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800.000 millones

La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen.
11 de marzo de 2025 22:35 h

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Una histeria militarista recorre Europa en las últimas semanas, sin razón ni motivo aparente, puesto que la situación política y militar, tanto en Ucrania como en el resto del continente, es exactamente la misma que hace dos meses o dos años, y hasta ahora nadie hablaba, a nivel europeo, de un rearme masivo. ¿Qué ha cambiado? Solamente una cosa, y tiene nombre propio: Donald Trump. El presidente de EEUU ha conseguido provocar un estado de ánimo belicista en los países europeos con solo dos declaraciones: una sobre la paz en Ucrania, que pretende acordar bilateralmente con Rusia, a espaldas de Europa y del país agredido, y otra demandando a los europeos que asuman más responsabilidad en su defensa, y en consecuencia aumenten su gasto militar, si no quieren que EEUU los abandone

No se puede decir que ninguna de las dos fuera inesperada. Trump ya había dejado clara su posición sobre la guerra en Ucrania: “la terminaré en 24 horas”, y, por otra parte, ningún dirigente europeo es tan ingenuo como para sorprenderse de que la guerra termine con cierta ventaja para Rusia y pérdidas territoriales para Ucrania; estaba claro que los ucranianos no podían ganar esa guerra ni expulsar a los rusos de su territorio. Tampoco es nuevo que Trump exija más gasto militar a sus aliados amenazando con no defenderlos, puesto que ya dijo lo mismo en su primer mandato, y no pasó nada. El caso es que ahora nos sentimos muy amenazados, y nos damos cuenta de repente de que estamos a merced del oso ruso si Washington nos abandona. El resultado: un plan que empieza por 150.000 millones en préstamos europeos –que habrá que devolver– y otros 650.000 que se liberarían en cuatro años dejándolos fuera del límite de déficit, pero que saldrán igualmente de nuestro bolsillo.

Una sola persona, Trump, ha conseguido que la Unión Europea programe un aumento del gasto militar de 800.000 millones en cuatro años, que costará décadas amortizar. Habrá quien diga que la culpa es del presidente ruso, Vladímir Putin, pero lo cierto es que los rusos no han hecho ahora nada diferente de lo que venían haciendo desde hace tres años, que pueda justificar el cambio repentino hacia una drástica respuesta militar europea. Veamos algunos de los parámetros de esta chocante –en todos los sentidos– situación, y sus consecuencias

La amenaza

Si hay que rearmarse y aumentar el gasto en defensa en estas enormes cantidades, será porque ha surgido una grave amenaza, o ha crecido tanto una ya existente que obliga a ello. ¿Cuál es esa amenaza? ¿Rusia? ¿La amenaza rusa ha aumentado ahora, cuando militarmente es más débil? ¿El peligro viene de un ejército que tuvo que abandonar el cerco a Kiev, fue obligado a evacuar Jerson, ha tardado tres años en conquistar algunos pueblos del Donbass, y no ha sido capaz en seis meses de expulsar a los ucranianos de la zona de Kursk? ¿En serio se nos quiere hacer creer que Rusia tiene ahora recursos militares para atacar a alguien más, o mejor aún, para enfrentarse a la OTAN por iniciativa propia? ¿O todo esto es un fantasma que se esgrime, con la ayuda de casi todos los medios de comunicación occidentales, para que la población europea acepte sumisa el aumento del gasto militar? 

Putin ordenó invadir Ucrania porque pensó que su adhesión a la OTAN constituía una grave amenaza para Rusia, que además podría ser seguida de otras si no reaccionaba. Es decir, buscaba seguridad. Esos relatos de la tiranía contra la democracia, la ambición imperialista del sátrapa, el bien contra el mal, son pura propaganda de guerra, y bastante simplista, además. Aquí no se trata de valores, sino de poder y de beneficios. A Putin no le gustan ni la UE ni los países europeos, porque los considera una prolongación de EEUU a este lado del Atlántico, y por tanto, intrínsecamente hostiles a Rusia. Ha tratado y tratará de debilitarlos mediante acciones híbridas, incluyendo desinformación, apoyo a todo lo que les divida, como los partidos o gobiernos de extrema derecha, sabotajes o ciberataques. Pero una acción militar directa contra un país de la OTAN no le daría más seguridad, sino menos, podría acabar con él, con su régimen y con la Federación Rusa tal como existe. No es que no quisiera hacerlo, eso solo lo sabe él, es que no está en condiciones de hacerlo.

Lo único que le movería a ir directamente al suicidio sería la convicción de que, si no se adelanta, Rusia será aniquilada. Y lo que podría provocar esa convicción es precisamente un rearme europeo desproporcionado. Todas las guerras han sido precedidas por un rearme masivo de uno o todos los contendientes. Puede suceder que el rearme que ahora lanza Europa provoque lo que aparentemente trata de evitar y, en lugar de darle más seguridad, aumente el riesgo de guerra. Y si es así, parece razonable deducir que sería mejor no hacerlo, o al menos hacerlo de forma más moderada y pausada, mientras se ve cómo termina la guerra, cómo se recupera Rusia, y si cabe reanudar con ella lazos económicos y políticos, que sería un camino mucho mejor para garantizar una paz duradera que acudir al rearme.

La soledad europea

El segundo factor que parece alimentar la carrera armamentística, sería el temido fin de la protección de EEUU a Europa, algo que, si la UE hubiera hecho sus deberes desde el fin de la guerra fría y la aprobación del Tratado de Maastricht, ahora quizá no le preocuparía tanto. Pero es también un fantasma. Trump no va a abandonar a los europeos, porque necesita una Europa liberal y próspera para que le ayude en la pugna comercial y tecnológica con China.

EEUU intervino en las dos guerras mundiales sin que hubiera un tratado o alianza previa que le obligara a ello, por su propio interés, y si Trump viera a Europa en una situación de indefensión ante un ataque, intervendría también, tanto si los europeos han obedecido su consigna de aumentar sus presupuestos de defensa como si no. Él amenaza con terribles consecuencias, en su estilo de matón de taberna, para intimidar y conseguir sus objetivos, que no son otros que vender a los europeos más armamento y equipos militares estadounidenses; no parece mínimamente coherente que piense que los europeos necesitan duplicar su gasto militar para defenderse, cuando simultáneamente está llegando a tratos con Rusia, que se supone que es su principal amenaza, no solo para cerrar la paz en Ucrania, sino para una colaboración bilateral más amplia en materias políticas y económicas.

Pero los dirigentes europeos han entrado en pánico, o lo aparentan, y aunque por una parte repiten que EEUU sigue siendo su principal aliado, han decidido que las amenazas de Trump esta vez sí merecen rascar el bolsillo de los ciudadanos en una cantidad que aparentemente han calculado a ojo, ya que no se tienen noticias de ningún plan o programa estructurado. 

La defensa autónoma europea

Asumiendo que se crean las amenazas de Trump, el rearme se presenta a los ciudadanos como una necesidad previa para construir una defensa autónoma europea, independiente de EEUU, que es algo que tiene un apoyo mayoritario en los sucesivos eurobarómetros. Desde    luego, uno de los requisitos para la autonomía es disponer de las capacidades necesarias, y algunas de las actuales serán insuficientes y requerirán adquisiciones. Pero, si el objetivo es la autonomía, ¿por qué no se pone en marcha simultáneamente el proceso para la constitución de una Unión Europea de Defensa (UED), que se podría iniciar con una vanguardia de países más avanzados, como empezó la moneda única, y que solo requiere el establecimiento de unas estructuras de mando y de fuerzas puramente europeas, con los recursos ya existentes, bajo la autoridad del Consejo Europeo?  No se hace porque no es eso lo que se quiere. Es solo un señuelo, una justificación. Algunos hablan de un proyecto futuro, otros continúan con el tópico de reforzar “el pilar europeo”, o no quieren debilitar la OTAN, y la mayoría ya ni lo menciona, lo importante es gastar más, como dice Trump, y ya veremos después para qué.

No obstante, la creación de una UED sería esencial, no solo para la independencia europea, también para evaluar las carencias y necesidades, y por tanto cuánto hay que gastar. La puesta en común de las capacidades de 27 Estados miembros, puede producir sinergias que permitan ahorros significativos. Acuerdos de colaboración como pooling and sharing pueden hacer superfluo que todos los países tengan todos los medios y equipos que necesitarían en solitario, y racionalizar así el gasto sin merma de la eficiencia colectiva.

En qué emplear el aumento de gasto

Tan importante como cuánto se gasta es en qué se gasta, Los Estados Mayores tienen muy claro lo que necesitan, y la lista es muy larga, porque lógicamente quieren más y mejores medios para cumplir mejor su tarea, sobre todo si las cosas se ponen feas. Son conscientes de las limitaciones presupuestarias, pero entre sus misiones no está potenciar la industria o la tecnología nacional o europea, ni el empleo que se puede crear, ni siquiera los beneficios políticos de limitar la dependencia de una potencia externa a la UE. Eso es algo que tienen que decidir los responsables políticos, después de escuchar a los militares.

El concepto de defensa es muy amplio, y en él pueden entrar desde medidas de protección contra el cambio climático o contra las catástrofes naturales, pasando por el empleo de medios militares para cooperación y ayuda al desarrollo, hasta las inversiones en I+D+i asignadas a empresas importantes del sector que desarrollen tecnologías duales, aplicables también a proyectos civiles, con lo que se potenciará la industria y el empleo, o a proyectos satelitales, también de doble uso. Cuando hablamos de adquisiciones, es evidente que hay que comprar armas, pero una parte del presupuesto se puede dedicar a adquirir medios útiles para proporcionar seguridad humana, más que para la guerra, por ejemplo, aviones contra incendios o para potenciar las unidades militares de emergencia, que van a ser empleadas cada vez más debido al cambio climático, aunque haya que reducir el número de aviones de caza de última generación, que son necesarios, pero que –afortunadamente– pueden quedar obsoletos antes de ser empleados en una guerra, como les ha sucedido a sus predecesores.         

Y, por supuesto, se debe priorizar la compra de material nacional o europeo. En 2023, el 63% de los pedidos de defensa de la UE se hicieron a empresas estadounidenses, y otro 15% a otros proveedores no pertenecientes a la UE. Esta dependencia condiciona la política europea de defensa. Es cierto que hay sistemas de armas muy efectivos y necesarios que solo fabrica EEUU, como por ejemplo los misiles antiaéreos Patriot, y solo se pueden comprar allí. Pero son muy pocos, en la mayoría de los casos se trata de armas o plataformas que son algo superiores a las que se producen en Europa. Por ejemplo, el avión de caza F35 puede ser el mejor en su categoría, pero unas fuerzas aéreas dotadas con aviones europeos como el Eurofigther Typhoon, o el francés Rafale pueden cumplir perfectamente su cometido, y es evidente que adquirir estos últimos redunda en el reforzamiento industrial y tecnológico europeo, también el de doble uso que tiene después aplicaciones civiles. Además, cuantas menos armas se compren en EEUU más autónoma será la defensa europea, y menos interés tendrán Trump y sus sucesores en un aumento del gasto militar europeo, si no les beneficia. 

Los sacrificios

Cada euro que se gasta en defensa se detrae de otros usos, generalmente de gasto social porque éste –pensiones, subsidios, sanidad, educación, asistencia– forma, en los países europeos, el grueso del gasto público, junto al servicio de la deuda, que también aumenta si hay más endeudamiento para financiar un rearme como el que ahora se plantea. Cuando se aumentan los presupuestos de defensa se está pidiendo a los ciudadanos sacrificios que tendrán dificultades en entender, aunque se les sature de propaganda alarmista y bélica.

Con 800.000 millones se pueden construir casi seis millones de viviendas en terreno público, y esto no es demagogia, todo el mundo necesita una casa y la guerra es lejana e improbable. Pero parece que en ciertos niveles no se piensa así. La Comisión Europea se ha apresurado a eximir el gasto de este desmesurado programa de rearme de la limitación que se aplica al déficit público. Ningún gasto social está eximido de contar para ese tope, lo que demuestra que para ellos estos asuntos son menos esenciales o perentorios.

Una de las responsabilidades más importantes de un gobierno es la de priorizar los capítulos de gasto de los presupuestos, siempre insuficientes. La seguridad es muy importante. Pero no solo la física, que requiere medios de defensa, sino también la laboral económica, jurídica, habitacional, sanitaria, alimenticia. Todas ellas requieren inversiones importantes. Solo si hay una amenaza cierta de agresión puede la defensa tener prioridad en el gasto, porque la supervivencia es lo primero, y las bombas destruyen viviendas, hospitales, y fábricas. Si no es así, la defensa tendrá la asignación imprescindible para mantener unas capacidades que no se pueden improvisar cuando se necesiten, pero quizá menor de la deseable, porque habrá otras necesidades más acuciantes o socialmente más importantes.

Gastar en defensa menos de lo necesario es irresponsable, gastar más de lo necesario es un crimen social. El descomunal rearme que plantea la Comisión Europea se argumenta con una amenaza rusa improbable y con una ruptura trasatlántica inverosímil, se presenta como un paso para una defensa europea autónoma cuya construcción no se emprende, y no garantiza que el dinero se emplee de acuerdo con un plan coherente. Puede ser que al final no mejore la seguridad europea, sino solo la cuenta de resultados de las empresas armamentísticas, sobre todo las estadounidenses. ¿Es esto lo que quieren o necesitan los ciudadanos europeos?

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