‘Tardes de soledad’, la película de Albert Serra sobre la tauromaquia que todo el mundo se quiere apropiar

El 3 de mayo del año pasado, el Ministerio de Cultura anunciaba que eliminaría el Premio Nacional de Tauromaquia, que hasta entonces estaba dotado de 30.000 euros, una cifra que equiparaba los toros al resto de disciplinas como el cine, el teatro o la literatura. El departamento que dirige Ernest Urtasun mostraba sus convicciones antitaurinas y no convocaba el galardón para 2024 además de iniciar los trámites administrativos para su anulación definitiva.
Urtasun confirmaba así lo que ya había manifestado cuando era eurodiputado. En 2016 declaró que “la tortura animal no puede ser considerada cultura”, y consecuentemente, cuando tuvo la cartera de Cultura en su poder, decidió que así fuera. A pesar de que la asistencia a los toros se encuentre desde hace años en decadencia, siempre han sido una guerra cultural entre derecha e izquierda.
El anuncio de Urtasun enquistó esa batalla. Si ya era normal ver a Isabel Díaz Ayuso o a Victoria Federica de Marichalar y Borbón yendo a los toros, estableciendo un hilo que unía el sector más conservador con las plazas; tras la eliminación del premio, barones discordantes del PSOE se unieron al bando pro taurino, con Emiliano García Page a la cabeza. El presidente de Castilla-La Mancha guiñó de nuevo el ojo a la derecha y se unió a ellos en la convocatoria de un premio nacional alternativo que se entregaría en el Senado.
En medio de toda esta guerra cultural, el Festival de Cine de San Sebastián anunció que incluía a competición por la Concha de Oro el documental que el cineasta catalán Albert Serra había rodado, precisamente, sobre los toros. No existe un Zinemaldia sin su polémica, y en esta ocasión los toros mostraron que el debate estaba abierto convirtiéndose en el tema de un festival de cine, donde un elemento como la tauromaquia no suele aparecer ni de lejos.
No era una película cualquiera la que abordaba el asunto, sino que Tardes de soledad era el nuevo filme de uno de los autores más personales y radicales del cine español. Un enfant terrible que, hasta ese momento, había sido reivindicado más en Francia, donde es nombre habitual del Festival de Cannes y donde había optado a los premios César por su anterior filme Pacifiction. En España, en cambio, su nombre sigue siendo desconocido para una gran parte del público.
PACMA pidió que se retirara el filme de la competición, Urtasun no estuvo en la proyección —el ministro solo acudió el primer fin de semana y la película se proyectó más tarde—, y el director del festival, José Luis Rebordinos —experto en lidiar con polémicas como está— pidió que la gente viera la película antes de opinar e incluso invitó a los miembros del partido animalista a un pase.
La película se convertía así en el misterio mejor guardado y más deseado del festival. Tras el primer pase de prensa, esa sensación se agrandó. Las críticas fueron unánimes. Albert Serra confirmaba que era un cineasta prodigioso, capaz de ofrecer una mirada sin moralismo, pero afilada como un cuchillo. Tardes de soledad, como siempre en su cine, suponía acercar el ojo a una mirilla para observar lo que nadie quiere ver. Por mucho que se niegue, la tortura animal sigue existiendo en una plaza pública delante de miles de personas, y su película intentaba mostrar lo que ocurría dentro —y fuera, en las bambalinas de la cuadrilla—, para que esa tradición siguiera manteniéndose.
La honestidad es la clave. 'Tardes de soledad' no rehúye nada. De la misma manera que se muestra la intimidad hay otros planos que muestran la violencia del toreo
Lo que nadie esperaba es que las críticas positivas fueran transversales. Y aquí se desveló el gran acierto de Serra. Su cámara captaba todo para que el espectador lo descodificara. Los taurinos vieron en ella un elogio del honor, de la valentía. Un ensalzamiento del enfrentamiento entre el torero y la muerte que exaltaba la belleza de su tipismo. Los antitaurinos vieron un retrato tan salvaje y violento que colocaba a los toros como algo indefendible. Uno que daba el primer plano de la película al toro vivo, que enseñaba la carnicería a la que le castigan y que, en un hallazgo narrativo más propio de la ficción que del documental, encontraba un alivio cómico y ridículo en la cuadrilla pelota del torero Roca Rey, protagonista absoluto de un filme que, además, subrayaba el componente homoerótico del toreo con una escena del maestro a medio vestir que podría encajar dentro de un episodio de RuPaul.
El jurado, presidido por la directora española Jaione Camborda, corroboró todo eso y le dio la Concha de Oro destacando “su poder artístico” y “su lenguaje cinematográfico que otorga espacio al espectador para juzgar”. “Creemos en el poder del arte para generar movimiento, y esta obra nos permite reflexionar sobre los límites de la expresión artística, el miedo, la brutalidad o la masculinidad, entre otros aspectos”, añadió la autora de O’Corno. “Espacio para juzgar”. Puede parecer un lugar común, pero ahí radica la clave de las reacciones a Tardes de soledad, pero también del cine de Serra, que no da todo mascado, que no da sermones. Un cine cuyas imágenes siempre tienen un misterio que el espectador debe descifrar.
A todo esto, Albert Serra, que hasta entonces había disfrutado dando titulares hiperbólicos, se presentó en San Sebastián más calmado que de costumbre. Lo hizo solo. Nadie de la cuadrilla ni Roca Rey le acompañaron en la promoción; como tampoco lo han hecho en los eventos promocionales de presentación del filme. Él defendió su filme de la polémica, y por supuesto tuvo que responder a la pregunta de dónde se colocaba él en la guerra cultural de la tauromaquia. Serra, como su cine, no busca contestar a nadie, y desde el primer momento dejó claro que era más taurino que antitaurino.

“No estoy en contra. Prefiero que exista a que no exista, sin ninguna duda”, contestaba a elDiario.es sin remilgos, pero añadiendo que esa postura era estéril y que hacía flaco favor a su propuesta cinematográfica. “Este tipo de actitud no te sirve para nada. Al contrario. Para hacer una película y sobre todo una película documental, lo bonito es precisamente ponerte en este estado de inocencia, en esta posición de búsqueda, que la cámara busque cosas inéditas, cosas que te sorprendan a ti mismo, cosas que no podrías encontrar de ninguna otra manera. Y, sobre todo, cosas que los ojos humanos no han visto nunca. Para eso está. Si no, sería muy aburrido. Si no, ya tienes las retransmisiones de la tele para eso”, añadía.
Para él su posición moral se resumía en una palabra: “Honestidad”. Y ahí creía que radicaba el éxito de Tardes de soledad entre todo el arco ideológico. “Nunca me planteo qué va a ver la gente en mi película, pero creo que la honestidad es la clave. Tardes de soledad no rehúye nada. De la misma manera que se muestra la intimidad, hay otros planos que muestran la violencia del toreo. Hay de todo. En ese equilibrio se puede encontrar todo el mundo”, opinaba Serra sobre esa transversalidad. Subrayaba que no se había casado con nadie a pesar de que era “un tema controvertido y espinoso”. Si hubiera pensado en contentar al torero, “sería un publirreportaje de su mejor corrida del año” y, por el contrario, podía haber sido mucho más salvaje. “Si escuchas a la gente, no acabarías nunca”, zanjaba en San Sebastián.

Lo que nadie pensaba que iba a ocurrir era que el cineasta más insobornable, el más radical, iba a ser el objeto de deseo de todos. Y que lo iba a hacer con una película sobre los toros. Tanto la derecha como la izquierda han querido apropiarse de Tardes de soledad (y de Serra). El filme es el vellocino de oro de esta guerra cultural. Solo hay que mirar lo ocurrido tras la Concha de Oro en San Sebastián. Albert Serra ha protagonizado una portada de Vanity Fair, lo que nunca había logrado con ninguna de sus otras películas; la más taquillera de todas ellas apenas superó los 20.000 espectadores. Ha dado coloquios en la Academia de Cine, y en todos los lugares sagrados para la cinefilia.
A la vez, el periódico El Mundo recuperaba su olvidado premio de tauromaquia solo para dárselo a Albert Serra, mientras que el recién creado y alternativo Premio Nacional que no depende del Ministerio de Cultura, sino del Senado y nueve comunidades autónomas también ha recaído en el cineasta. ¿Cuántas veces el sector conservador había premiado a un director de cine?, ¿cuántas veces el mundo del cine había reivindicado una película sobre el toreo?
Y ahí surge una duda, una que afecta a un director que había construido su carrera y su imagen en torno a una figura de rebeldía, de desafío al poder y a todo. ¿Si Albert Serra gusta a todos, no significará que se ha domesticado?: “Lo he pensado. Lo he pensado un poquito. No mucho, pero no sé. Probablemente. Esperemos a la próxima para decirlo, que esa va sobre Rusia y promete”.
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