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Europa se queda sin suelo y a merced de la desertificación, con España a la cabeza

Terreno afectado por la desertificación y la sequía

Raúl Rejón / Ana Ordaz

21 de noviembre de 2021 22:26 h

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Europa se está quedando sin suelo a base de contaminarlo, acelerar su erosión y construirle encima. Entre el 60 y el 70% de los suelos del continente está degradado, según ha advertido la Agencia Europea del Medio Ambiente y acaba de admitir la Comisión Europea al publicar su Estrategia del Suelo. Hasta ahora, no hay una regulación comunitaria que salvaguarde este “activo para las generaciones venideras”.

El suelo es la capa inmediatamente inferior a la superficie terrestre que “sirve de medio para el crecimiento de plantas y organismos”, lo define el departamento de Agricultura de EEUU. Esta capa es fina, entre los 15 y 25 centímetros, pero proporciona alimento, biomasa y materias primas, además de regular los ciclos del agua y el carbono. Su deterioro le abre la puerta a la desertificación que empuja el cambio climático con el ciclo de sequías más severas y prolongadas unidas a precipitaciones más violentas.

La degradación supone “un cambio en la salud del suelo”, según lo define la FAO. Eso provoca “una diminución de la capacidad del ecosistema para producir bienes o prestar servicios a sus beneficiarios”. Los daños que están causando las actividades humanas modernas a los suelos europeos “van en aumento y conllevan pérdidas irreversibles”, dice la Agencia Europea del Medio Ambiente (AEM). ¿Cómo? La erosión, la apropiación de suelo natural para desarrollo urbano y de infraestructuras y la contaminación.

“El crecimiento de la población unido a la urbanización están poniendo presión sobre los suelos y la intensificación de la agricultura los convierte en más propensos a la erosión”, analiza la AEM. Entre 2012 y 2018 se perdieron unos 400 km2 de suelo neto cada año por usos como las construcciones o las infraestructuras. Y un billón de toneladas de tierra son arrastradas por la erosión.



“Pocos saben que la delgada capa que reposa a nuestros pies contiene nuestro futuro”, afirma la Estrategia del Suelo de la Unión Europea publicada este miércoles. Porque, a pesar de que esa capa contiene el 25% de toda la biodiversidad del planeta, la Unión Europea no posee, aún, una legislación específica. El 9 de junio pasado, el Parlamento Europeo aprobó un informe de la Comisión de Medio Ambiente presidida por el español César Luena que pedía a Bruselas ponerse manos a la obra: “Que presente una propuesta legislativa para un marco común (…) para la protección y el uso sostenible del suelo”. El suelo “es un recurso natural no renovable, lo que implica que su pérdida y degradación no son reversibles a escala humana”, sentencia el Ministerio de Transición Ecológica.

La erosión

La erosión es la “pérdida de la capa superficial del suelo y sus nutrientes”. Es el efecto más visible de la degradación, pero no el único. De hecho, en sí mismo es un proceso natural, pero se ha visto empeorado por el manejo del suelo de las actividades humanas.

Cuando se habla de erosión como daño a los suelos, se refiere a la pérdida acelerada de superficie por esas actividades y que, por tanto, “excede las tasas naturales de formación de suelo”. Porque “la creación de solo unos centímetros de esta alfombra lleva miles de años”, admite el documento de la Comisión.

Los países mediterráneos en general y España en particular padecen este proceso de manera más acuciada. La erosión media causada solo por el agua en España (también el viento o los cambios de temperatura la provocan) está en unas cuatro toneladas por hectárea al año, casi el doble de la media europea, según registra Eurostat. Ese grupo de cabeza lo componen Italia, Eslovenia, Grecia, Malta o Chipre. Y eso que se ha observado una reducción en la tasa, dice la oficina estadística.

“La agricultura es el mayor agente de erosión por agua”, según la Comisión Europea. Las tierras agrícolas suponen el 80% de la superficie con erosión severa o moderada: 35 millones de hectáreas afectadas, el 17,8% de los suelos cultivables europeos. Las zonas con relieve más irregular y en pendiente son las más propensas a padecer esta degradación –como muchas explotaciones en el sureste peninsular–.

Urbanismo acelerado se come el suelo

La apropiación del suelo se produce cuando se “transforman suelos agrícolas, forestales o incluso semi-naturales en terreno para el urbanismo y otros desarrollos artificiales”, explica la Agencia medioambiental. Sus principales agentes son la construcción de viviendas, servicios y áreas de recreo, redes de transporte, infraestructuras, canteras, minas y vertederos.



“Se da, sobre todo, en las zonas periurbanas y su proliferación causa la interrupción de las funciones ecológicas del suelo”, relata la AEM. Esto, además, resta la capacidad de los suelos para almacenar carbono, lo que exacerba el cambio climático al asentarse en forma de gas de efecto invernadero en la atmósfera. Ese terreno transformado también se convierte en superficie para que corra el agua de riadas e inundaciones.

En España, el urbanismo expansivo ha empeorado las inundaciones, que son el desastre natural más mortífero. Existen casi 12.000 kilómetros de zonas de riesgo. Estos cambios de uso de suelo del urbanismo (unidos a la erosión) hacen que la misma lluvia haga más daño, según los análisis de los técnicos del Dominio Público Hidráulico que han evaluado las zonas de riesgo.

De promedio, entre 2000 y 2018, unos 2.400 kilómetros cuadrados de suelo en España se han visto afectados por esta transformación. Ocupa el primer puesto de la Unión Europea. La estrategia diseñada por la Comisión (que luego debe traducirse en regulaciones legales) dice que, para 2050, está perdida de terreno debe ser nula, es decir, que lo que se transforme se compense con la regeneración.



La contaminación difusa

La Comisión ha insistido en que “prevenir la contaminación difusa y sus puntos de origen es la manera más barata de asegurar unos suelos sanos a largo plazo”. Más que acometer costosos procesos de descontaminación. La contaminación difusa del suelo proviene, básicamente, de restos orgánicos y químicos originados en el sector agro-ganadero intensivo y otras actividades industriales. También por la mala gestión de residuos.

España es uno de los países europeos con problemas evidentes por esta contaminación que también termina por llegar a las aguas: el suelo, los sedimentos y el agua “están íntimamente relacionados”, evidencia el documento preparado en Bruselas.

De hecho, el 40% de las masas de agua españolas están en mal estado, según las últimas revisiones de las confederaciones hidrográficas y la contaminación difusa que les llega filtrada por el suelo es uno de sus principales problemas. El pasado 11 de octubre, la Comisión Europea dictaminó en un informe que España tiene un “problema sistémico para gestionar la contaminación por nutrientes procedentes de la agricultura”.



“Hasta un 83% de los suelos agrícolas europeos presentan residuos de pesticidas”, según concluyó la revisión de 376 muestras de suelos agrícolas de 11 estados diferentes llevada a cabo en 2018. La investigación realizada por la Universidad de Wageningen, en Países Bajos, añadía que más de la mitad de esos suelos tenían múltiples tipos de residuos. “Es más la norma que la excepción”, afirmaron.

La labor que queda en este sentido es hercúlea: la Comisión señala como objetivo que “la contaminación del suelo debe reducirse a niveles que no sean perjudiciales para la salud de las personas o de los ecosistemas” para 2050.

La pérdida de suelo vivo en general es la puerta abierta para que avance la desertificación, uno de los impactos certificados de la crisis climática. La desertificación, como degradación del territorio, es ya un problema en los países de la cuenca mediterránea y el este de Europa. 13 estados de la UE se han declarado como “parte afectada” en la Convención contra la Desertificación de la ONU, pero la Unión Europea como tal todavía no. “Si bien el riesgo de desertificación se refiere a ciertas zonas, los impactos sociales, económicos y ambientales conciernen a toda la Unión”, admite ahora la Comisión Europea.

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