Sánchez, Biden y el SuperVox
Trump ha logrado salir vivo de su segundo impeachment fallido, lo que quiere decir que de ahora en adelante Demócratas y Republicanos lo van a tener muy complicado. Ahora que España y EEUU tienen pendiente definir una nueva relación, resulta que ambos afrontan retos y dilemas parecidos. EEUU vive su peor crisis política desde la Guerra Civil del siglo XIX; en España, por fortuna, la polarización no llega a tal extremo. Pero, dejando aparte diferencias entre ambos sistemas políticos, y simplificando mucho, la situación se parece bastante. Son dos gobiernos progresistas centrados en la reconstrucción económica y social a resultas de la pandemia; que necesitan generar energías y consensos nacionales; pero que tienen enfrente a un centro-derecha roto (PP y Partido Republicano, respectivamente) y en peligro de ser fagocitado por una ultraderecha cada vez mas versátil: Vox y el SuperVox trumpista.
Los presidentes Pedro Sánchez y Joe Biden están al frente de gobiernos de coalición melting-pot. Primero, por la heterogénea base social y política sobre la que se sustentan tanto PSOE-UP - con apoyos parlamentarios del nacionalismo periférico - como los Demócratas - con perfiles muy diversos en el Congreso. Pero, sobre todo, porque ambos encabezan coaliciones “anti-algo” (ultraderecha): Biden, por ejemplo, sumó 81 millones de votos de moderados, izquierdistas e independientes. También son típicas de una coalición las frecuentes broncas internas, tanto en los grandes asuntos (la Monarquía, Wall Street) como en los pequeños matices (salario mínimo, impuestos, o género). Podría ser que el modelo de coalición progresista de Biden se acabe pareciendo al de Sánchez: el de una nueva centralidad para la mayoría social, que mezcla moderación, audacia e incluso en ocasiones un punto de populismo para desconcertar a la oposición.
La música del programa suena también muy parecida: superación de la pandemia, contrato social, sostenibilidad, digitalización, feminismo, multilateralismo. La única opción para Biden y Sánchez es arriesgar: “go big”, jugar a lo grande. En economía y empleo, en un punto entre Obama y Bernie Sanders; o entre Nadia Calviño y Pablo Iglesias. Biden, como un nuevo Roosevelt, mediante el programa de rescate de 1.9 billones de dólares, e inversiones masivas en infraestructuras e industria. Sánchez, poniendo todas las fichas en el Plan Marshall de los Fondos de Recuperación europeos - los 72.700 millones de euros de transferencias hasta 2023. Como fondo, la lucha contra una desigualdad cada vez más “estructural”: el 1% más rico, el aumento de la pobreza, la precarización del empleo, o la exclusión de jóvenes y mujeres. Ambos necesitan una narrativa común que haga soñar, una gran visión de país, un horizonte, 2030 o más allá; algo que haga olvidar la fractura identitaria - qué es España, o qué significa ser americano.
El problema es que el éxito o fracaso de sus proyectos depende en buena medida de lo que haga el gran partido del centro-derecha. El gran reto de la coalición progresista consiste en cómo tratar con esa fuerza para aliviar la tensión y asegurar la estabilidad institucional. Pero esto no es fácil porque PP y y Partido Republicano están partidos por la mitad, y no saben qué hacer.
En EEUU la gran coalición conservadora - moderados, neoliberales, Tea Party, evangélicos, paranoicos tipo QAnon - está saltando por los aires. Las bases del SuperVox americano cada vez tienen menos complejos en defender lo indefendible - aún 6 de cada 10 votantes Republicanos apoyan a Trump - e incluso mezclarlo con alguna idea razonable, lo cual lo convierte en doblemente peligroso. El Partido Republicano podría partirse en dos y crear un Tercer Partido: conservador (si el trumpismo se hace definitivamente con el aparato) o anti-establishment. Pero es una opción arriesgada, porque fuera del bipartidismo hace mucho frío y el sistema lo penaliza (recuérdese Ralph Nader o Ross Perot). Una reunificación real depende de si hay buenos resultados en electorales en 2022 y 2024, por lo que de momento muchos se concentrarán en apuntar a la cabeza a los Demócratas. Ahora bien, los Republicanos van a pasar momentos difíciles, y de resultado incierto. No va a ser fácil conciliar las posiciones de los McConnell, Liz Cheney, o Marjorie Taylor Greene. Puede que en algún momento, los Republicanos paguen el precio de su particular “foto de Colón”: esta vez con el asalto al Capitolio de telón de fondo.
Al PP, la posibilidad de un SuperVox español le somete a una presión continúa de la que es difícil zafarse. La trampa en la que Casado cae una y otra vez - sus bandazos de amor-odio a izquierda (Gobierno) y derecha (Vox) - es algo ya sistémico. En EEUU y España, la vida de las derechas se ha vuelto muy complicada. A veces, el cóctel explota, por la Unión Europea, o el multilateralismo; otras veces hay cierta complicidad culpable sobre los inmigrantes, o la igualdad de género. Además, en tiempos convulsos, la descentralización no ayuda, porque los Estados, las ciudades, o las CCAA, funcionan a menudo como planetas diferentes entre sí, lo que favorece la fragmentación: Texas no es lo mismo que Arizona. En fin, el calendario electoral siempre apremia y deja poco espacio a los principios: los Republicanos se ven con opciones de recuperar la Cámara o el Senado el próximo año; el PP se ha hundido en Cataluña; pero Andalucía marca un momento diferente en 2022.
La solución a este embrollo no es fácil. De aquí a 2023 (España) y 2024 (EEUU), Biden y Sánchez tendrán que demostrar a las clases medias que su proyecto-país funciona. Pero en el camino ambos afrontarán un mismo gran dilema. La fragmentación de las derechas puede alargar la vida de gobiernos progresistas. ¿Pero a qué precio? Vox y SuperVox pueden acarrear graves destrozos si la recuperación económica se retrasa mucho o la crisis económica repunta. Y el país entero se resiente al aplazar reformas y aprobar leyes sin consenso, tachadas de “ideológicas” y con fecha de caducidad. En algún momento, Sánchez y Biden tendrán que hacer un giro gradual para reducir al mínimo a la ultraderecha mediante un arco envolvente de apoyos que incluya al centro-derecha. ¿Cómo sumar apoyos para una agenda progresista, sin restar los millones de votos más a la izquierda? Para ello PP y Partido Republicano tendrían que dejar de mirar hacia otro lado y adoptar una estrategia de largo alcance. Y los progresistas tendrían que tender puentes al centro-derecha en el Parlamento, los Estados o las regiones. Los presidentes Sánchez y Biden tienen que reconstruir un país; ayudar a reflotar al centro-derecha, poner coto a la ultra-derecha, y ganar las próximas elecciones. Quizá todo no se pueda cumplir al mismo tiempo. O quizá sí. Vivimos vidas paralelas: necesitamos una conversación a fondo.
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