Ixone Sádaba, fotógrafa: “Los jóvenes deben conocer la historia, pero no hay que hacerles sufrir por algo que no les ha tocado vivir”
![La fotógrafa y artista Ixone Sádaba](https://static.eldiario.es/clip/9d11fc57-9f9a-4c5c-ba9c-6ca523799669_16-9-discover-aspect-ratio_default_1111160.jpg)
Ha fotografiado la vida que rodea la guerra de Irak, lo que queda después de un tornado en Estados Unidos o su propio dedo del pie doblándose hasta doler. Ixone Sádaba (Bilbao, 1977) es licenciada en Bellas Artes por la Universidad del País Vasco, (UPV/EHU) y completó su formación con un máster en Dirección Artística en la Universidad Antonio de Nebrija en Madrid (2001) y un postgrado en el Internacional Center of Photography de New York (2005). Su obra se basa en la fotografía, la instalación y el arte del performance, explorando constantemente los límites de la naturaleza individual y violenta de la humanidad.
Con su último proyecto, 'Escala 1:1' busca que el público reflexione sobre el legado material, simbólico y político de la central nuclear de Lemoiz, donde ha pasado meses fotografiándola por dentro y por fuera. Su muestra, expuesta en Azkuna Zentroa de Bilbao a partir de este 6 de febrero, se compone de tres partes. La primera, una serie de fotografías de la central desde dentro y desde fuera en formato de archivo que el espectador puede ver y tocar como si de un libro se tratase, además de unos objetos que la propia artista sustrajo en su visita a la central nuclear, para la cual tuvo que solicitar un permisó que le tardó en llegar seis meses. La segunda, una réplica del mirador construido en 1974 para visitar las obras y ubicado en un alto cerca de la carretera que conduce a las instalaciones de Lemoiz. Y, la tercera, un ejercicio de restitución proyectando fragmentos de las construcciones que conforman el complejo de Lemoiz a tamaño real. En una de las salas del centro Sádaba muestra secuencias de tomas fotográficas recomponen muros y vistas del complejo y, por un momento, es como si la sala viajase hasta las puertas de la central nuclear, que luce ahora rodeada de plantas y hierbas por el paso del tiempo y el descuido de las instalaciones.
¿Qué supone para usted la central nuclear de Lemoiz después de este proyecto y qué suponía antes de realizarlo?
Antes de realizar el proyecto Lemoiz era un edificio ajeno a mí, era una desgraciada historia y el paisaje consecuencia de esa historia. No me había parado a reflexionar cómo viví yo Lemoiz o la relación en mi infancia con la central nuclear, siendo yo del 1977. Ahora, en cambio, tengo una relación más privada con Lemoiz.
Los museos, el arte, la cultura, no son ajenos a la realidad. ¿Se acerca a Lemoiz desde un plano más social, político o ecológico?
Sí. Cuando me acerco me doy cuenta de que está todo, todos los temas que puedas tocar están ahí y por eso me interesa. Yo veo la central nuclear de Lemoiz como un elemento que cruza transversalmente nuestra historia contemporánea reciente. Eso es lo que me fascina, cómo realmente hay muchísimos temas sobre los que se puede hablar a partir de esta ruina.
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¿Se encontró dentro algo que le sorprendió o que no esperaba?
Una pelota de playa inflada. Me pareció raro que no hubiera perdido el aire, pero es cierto que ha entrado más gente a lo largo de estos años. Otra cosa que me sorpredió fue encontrármelo inundado. La central está inundada de agua dulce y salada. Por un lado, recibe agua del embalse y de la lluvia y, por otro, el agua del mar porque las esclusas están ya abiertas.
¿Cuál ha sido su objetivo con este proyecto?
Es una exposición que habla sobre todo de la historia de la fotografía y de la idea fallida del progreso. Es un trabajo de cosmopolítica, de cómo nos relacionamos con el mundo. Tengo curiosidad por ver cómo lo vive alguien que no sabe nada sobre Lemoiz, que no ha vivido su historia, creo que es importante trasladar la memoria, los jóvenes deben conocer la historia, pero no el trauma.
¿Por qué?
Porque no hace falta hacer sufrir a otras generaciones por lo que no les ha tocado vivir, ya les tocará lo que les toque. Es importante explicar las cosas y que conozcan la historia, hay que hacer una recuperación de la memoria histórica, pero los sentimientos, las sensación y la negatividad no. No es buen suele sobre el que plantar.
¿Esa negatividad es la que hace que historias como la de Lemoiz queden al borde del olvido?
Puede que haya cosas que dejemos atrás por miedo, puede que a la historia de la central nuclear de Lemoiz le demos la espalda por miedo.
A lo largo de su carrera ha viajado a lugares como Irak, donde fotografía a lugares y personas para mostrar su vida cotidiana a través de imágenes alejadas de las habituales fotografías de países en guerra. ¿Por qué?
El de Irak es un contexto muy amplio y muy distinto. He trabajado en el sur, pero sobre todo en el norte, en el Kurdistán iraquí. Siempre digo que pese a lo que esté sucediendo en un lugar, la vida es la vida. Para conseguir una fotografía de guerra, de esas que vemos en los telediarios, tienes que ir a la primera línea y no me interesa hacer eso porque no es mi trabajo. Yo no fotografío el conflicto en sí mismo, sino lo que rodea el conflicto, la vida que se da alrededor de él. A mí me interesa más lo que les sucede a las personas.
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En otros de sus proyectos explora uno de sus referentes principales: el cuerpo femenino como espacio de quiebre, expuesto a la violencia y la fragmentación. ¿Cómo es eso?
Durante mucho tiempo he fotografiado mi propio cuerpo. No es un cuerpo idealizado, es un cuerpo fragmentado, con fisuras. Todos convivimos con nuestro cuerpo y lo conocemos en su intimidad. La relación de la cámara con mi cuerpo es una relación sincera, entonces, no siempre va a ser un cuerpo entero.
¿De dónde viene ese interés por mostrar la fragilidad del cuerpo?
No lo sé. No sé de dónde viene. Para mí es más fácil trabajar con mi propio cuerpo que con el cuerpo de otras personas, porque puedo llevar mi cuerpo al límite y puedo ser sincera a la hora de hablar de lo que cuento. Es un lienzo en blanco. Eso me ha llevado en diversas ocasiones a trabajar el autorretrato. Es interesante ver cómo te ves a ti mismo, ser tú el observador.
¿Y cómo se ve a sí misma?
Después de este último proyecto, muy delgada, pero contenta.
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¿Cómo se siente cuando tiene que presentar una obra?
Con vergüenza. Una cosa es hacer un trabajo y otra distinta mostrárselo al público y a los medios de comunicación. Una cosa es exponer un trabajo y otra exponerte tú. Siempre es complicado. Pero estoy contenta por haber tenido el valor de hacerlo, la verdad, porque a veces es difícil abrir un melón así.
¿Cómo se consigue ese valor?
En mi caso, estando acompañada en todo momento. Eso limita las dudas. Si tienes personas al lado que te apoyan es más fácil tirar para adelante, sin pensarlo demasiado.
Muchos de sus trabajos los ha podido desarrollar gracias a becas. ¿Las instituciones son conscientes de la necesidad de financiación en el arte?
Yo creo que sí. En Euskadi tenemos bastantes opciones de producción, pero hace falta un pequeño empuje al mercado. El mercado artístico está más abandonado, hacen falta galerías.
¿Influye el hecho de que se relacione la compra de arte con una élite?
Puede ser, pero hay arte para todos los públicos y de todos los precios. Lo que pasa es que hay que acercarse a ese público y que tenga información sobre la posibilidad de comprar arte, eso es lo más complicado.
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