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Humor al cubo

El día en que Joaquín Reyes acabó con un calcetín pegado a la cara

Antonio Contreras

28 de marzo de 2021 21:22 h

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Joaquín Reyes (Albacete, 1974) cuenta con una larga carrera en la comedia española. Estudió Bellas Artes en Cuenca. Quería ser dibujante. Eso le ha permitido ilustrar y animar personajes en su carrera como el conocido Enjuto Mojamuto, de Muchachada Nui. Sus parodias “amanchegadas” siguen funcionando 20 años después. Ha estado en tantas producciones diferentes, con un estilo tan característico, que se le reconoce enseguida aunque no sepas exactamente de qué. Ahora mismo acaba de terminar en Madrid su actuación en Festejen la broma, un espectáculo que tiene previsto circular por los teatros de toda España.

Vuelves al teatro después de un parón por la pandemia. ¿En qué consiste el espectáculo?

Festejen la broma es mi vuelta al monólogo como el formato con el que empecé realmente. Por eso digo que es como volver a mi casa. Hace relativamente poco, jubilé mi material antiguo, todos los monólogos que había escrito hasta ahora con un show que se llamó Una y no más y me propuse escribir material nuevo. Festejen la broma es el resultado de ese monólogo que he escrito nuevo. Lo que pasa es que al final del show, en la última parte, comparto escenario con un muñequete, con un muñeco, y hago un número de ventrílocuo pero sin hablar con la glotis. Un poco así, a la pata la llana.

¿De qué va el número con el muñeco?

El muñeco se llama Braulio. Lo presento como un amigo de la familia y lo que establezco con él es una dinámica donde básicamente él dice barbaridades y yo me escandalizo. Me compromete con lo que dice, cuenta cosas de mí que no quiero que se sepan y es muy divertido. De hecho, el muñeco cada vez va ganando más protagonismo y me está eclipsando. Pero, bueno, eso es Festejen la broma. Se estrenó el año pasado en enero de 2020, como todos sabemos luego pasó… una cosilla que se llama pandemia, tuvimos que interrumpir la gira y ahora hemos vuelto otra vez. Es una una reentré de la rentrée.

¿Qué has hecho durante la pandemia?

Estuve escribiendo una novela. Llevaba casi 4 años escribiéndola. Podréis pensar: “¿Qué estaba escribiendo? ¿Guerra y Paz?”. No, no… nada justifica tanto tiempo. Es una novela cortica. Pero bueno, escribir no es fácil, amigos. Siempre tenía la idea de encerrarme a terminarla y, de repente, la situación me situó en ese escenario. Nos encerraron a todos. Y dije: “Bueno, pues voy a aprovechar este encierro para terminarla”. Y así fue. Se llama Subidón. ¡Os gusta el nombre! ¿verdad? Se publicará en otoño si todo va bien.

¿Y de qué trata?

Cuenta las aventuras de un cómico manchego, cómo vive la fama, cómo le cambia la vida… y todo sucede más o menos en una semana. Estoy deseando que la gente la lea. Hay momentos en los que me parece que es una obra maestra y otros momentos en los que me parece que es una mierda pinchada en un palo. Pero podemos decir que es la primera novela existencialista manchega. Porque no se tiene constancia de que haya una novela existencialista anterior a la mía, y manchega es, porque el protagonista es manchego y la idiosincrasia manchega está presente en toda la historia. ¿A que te gustaría leerla?

¿Algún otro proyecto próximo?

Hay un proyecto, Camera Café, que lleva mucho tiempo intentando desarrollarse. Es la película sobre la serie. Ha pasado tiempo, casi 15 años desde que se estrenó en Telecinco, más o menos. Y es una película con los personajes de Camera Café, pero no con el formato de la serie, porque claro, no se puede hacer una película con un plano fijo una hora y media. Bueno, se puede, pero vaya, ¡sería casi dogma! Bueno, pues eso, una película retomando los personajes. Eso es lo que te puedo contar. Yo creo que ya hay un guion más o menos definitivo, que se quiere rodar este año, que pensamos que los personajes tienen tirón, que la gente tiene ganas de volver a ver a Jesús Quesada y a Julián, y a Mónica, y a Antúnez, y a Victoria, y a Cañizares y a todos esos personajes tan entrañables, ¿no?

¿Tú echas de menos cosas de tus comienzos?

Sobre todo en los inicios, para todos y para todas han sido difíciles. Cuando empiezas a hacer monólogos vas a sitios donde las condiciones digamos no son las mejores. Y en una ocasión, en Guadalajara, estaba actuando en un sitio que creo que sigue programando actuaciones. El espacio ya era difícil, porque era como una especie de túnel muy estrecho. El escenario estaba, por supuesto, al fondo. La gente hablaba. Nadie me estaba haciendo ni puto caso. Había gente que incluso me daba la espalda. O sea, estaba en un espectáculo de monólogos y estaba girada. Era un ambiente muy regulero. Y en un momento dado, desde bastante atrás, veo que me tiran algo...y es un calcetín, que me dio en todo el gerolo (la cara). Y pensé: “Hay dos opciones, que lo haya traído de casa con la idea de tirármelo o que se lo haya quitado y me lo haya tirado, o sea, ahí improvisado”. Ninguna era una opción opción buena. Era una mala y otra peor.

¿Pudiste terminar la actuación?

Después de la actuación, que por supuesto salió “superbien”... me fui a que el dueño me pagara. Entonces, me fue poniendo los billetes en la mano, uno a uno. Mientras, le decía a uno que estaba ahí: “Mira que digo que me traigan cómicos buenos, pero no me hacen caso y me traen gente pues que no tiene gracia”. Y yo ahí quieto. Cuando empiezas, tienes baños de realidad un día sí y otro también. Pero bueno, todos tenemos este tipo de anécdotas. De alguna manera te curten, porque te obligan a tener cada vez más recursos para captar la atención de la gente, para actuar en sitios hostiles. Afortunadamente eso conforme vas trabajando en la comedia va cambiando.

¿Ha cambiado estos años la consideración de los cómicos en España?

Es verdad que ahora los sitios donde se hacen monólogos están mucho más preparados. Hay más cultura de monólogos, la gente sabe el espectáculo que va a ver y ahora mismo es una maravilla la escena que hay. Pero cuando nosotros empezamos, que estamos hablando del principio de los 2000, era diferente. En una ocasión fui a actuar a un sitio en el que el escenario eran palés. Y me dice: “Y aquí es donde vas a actuar”. Y le pregunto: “¿Y el micrófono?”. Y me contesta: “Ah, ¿es que necesitas micrófono?”. Y digo: “Qué te crees, ¿que soy un cuentacuentos?”. Con todos mis respetos a los cuentacuentos, vaya. Te encuentras de todo cuando empiezas, la verdad.

¿Cuáles eran vuestros referentes en esa época?

Aquí lo más parecido que había a los monólogos era Gila. Gila sí que era un cómico que hacía monólogos con un poco de atrezzo, pero tú lees sus monólogos y los podrías hacer perfectamente. Tienen un toque absurdo, claro está. La situación era muy sorprendente. Era lo único que teníamos aquí en este país. Cuando yo empecé a hacer comedia, lo que se estilaba, los referentes, eran los cuentachistes, gente que contaba chistes, que los había muy buenos. Eugenio era increíble. Y luego estaban Faemino y Cansado, que se parecía más al teatro de calle con, también, con un punto muy surreal. Pero no existía el monólogo. El monólogo serio, en este país, empieza con El Club de la Comedia y con Nuevos Cómicos. El Club de la Comedia en una cadena generalista con una vocación más mayoritaria y gente famosa haciendo monólogos, y Nuevos Cómicos en Paramount Comedy con gente absolutamente desconocida por la que se apostaba. Y ahí estaba yo.

¿Ahora el panorama es completamente diferente?

Sí, sí. La verdad es que el monólogo gusta mucho en este país. Es un formato que se ha asentado. Llevamos ya muchos años de monólogos. Hay muchos monologuistas. La gente joven es buenísima. Sabe más de comedia que nosotros. Ha visto a más monologuistas, su material por lo general es muy original, muy bueno, muy arriesgado. Creo que esto es un formato que ya se quedará. La verdad es que me siento orgulloso de haber sido de los primeros en hacer esto. A mí me sigue gustando muchísimo hacer monólogos y de hecho, como decía antes, Festejen la broma no deja de ser un monólogo, un monólogo en el sentido puro de la palabra, un espectáculo de stand up.

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