Trump y el fin de la modernidad
![El presidente de Estados Unidos, Donald Trump.](https://static.eldiario.es/clip/23380ecd-5cbc-45e7-afb4-8dcc3148cb5f_16-9-discover-aspect-ratio_default_0.jpg)
Me vino a la cabeza escribir este artículo porque de pronto me he dado cuenta de que no tengo nada que decir que no sepa todo el mundo ya. Y llevo muchos meses así. Están ocurriendo cosas inverosímiles, pero a las claras, sin disimulo, televisadas, proclamadas con alarde y orgullo. Esta es la novedad, al menos desde que en la Alemania de 1933 empezaron a lanzarse consignas y a consolidarse legislaciones que hoy nos parecen tan aberrantes que no entendemos cómo pudieron parecer normales alguna vez, y entonces, citando a Hannah Arendt, hablamos del “colapso moral” de la población alemana de aquellos días.
Ahora también estamos cerrando un ciclo y el que estamos abriendo da miedo imaginarlo. El que se cierra ha sido un ciclo revolucionario que comenzó en los años 80, lo que José Luis Sampedro llamó “la revolución de los ricos contra los pobres”. Esa revolución ya ha concluido, han ganado ellos y ahora se está consolidando un nuevo orden. Lo que aprendimos en 1933 fue que cuando se empiezan a decir en voz alta insensateces absurdas o abyectas y la población las acepta como normales (quizás porque no las toma del todo en serio, quizás porque mira hacia otro lado) acaban ocurriendo cosas absurdas y abyectas. Y estos días nos estamos acostumbrando a escuchar expresiones, declaraciones, programas, proyectos y consignas que no hace mucho habrían sido consideradas aberraciones inconcebibles.
No digo nada nuevo, no digo nada que no sepa todo el mundo. Y eso es lo malo, ese es el peor síntoma de la atrocidad que ya tenemos encima y de la aun peor que se avecina. Hemos asistido a un genocidio televisado en Gaza, con indignación, con rabia, pero con completa impotencia. Sólo hemos pestañeado e Israel ha respondido declarando persona non grata al secretario general de la ONU, António Guterres. Y el clamor popular que lleva meses denunciando ahí un genocidio, incluyendo también el dictamen de la Corte Penal Internacional ordenando el arresto de Netanyahu, es de pronto atajado por Trump con una expresión bien escogida de inequívocas connotaciones: en Gaza hace falta hacer “limpieza”, es decir, desplazar a un millón y medio de personas a otros países, para construir ahí un paraíso turístico. Es una idea de bombero, pero hablar de “limpieza” es una provocación abyecta que anuncia una realidad horrible. O detalles como el saludo fascista de Elon Musk. Cosas así estaban prohibidas por ley hasta hace poco incluso como bromas o chistes. Ahora son signos inequívocos de que se está consolidando un nuevo fascismo global.
Todo va a ser posible a partir de ahora, sin las ataduras de ningún derecho internacional, de ningún corsé democrático, de ninguna integridad moral o siquiera de algo así como el sentido común. El triunfo de Milei en Argentina ya demostró que todo es posible. Un presidente que habla con un perro muerto en sesiones de espiritismo, que nombra ministros que se declaran terraplanistas. Otro presidente como Trump, que propuso en su momento combatir el Covid con una inyección de lejía. Que luego ha nombrado a un antivacunas secretario de Salud. Es el primer presidente condenado judicialmente. Acaba de indultar a los golpistas que atacaron el Capitolio. El sentido común revienta con estas cosas, pero luego se abren paso otras ideas que amenazan con hacerse realidad y que se expresan ya sin disimulo y sin complejos en términos directamente fascistas o supremacistas. Se nos anuncia el plan de encerrar en el centro de detención y tortura de Guantánamo al menos a 30.000 migrantes con antecedentes penales (¿por haber conducido sin carné o carecer de documentos de identificación?). Es una idea tan surrealista, tan delirante e inhumana, tan racista, tan nazi, que uno se olvida de que Meloni ya la había tenido primero. Ya todo es posible, ya no son bromas. Incluso la idea de colonizar Marte que ha tenido Elon Musk como alternativa al decrecimiento ecologista acabará por parecernos sensata.
Por supuesto, también los principios cristianos más elementales han quedado ya muy atrás, hasta el punto de que Francisco se ha convertido en uno de los agitadores izquierdistas más molestos. El cristianismo y la Ilustración, con todas esas zarandajas de los derechos humanos. Milei ya lo dijo muy claro y a gritos: eso de la “justicia social” es una incitación al robo, una idea delictiva. Trump ha puesto ya manos a la obra para congelar las ayudas sociales (incluyendo, por ejemplo, los fondos para la investigación del cáncer). Y geopolíticamente, la ONU o el derecho internacional no tienen nada que decir, aquí no hay otra cosa que el derecho del más fuerte. Si se tercia, Trump exigirá el canal de Panamá, Groenlandia o la anexión de Canadá, como Putin ha intentado hacer con Ucrania. Así es que cada uno piense en protegerse doblando o triplicando su presupuesto de Defensa. En España, por lo visto, vamos muy retrasados en esto, mucho más que en sanidad, enseñanza o pensiones.
Como ha señalado Santiago Alba, si esta nueva revolución fascista tiene un respaldo popular suficiente, es porque, al mismo tiempo, ha metido en el mismo paquete algo así como la complexión moral de las sectas evangélicas que, por su parte, hicieron a Bolsonaro ganar las elecciones. O sea, un tradicionalismo hiperreaccionario que se enfrenta a la ideología de género, al feminismo, a los homosexuales, al aborto, al ecologismo, en fin, a todo eso que ellos llaman “ideología woke”. Tampoco aquí se escatima la estrategia surrealista de romper con todos los esquemas, como cuando Milei acusó a la “ideología de género” de fomentar y encubrir la pedofilia.
Este brutal retroceso antropológico se acompasa con un aceleracionismo tecnológico que va a revolucionar la vida humana. Y que de paso va a dejar muy atrás la democracia. Se anuncia ya, bajo el brazo en alto de Elon Musk, una dictadura tecnológica, una monarquía digital, lo que será, en realidad, un nuevo feudalismo, una nueva Edad Media en la que los gigantes tecnológicos se repartirán el planeta mediante el mercado y la guerra, dejando atrás la democracia y sus parlamentos. La población está cada vez más preparada para ello, como también ocurrió en 1933 con el nazismo. Según parece, más de la mitad de los jóvenes británicos prefieren una dictadura a la democracia.
La revolución de los ricos contra los pobres ha concluido y paradójicamente hemos desembocado en el Antiguo Régimen. Un medievo vertiginoso y enloquecido, tecnológicamente imprevisible, pero que, en todo caso, es un régimen feudal de poderes privados que tienen cada uno de ellos más poder que los poderes públicos, esos poderes frente a los cuales suponía la Modernidad “que ningún otro poder debía siquiera intentar medirse” (Hobbes). Ahora un solo hombre, como Elon Musk, puede medirse con naciones enteras. La soberanía de la ley, una república democrática en la que “los que la obedecen son al mismo tiempo colegisladores, de tal modo que al obedecer la ley no se obedecen más que a sí mismos y por tanto son libres” (Kant), ya es cosa del pasado, es una idea superada. Ahora ya no hay otra libertad que la del más fuerte. “Entre el fuerte y el débil, la ley libera y la libertad oprime”, se dijo allá por el siglo XVI. Al final, en esto ha quedado la postmodernidad, en una Edad Media frente a la guerra de las galaxias.
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