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Humor al cubo
Cuando a Facu Díaz le invitaron a merendar a comisaría

Antonio Contreras

11 de abril de 2021 21:01 h

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Facu Díaz (Montevideo, 1993) ha llegado al mundo de la comedia desde el activismo político. Su compromiso ideológico, junto a su deseo de contar el mundo a través de su particular punto de vista, le llevaron a introducirse en el mundo de las redes sociales, particularmente en Twitter. Un famoso sketch, titulado El PP se disuelve, incluido en sus colaboraciones con el programa La Tuerka, le sentaron en el banquillo acusado de atentar contra el honor de las víctimas del terrorismo. Al final, la causa se desestimó aunque el caso tuvo enorme repercusión mediática. En la actualidad, se dedica, entre otras colaboraciones, a desarrollar su propio programa en Twitch. 

¿Cómo va la experiencia de tu programa en la plataforma Twitch?

La verdad es que descubrí la plataforma un poco con el boom de los streamings en el confinamiento y descubrí Twitch y me pareció como que no era mi lugar, como que al principio me daba la sensación de que era un lugar un tanto agresivo, hasta incluso visualmente. Después lo investigué un poquito más. Vi que se hacen cosas que no tienen tanto que ver con el mundo videojuegos y llevo ahí desde octubre todas las mañanas haciendo una especie de morning show que me entretiene muchísimo y a la gente parece que también. Así que me parece que me voy a quedar ahí para largo.

¿Cómo has vivido este último año laboralmente?

Pues la verdad es que me pilló en un momento por un lado jodido porque estaba haciendo junto a Miguel Maldonado una gira de teatros con No te metas en política. La pandemia nos pilló justo en la mitad. Nos quedaban todavía unos cuantos meses de actividad en teatros. La verdad es que eso fue un poco angustioso, no solo por nosotros, sino porque en un trabajo como este al final colabora contigo más gente y, en algunos casos, lo pasas hasta peor por la gente que depende de ti que por ti mismo.

¿Te consideras más cómico o comunicador político?

Suelo pensar que el hecho de que yo haya involucrado tanto mi activismo político en mi trabajo tiene más que ver con mis carencias que con otra cosa. Lo que más conozco, lo que mejor se me da y lo que mejor sé hacer es hablar de política, porque lo llevo haciendo toda la vida. A mí me genera muchísima admiración la gente que hace una comedia mucho más pura, que parte de cero, que parte de la nada. Por eso creo que con Miguel Maldonado hemos trabajado muy bien. En No te metas en política encontramos ese equilibrio entre que como yo era un perfil más bien próximo al periodismo, doy la información, explico las noticias y otro remata con el chascarrillo.

¿Te ha costado mucho esfuerzo arrancar en esta profesión?

Más que incidentes, en los inicios lo que tuve fue mucho culebreo. Yo me acuerdo ir a mi madre a pedirle 300€ por favor, de rodillas, para comprarme una cámara y que eso me permitiera hacer algún tipo de vídeo o algo para mostrarme, porque es verdad que es muy difícil empezar si no tienes nada que mostrar. Por mucho que tú digas que estás formado, es muy difícil mostrar tus capacidades. Recuerdo que en mis primeros vídeos le agradecí muchísimo a mi hermano, con el que vivía, que hubiera pintado sus paredes de verde de la habitación, lo cual era asqueroso para tenerlo en el cuarto pero muy beneficioso para mí, que me puse a experimentar con los cromas. Creo que mis inicios fueron una mezcla de mucha jeta y de mucha improvisación, también derivada de la precariedad.

¿Y qué querías contar a través de tus vídeos?

Creo que supe leer en su momento que el humor que se estaba generando en un lugar como Twitter, donde yo ya más o menos me movía bien, podía tener una traducción en formato audiovisual que podía funcionar. Y el ejemplo fue el primer vídeo que hice, que lo petó bastante, que era precisamente con el croma. Aparecía caracterizado como un militante de las Nuevas Generaciones del Partido Popular y, además, jugaba con la baza de que nadie me conocía. Era una parodia muy burda pero al mismo tiempo la gente pensaba que podía ser cierta. Ese vídeo circuló un montón. Yo quedaba como un idiota por supuesto, porque, además de serlo, estaba intentando serlo más todavía en esa parodia. Esa fue mi manera de decir: “Bueno, pues creo que esto funciona. Creo que lo puedo hacer y no lo está haciendo nadie ¡Vamos con esto!”

¿Cómo has llevado los líos que han generado algunos de tus vídeos?

Con las polémicas que han venido después con los vídeos y con algún sketch, ahí sí que he flipado bastante más porque generaran problemas, porque realmente no me lo esperaba en absoluto. Ni ha sido nunca la intención. Puede haber una intención de provocar, puede haber una intención de jugueteo, pero nunca de llegar a ese nivel de follón, como es acabar yendo a juzgados o a esas cosas. Pero creo que tiene mucho más que ver con la descontextualización que con el vídeo en sí. Después he seguido haciendo cosas, algunas igual de graves o más en esos términos en los que se medían y no ha pasado absolutamente nada. La gente ya sabe que hay muchas cosas que hago que obviamente no son para ir a proyectarlas en una convención de víctimas de alguna historia. Son para que las vea la gente que me sigue. No son para sacarlas de su contexto e ir distribuyéndolas por colectivos a los que les pueda molestar.

¿Recuerdas el primer gran lío en el que te viste metido?

Sí, sí, sí, sí, sí. Claro, claro, claro. A mí con 18 años recién cumplidos me llevan a declarar a la comisaría de la Policía Nacional de Lloret de Mar, que está al lado de Blanes, que es mi pueblo, por unos tuits.

¿De qué iban los tuits?

Fue porque colgué, y esto aunque parezca broma no lo es, una foto de la tele de mi casa con una pistola de juguete en la mano, apuntando a la tele y aparecía en ese momento un periodista que se llama Carlos Cuesta. Y Carlos Cuesta lo vio y dijo: “Pues al gracioso este le voy a meter un puro”.

¿Qué pasó entonces?

Era la primera vez que yo tenía algún tipo de marrón de este tipo. Me citaron por teléfono. Me presenté el día que me dijeron y fui sin abogado, porque pensé que ya me pondrían uno allí, en plan “¡yo conozco mis derechos!” Iba muy orgulloso y muy flipado. Entonces, al llegar me dijeron: “Pues vas a tener que esperar un buen rato porque el abogado de oficio va a tardar como dos horas en llegar”. Así que me fui a una cafetería cercana a la comisaría y me tomé una Coca-Cola. En toda esa espera, fíjate si yo era poco consciente del problema en el que estaba metido y de la situación, que yo iba tuiteando.

¿Y qué tuiteabas?

En esas dos horas esperando al abogado de oficio, estuve tuiteando como un loco. Iba retransmitiendo prácticamente en tiempo real todo lo que me iba pasando. Entre otras cosas, faltas de respeto a los agentes de la autoridad que me habían atendido, comentarios sobre lo que estaba pasando en comisaría, que a mí me parecía que no estaban bien, como: “Aquí tratan a la gente como el culo”. Y seguía: “Me están haciendo esperar, a ver si me dan algo de merendar, que estoy aquí muerto de hambre”. Todo en un tono muy de coña, pero muy como indignado. Y cuando por fin llega el abogado de oficio y me pasan a la sala a interrogarme, una de las primeras cosas que me dice uno de los agentes es: “Oye, que si quieres merendar, te podemos traer algo”. Y me quedé blanco, porque yo soy muy flipado en el Twitter, pero no contemplaba que me estuvieran leyendo. No imaginé en ningún momento que esos dos policías que me iban a interrogar estaban leyendo todo lo que yo ponía en ese rato.

¿Cómo reaccionaste?

Noté un frío por la espalda, como diciendo: “Me cago...”. Intenté recordar, de los cincuenta tuits que había puesto, a ver qué barbaridades había dicho. Pero luego se rieron y dijeron: “Te hemos estado leyendo y eres bastante gracioso”. Y dije: “Bueno, vale, gracias”. Pero, fíjate qué inconsciencia y qué ganas de exponer mis anécdotas al instante en Twitter que me llevaron a no contemplar que me iba a ver cara a cara un poco después con la realidad. ¡Muy idiota, muy idiota!

¿Cómo acabó aquello?

Al final, fue cuestión de ir a la Policía y decirles: “Yo soy un imbécil. Es una imbecilidad. Es una pistola de juguete que tengo en mi casa”. Me llegaron a preguntar si la pistola era real. Me dieron ganas de decir que sí, solo para ver qué pasaba. Pero no, la verdad que fue una gilipollez como un templo, por supuesto, y, afortunadamente, quedó ahí.

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