casi diez siglos por Enrique el Léon; y su credo, un remedo de aquel espíritu librecambista medieval: la ortodoxia fiscal, el equilibrio presupuestario, el déficit y la deuda saneada y nada de veleidades expansivas.

Un contrapeso, eso sí, fundamentado en principios económicos ortodoxos y en una regla básica: los tiempos de bonanza no son para gastar más, sino para ahorrar más con vistas a la próxima crisis. Por eso en Bruselas se les llama halcones o, como dijo un negociador en una cumbre del euro, “más talibanes que los talibanes”.

Como ha escrito Elisabeth Braw, del Royal United Services Institute (RUSI), la Liga Hanseática es hoy en día “la moderna encarnación de lo que imaginó Enrique el León en 1161, ”un mosaico de cooperación entre los pequeños Estados bálticos y algunos vecinos cercanos. La lección es que un bloque no necesita ambiciones federales o supranacionales para ser exitoso, y no necesita que sea tampoco muy numeroso. De hecho, en una época en la que los ciudadanos está muy alejados de las instituciones y las grandes alianzas pelean bajo el peso de su diversidad, el modelo pragmático de la región báltica entre países de cosmovisiones semejantes tiene potencial para otras regiones donde los vecinos están unidos por amenazas y oportunidades regionales“.

Y así son los frugales también: no son países grandes, ni con peso histórico; simplemente son países con economías saneadas, sin problemas de cohesión territorial ni con un sector agrario que requiera de cuidados intensivos. Y no quieren invertir en un mercado que, como recordaba la comisaria Ferreira, les devuelve con creces lo que aportan.

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