Ucrania, atrapada en el guion escrito por Trump y Putin

Los resultados más obvios de la reunión que mantuvieron el pasado día 11 en Yeda (Arabia Saudí) los representantes de Donald Trump y de Volodímir Zelenski se sustancian en una constatación inquietante y en una propuesta todavía por concretar. La primera se resume en la claudicación de Ucrania al dictado del que hasta ahora ha sido su principal apoyo económico y militar, Estados Unidos.
La reunión no ha sido un intento de reconciliación bilateral tras la encerrona a Zelenski en el Despacho Oval, sino la materialización de la extorsión a la que Washington ha sometido a Kiev. La suspensión de la ayuda militar y la negativa a compartir información de Inteligencia han sido los últimos instrumentos empleados por Trump para doblegar a Zelenski y colocarlo ante la evidencia de que su margen de maniobra es prácticamente nulo o, lo que es lo mismo, que no tiene más remedio que entrar por el carril que Washington le quiere imponer –la renuncia a entrar en la OTAN y la pérdida de una parte sustancial de su propio territorio– y disponerse a firmar el acuerdo que Trump y Putin elaboren, con el añadido de la cesión de la mitad de sus riquezas mineras a EEUU.
En cuanto a la propuesta de un alto el fuego de 30 días, conviene recordar que ésta no era ni siquiera lo que Kiev tenía en mente. De hecho, en línea con lo que ya había apuntado inicialmente el presidente francés, Emmanuel Macron, Zelenski había manifestado su disposición a acordar una tregua temporal en el ámbito naval y aéreo, pero no en el terrestre, por entender que esto era más fácil de verificar sobre el terreno. Sin embargo, lo que ahora está sobre la mesa es un cese global de hostilidades como punto de arranque de un proceso de negociación que lleve a un acuerdo más amplio.
Sea como sea, Zelenski no ha tenido más remedio que mostrarse favorable a una propuesta que, en el fondo, nace de Washington, pero que, si finalmente entra en vigor, le permitiría contar con algo más de tiempo. Tiempo para volver a disponer del material estadounidense que le resulta imprescindible para mantener la resistencia a la invasión rusa y para recibir la información de Inteligencia sin la que pierde la capacidad de prevenir los ataques rusos y proteger a su población y sus infraestructuras críticas.
Tiempo también para tratar de convencer a Trump de que no abandone definitivamente a Ucrania en manos de Moscú –aspirando a rebajar algunas de las condiciones que se le quieren imponer y a recibir algunas garantías de seguridad tras la firma del hipotético acuerdo– y para intentar introducir en el futuro acuerdo algún elemento que haga menos insultante la rendición a la que Zelenski está siendo obligado. Asimismo, tiempo para que los aliados europeos terminen de concretar hasta dónde están dispuestos llegar para aportar garantías de seguridad que sirvan para disuadir a Putin de volver a las andadas en el momento que lo considere oportuno.
Por su parte, Putin, convencido de que el tiempo corre a su favor y de que Washington no se la va a jugar por los ucranianos ante la perspectiva de lograr una normalización de relaciones con Moscú, juega sus bazas. No le conviene mostrase abiertamente contrario a la propuesta estadounidense para establecer un cese temporal de hostilidades, aunque solo sea porque un gesto como ese dejaría a Zelenski como alguien que busca la paz y a él mismo como un belicista. De ahí que el presidente ruso opte por mostrarse genéricamente de acuerdo con la idea, pero introduciendo de inmediato condiciones adicionales aún por definir en detalle.
De ese modo, mientras puede proseguir la ofensiva y recuperar completamente el control de Kursk, calcula que un posible alto el fuego no le obliga a renunciar a nada y, en el proceso para acordarlo, hasta puede conseguir que Washington prolongue la suspensión de entrega de ayuda militar a Kiev, colocando a Ucrania en una situación de vulnerabilidad extrema para cuando decida volver al ataque. Incluso aunque lo suscriba, puede fácilmente violarlo en el momento que lo vea oportuno, argumentando simplemente que las fuerzas ucranianas han incumplido cualquiera de las estipulaciones que se establezcan, con lo que buscaría retratar nuevamente a Zelenski como alguien que no quiere la paz.
El hipotético cese temporal de los combates no sirve, evidentemente, para poner fin a la guerra. Peor aún, si Washington se deja llevar por las prisas para alcanzar un acuerdo que le permita desentenderse de Ucrania y de los europeos, puede acabar convirtiéndose en la puntilla que le permita a Putin, a través de Trump, imponer unas condiciones de rendición a Zelenski que no solo le cuesten el futuro político a este último, sino que dejen a Ucrania rota y desmilitarizada, a la espera de la siguiente oleada militar de Moscú.
11