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Contrapoder es una iniciativa que agrupa activistas, juristas críticos y especialistas de varias disciplinas comprometidos con los derechos humanos y la democracia radical. Escriben Gonzalo Boye (editor), Isabel Elbal y Sebastián Martín entre otros.

La cara oculta del populismo y la derecha

Marcos Roitman

Resulta paradójico que los representantes políticos de la derecha identifiquen lo popular con los intereses económicos de grandes empresarios, el capital financiero y la burguesía, cuyo proyecto no contempla, entre sus principios ideológicos, la igualdad, la justicia social, el control democrático del poder y la participación ciudadana. La nueva derecha diluye, difumina y oculta en su programa el proyecto neo-oligárquico, simulando representar los intereses de toda la población, independientemente de la clase, etnia, género o estatus social al cual se adscribe cada individuo. Sus políticas –subrayan– van en beneficio de una sociedad ordenada y pluralista. Se sienten representantes de los trabajadores, los sectores medios, las mujeres, la juventud, los profesionales, las amas de casa, los jubilados, inmigrantes, parados y pequeños y medianos empresarios.

La derecha populista justifica las políticas antipopulares señalando que las adopta a regañadientes. Se autodefinen como la voz del pueblo, los portavoces del interés general, la voluntad general, y se proclaman custodios de los valores de la patria y la nación. Para dejarlo claro: apelan a la unidad del pueblo, manipulando su significado. Según el caso, el pueblo se hace carne en la defensa de la religión, la bandera, los héroes nacionales, las gestas militares o deportivas. Veamos algunos ejemplos: “El pueblo español entiende el sacrificio que le pedimos para salir de la crisis”; “el pueblo español es responsable”; “el pueblo español valora los esfuerzos del gobierno popular”; “el pueblo español no se deja engañar, es mayor de edad”.

Así, tenemos una paradoja. Un objeto imposible. La derecha, en nombre de lo nacional-popular, recorta servicios esenciales, privatiza la sanidad, arremete contra la ley de igualdad, penaliza el aborto, promueve contratos basura, hace la vista gorda con las familias desahuciadas, rebaja los impuestos a grandes empresarios, indulta a corruptos, persigue a los inmigrantes, fomenta la educación religiosa, resta dinero público para becas e investigación y aumenta la edad de jubilación. Sin embargo, las sigla popular, del Partido Popular, es aval suficiente para justiciar tales medidas.

España no es caso único. Otros partidos de la derecha populista mundial se aferran a lo popular bajo fórmulas más alambicadas y patrioteras, recurriendo a procesos revolucionarios, luchas de liberación nacional y antiimperialistas. En América latina se encuentran buenos ejemplos de ello. En el siglo XX y lo que va del XXI, las desnacionalizaciones de las riquezas naturales, la venta a empresas trasnacionales de los bienes públicos y la firma de tratados de libre comercio han sido acometidas por partidos como Liberación Nacional en Costa Rica, Movimiento Nacionalista Revolucionario en Bolivia, Alianza Popular Revolucionaria Americana en Perú y el Partido de la Revolución Institucional en México. Todos ellos, además, declarándose defensores de la civilización occidental y anticomunistas, sello que comparten.

También existen opciones populistas envolventes que dicen ser progresistas, ni de derechas ni de izquierdas, independientes y de centro. La derecha que gobernó Chile en el período 2010-2014, bajo la batuta de Sebastián Piñera, la formaban Renovación Nacional y Unión Demócrata Independiente, partido creado por los acólitos del dictador Augusto Pinochet.

Conceptos como democracia, progreso, liberación, revolución, justicia son los más utilizados por estos partidos populistas. En este supermercado de las palabras, cualquier opción es buena para difuminar la ideología neoconservadora. En Venezuela, Primero Justicia, partido donde milita el ex-candidato presidencial de la derecha venezolana Henrique Capriles, apoya el proceso desestabilizador, practica la sedición golpista y fomenta la desobediencia civil. Asimismo, partidos que han ejercido la represión, la tortura y fomentado la guerra sucia llevan en su enseña la palabra democracia. En Venezuela, Acción Democrática.

Las combinaciones son muchas, pero todas tienen un objetivo: ocultar los principios ideológicos y políticos de una derecha plutocrática que actúa a las órdenes del capital trasnacional y el complejo industrial-militar. En Estados Unidos, republicanos versus demócratas no ofrecen diferencias sustantivas en política exterior. Invasiones, golpes de Estados y guerras, asesinatos políticos o magnicidios han sido patrocinados por “demócratas” y “republicanos”. Seguramente hay peculiaridades, pero los pueblos latinoamericanos han sufrido las políticas bipartidistas del establishment estadounidense. Ni qué decir tiene la derecha europea, que se parapeta en el parlamento europeo bajo el denominador común de: grupo popular. Allí se han cocinado las políticas xenófobas y racistas más reaccionarias, que han supuesto un retroceso en el campo de los derechos ciudadanos en los países de la Unión, y se han plegado a los Estados Unidos cuando se trata de bloquear ayudas o condenar a gobiernos como los existentes en Bolivia, Venezuela, Ecuador, Argentina o Cuba.

La derecha populista, sin embargo, acusa a la izquierda y los gobiernos populares de engañar al pueblo cuando pone en marcha planes de vivienda, educación, salud, deporte, y amplía los derechos laborales. En ese instante, saltan las alarmas. Otorgar becas a los más desfavorecidos es populismo. Aumentar el salario es populismo. Construir hospitales públicos es populismo. Garantizar una pensión digna es populismo. Facilitar créditos a los pequeños y medianos empresarios es populismo. Financiar y fortalecer la cultura nacional es populismo. Controlar y poner coto a la actividad de los grandes bancos es populismo. Regular la inversión extranjera es populismo. Defender la soberanía nacional es populismo. Disminuir las desigualdades y promover la justicia social es populismo. Ganar elecciones con programas socialistas es populismo. Los términos de moda: “populismo-chavista” e “izquierda bolivariana”. Bajo estas definiciones se ataca la existencia de políticas sociales populares, afincadas en los principios de dignidad, ciudadanía plena, justicia social, representación democrática, derechos de soberanía, pleno empleo, educación pública de calidad, salud universal, igualdad de género o defensa de las riquezas nacionales. Si la izquierda desarrolla un programa para las clases trabajadores y las mayorías sociales excluidas y dominadas, entonces, indefectiblemente, es populismo. Si la derecha recorta, excluye y niega la democracia, asistimos a políticas populares. Sin comentarios.

Recordemos que la democracia devino fórmula para igualar desigualdades entre propietarios y no propietarios. Pero la democracia nunca ha sido considerada una opción política para las clases dominantes, mucho menos en el capitalismo. Ni Platón, ni Aristóteles, ni los grandes filósofos de la ilustración fueron partidarios de establecer gobiernos democráticos. Era una cuestión de pobres. El voto censitario sobrevivió en pleno siglo XX. El único populismo, por definición, es el practicado por la derecha; la izquierda, por definición, se identifica con lo popular, las clases trabajadoras y los explotados y dominados, por ello asume la democracia como parte de su proyecto fundacional. Esa es la diferencia. Los partidos democráticos fueron la antesala de los partidos socialistas y comunistas. Hoy, la distancia entre lo popular y el populismo, es la misma que existe entre derecha e izquierda. Otra explicación sólo promueve la confusión y la mentira. No hay arriba y abajo. Existe un abajo a la izquierda y un arriba a la derecha, como bien nos recuerda el EZLN.

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Contrapoder es una iniciativa que agrupa activistas, juristas críticos y especialistas de varias disciplinas comprometidos con los derechos humanos y la democracia radical. Escriben Gonzalo Boye (editor), Isabel Elbal y Sebastián Martín entre otros.

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