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humor al cubo

J.J. Vaquero y el enigma del salmorejo

Antonio Contreras

16 de mayo de 2021 21:47 h

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Este cómico vallisoletano no empezó a dedicarse a este mundo hasta haber cumplido los 30 años: “No estaba predestinado al mundo del espectáculo. Yo era camarero. Era feliz. Es verdad que si ahora volviese a ser camarero, lo mismo soy infeliz. No quiero ser un cínico. Pero en aquel momento no conocía otra cosa y era guay, era feliz. Y de repente me surgió esto”. Desde entonces, no ha parado un momento. Es habitual verle como colaborador en multitud de montajes. También es muy respetado en la profesión como guionista. Dani Rovira lo contrató para escribir sus textos en las galas de los Goya que presentó.   

¿En qué andas metido últimamente? 

Bueno, pues últimamente ando en muchas pequeñas cosas. Estoy en Madrid en el Palacio de la Prensa una vez al mes, en el teatro, con un espectáculo que es básicamente mis monólogos antiguos mezclados con los nuevos y un guitarrista que traigo de mi barrio para hacer un fin de fiesta. Y bueno, he estrenado en Comedy Central  un monólogo nuevo hace nada que se llama La vida nos hace bullying,  donde cuento un poco cómo desde que nos levantamos de la cama la vida nos juega en contra.  

¿Te pones en plan trascendente? ¡No te pega mucho! 

No me refiero a nada importante. El monólogo lo he tirado más a las pequeñas cosas de la vida. Cuando pasas por ese reloj de calle que cuando quieres ver la hora pone los grados y cuando quieres ver los grados pone la hora. O cuando cierras la nevera, la vas a volver a abrir y la nevera no te deja. Que si cierras la nevera e intentas abrirla otra vez enseguida hay alguien tirando hacia dentro diciendo: “Solo tenías una oportunidad”. Cosas así. Y espero que funcione bien. 

¿Cómo haces para seguir viviendo en Valladolid y trabajar en Madrid?

Vengo a Madrid desde Valladolid todas las semanas. Hay semanas que vengo cuatro días, semanas que vengo dos. Siempre hago un programa de radio que se llama Yu, en el que colaboro una vez a la semana en Europa FM. Llevo ahí nueve años. De hecho, el programa ha cambiado de emisora. Fue en Los40. Ha cambiado de presentador. Fue Dani Mateo. Ahora es Ana Morgade. Pero yo ahí sigo, agarrado como una lapa. Y vengo una vez a la semana. Y también grabo un programa en Movistar que se llama Últimos Fichajes que presenta Iñaki Urrutia y en el que colaboramos Leo Harlem y yo. Mezcla un poco fútbol con deporte y con el humor. Me lo paso muy bien.

¿Qué piensas de la pandemia y de esas ganas de descontrolar que algunos parecen tener?

Claro. También se dice que después de todas las pandemias ha habido una época de descontrol loquísimo de fiesta, de sexo desenfrenado. Tiene un poco de lógica, ¿no? La gente lo tiene retenido. Yo tengo cuarenta y siete años. Cuarenta y cinco años y medio de esos han sido sin ningún control y ahora pues hemos estado en casa, hemos estado sin salir y entonces me imagino que la gente tiene muchísimas ganas. Estaría guay que ya, con lo poco que nos queda, aguantásemos hasta que ya esté todo el mundo vacunado y el virus controlado pero sí, hay que aguantar. Venga, no hagamos el loco que queda poco. 

Los cómicos que estáis acostumbrados a recorrer todo tipo de bares y garitos ¿tenéis técnicas para manejar el descontrol del público? 

Mira, a mí me pasó una vez que yo estaba actuando con Nacho García y una persona nos estaba increpando y Nacho García se calló pero yo me defendí y era porque a mí me daba el foco en la cara y yo no veía a esa persona, porque luego, cuando me bajé del escenario, era un tío cuadrado de dos metros que si lo veo yo no le digo nada tampoco. Pero a mí me daba el foco y a Nacho no, y Nacho le estaba viendo y estaba diciendo: “¿Qué hace el loco de Vaquero increpando a ese animal?” Y nada, luego bajó y el hombre tampoco quería líos. Yo he tenido actuaciones muy penosas. He tenido actuaciones donde no se han reído. He tenido una actuación en la que una persona del público gritaba: “¡Que salga el otro!” Estaba yo actuando y él gritaba: “¡Que salga el otro!” Y no había otro. Ese día era solo yo. El hombre buscaba la posibilidad: “Por favor, si hay más gente, que se vaya este y salga cualquiera”.

 ¿Sueles ser metepatas en tu vida cotidiana?

 Sí, sí, sí. Soy un metepatas y a veces por hacerme el gracioso. Cuando hay un momento de tensión, creo que lo que hace falta es una broma y, a veces, no. Y la he cagado muchas veces. Pero lo bueno que tengo es que lo mío es contagioso y esto se lo he transmitido a mi familia, a mi mujer y a mis hijas y me he reído mucho. Cuando lo hago yo, pienso: “¡Tierra, trágame!”. Pero cuando lo ha hecho mi mujer, reconozco que me he reído mucho. A cambio, ella también se ríe cuando la cago yo. Hay una historia que siempre recordamos y fue cuando fuimos un grupo de amigos a ver al mago Murphy, en Valladolid. Era cena con espectáculo. A la hora de cenar, cada uno pidió lo que dio la gana. Uno pidió espárragos trigueros; otro, entrecot; otro pidió sopa de pescado. Mi mujer pidió salmorejo. Y mi mujer no hace bromas nunca. Yo creo que por alguna razón, con las bromas es como que estuviera empachada. Debe ser que vive conmigo y mis hijas que también son muy de hacer bromas y chistes a destiempo.

 Suena bastante comprensible...

Me imagino que cuando vives con alguien que está todo el día haciendo bromas, te empachas, te hastías. El caso es que el camarero llegó con su salmorejo y era un salmorejo como un petit-suisse: pequeño, pero pequeño, pequeño. Entonces, nos sorprendió a todos porque mi mujer, que no suele hacer bromas, empieza: “¡Ay, que me empacho! Trae unas cucharas para mis compañeros y que me ayuden”. Y todos “¡Ja, ja, ji, ji, ja, ja!”. Se lo acabó entero. Era pequeñín, pero enterito el salmorejo se lo acabó. Y cuando se lo acaba, llega el camarero con un salmorejo grande. Mi mujer se había comido la salsa de los espárragos trigueros. Se había comido el romescu haciendo bromas al camarero mientras el camarero lo estaba viendo de lejos y diciendo: “Ay amiga. Que la estás liando. Ay amiga”.

 ¿Le recuerdas a menudo la historia?

Es que es mi anécdota de cabecera. Sé que realmente fue mi mujer pero siempre que alguien me pide que cuente una anécdota, cuento esta, porque la hago como mía propia, porque creo que todo lo que hizo mi mujer me lo ha visto a mí. Creo que eso fue una mala influencia mía. Ella antes de estar conmigo nunca hubiera hecho esas bromas, pero creo que todo se pega, lo malo también. Y me vi un poco reflejado en ella porque dije: “Qué cerca ha estado yo de ser yo”. Me vi yo ser esa persona. Dos que duermen en el mismo colchón. Soy una persona muy puntual porque se lo he visto a ella y entendí por ella que la impuntualidad es una falta de educación muy gorda. Entonces, ella me dio cosas tan buenas como ser puntual y yo le di a ella ser metepatas. Y encima lo estoy contando ahora aquí. Nunci, te quiero.

 ¿Has notado algún cambio en el público tras el duro período de pandemia?

Me he dado cuenta, con todo este rollo de la pandemia que hemos vivido, que ahora hay gente que al acabar te llega a decir: “¡Gracias!”. Te dan las gracias. Yo creo que con mi humor no arreglo nada. No soy capaz. No soy un tío tan talentoso ni para hacer una reflexión que pueda llevar a algo. No arreglo nada, pero si tengo buen día puedo conseguir que durante la hora y media que dura mi show desconectes de tus problemas. No arreglártelos. Eso no puedo. Pero que desconectes durante hora y media puedo conseguirlo. Entonces no me parece poco, de verdad. Me parece bastante. Creo que el humor ayuda mucho a sobrellevar lo que te esté pasando. Si un día has tenido un día raro, no te han ido bien las cosas, pero, por otro lado, te has reído cinco veces, yo creo que lo contrarresta.

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