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Análisis

Netanyahu se asegura su supervivencia política mientras vuelve a matar a cientos de palestinos en Gaza

Cuerpos de algunas de las víctimas de los bombardeos israelíes contra la Ciudad de Gaza, el 18 de marzo de 2025.
21 de marzo de 2025 22:33 h

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El Gobierno ultranacionalista de Benjamín Netanyahu ha vuelto esta semana a su rutina genocida en la Franja de Gaza. Cada noche, los cazabombarderos israelíes atacan a los palestinos mientras duermen en sus casas –o lo que queda de ellas–, en las tiendas de campaña y en cualquier otro lugar del enclave devastado, donde más del 60% de los edificios ha sido destruido por Israel.

El martes por la mañana, nos levantamos con las noticias de que cientos de gazatíes habían sido asesinados durante la noche y con las imágenes de los fallecidos, de los cadáveres de familias enteras en la morgue de alguno de los pocos hospitales que siguen funcionando a medio gas en la Franja, de los pequeños cuerpos amortajados (entre las víctimas, había 183 menores, según las autoridades locales).  

Ese día, las condenas se sucedieron: desde la ONU y todos los Gobiernos –a excepción del estadounidense– lamentaron las muertes de los civiles, que eran la inmensa mayoría de los fallecidos en los bombardeos; pero al día siguiente, las cifras y las imágenes de la masacre en Gaza volvían a ser la norma, como lo fueron durante los 15 meses entre el 7 de octubre de 2023 y el 19 de enero de 2025, cuando entró en vigor un frágil y repetidamente violado alto el fuego. En esos 15 meses ya habían perecido más de 48.000 gazatíes; esta semana el número ha aumentado hasta casi los 50.000 –además de miles de personas desaparecidas y, con probabilidad, muertas debajo de los escombros–.

Israel puso fin al acuerdo de alto el fuego con Hamás de forma unilateral, sorpresiva y brutal, con el visto bueno de la Administración de Donald Trump, que ha dado legitimidad a los planes del Gobierno de Netanyahu de expulsar a la población palestina de Gaza e, incluso, anexionarse partes de la Franja, tal y como ha amenazado este viernes el ministro de Defensa, Israel Katz. Pero los analistas, especialmente algunos israelíes, señalan que la ruptura de la tregua esta semana y la reanudación de la ofensiva en Gaza –tanto por aire como por tierra– no es casualidad. Sin duda, las declaraciones y señales desde Estados Unidos han alentado a Israel, que sabe que puede contar con el respaldo sin fisuras de su principal aliado, además de suministrador de armas y abogado defensor en los organismos internacionales. 

Netanyahu ha recurrido una vez más a la guerra para garantizar su supervivencia política, tanto al frente de la coalición gobernante, como ante los múltiples escándalos que le salpican de nuevo. Parece que el primer ministro necesita matar a palestinos para ganar tiempo de vida política, y cuantos más, mejor.

El gabinete de Netanyahu ha aprobado la destitución del jefe del Shin Bet (el servicio de Inteligencia interior de Israel), Ronen Bar, siendo la primera vez en la breve historia del Estado judío que el Ejecutivo despide al jefe de esa importante rama de los servicios secretos (junto a la exterior, denominada Mosad). La oposición ha considerado que existe un “profundo conflicto de intereses” porque el Shin Bet está investigando a asesores de la Oficina del primer ministro por supuestos pagos que recibieron de Qatar ante el Mundial de fútbol en ese país en noviembre de 2022; aparte de una más reciente investigación sobre los ataques de Hamás del 7 de octubre contra el sur de Israel, en la que el servicio de Inteligencia apuntaba a fallos del Gobierno. 

Ese conflicto de intereses no ha pasado inadvertido para una parte de los ciudadanos israelíes, que se han manifestado en los pasados días en contra de la destitución de Bar. También han protestado los familiares de los rehenes que permanecen en Gaza (59 en total, de los cuales, cerca de la mitad se cree que están muertos) por la reanudación de la ofensiva contra la Franja que pone en peligro a sus seres queridos. Ni el colectivo de las familias de los rehenes ni otros en Israel han mostrado su preocupación por los cientos o miles de palestinos que van a morir en este segundo asalto al enclave palestino, pero son conscientes de que no beneficia a nadie, excepto a Netanyahu, y que el primer ministro está dispuesto a sacrificar más vidas –incluidas las de los rehenes y de soldados israelíes– para mantenerse en el poder.

De momento, la coalición de gobierno que encabeza Netanyahu ya no peligra con la vuelta al Ejecutivo de Itamar Ben Gvir y su partido radical, que habían abandonado la alianza cuando el Ejecutivo ordenó el cese de las hostilidades en Gaza el pasado enero y han regresado en cuanto empezaron a caer de nuevo las bombas sobre la Franja, y a correr la sangre de civiles palestinos. Además, Netanyahu está demostrando tener la intención de perseguir y liquidar a cualquiera que se ponga en su camino, sea el jefe del Shin Bet o la fiscal general del Estado, contra la que el Gobierno planea dar comienzo a un procedimiento para apartarla del cargo.

Ben Gvir y otros ministros extremistas han arremetido también contra el Tribunal Supremo del país por suspender temporalmente la destitución de Ronen Bar. Bezalel Smotrich (ministro de Finanzas a favor de los asentamientos ilegales en territorio palestino ocupado y él mismo un colono) ha afirmado que “los jueces del Tribunal Superior no dirigirán la guerra ni designarán a sus comandantes”. Esta guerra que se ha convertido abiertamente en una lucha por la supervivencia y la continuidad del Gobierno más extremista de Israel, y por la imposición de su proyecto del Gran Israel.

Mientras el foco está puesto en Gaza, donde la magnitud del horror no permite que miremos hacia otro lado tan fácilmente, Israel ha continuado las operaciones militares y de seguridad en la ocupada Cisjordania, donde hace prácticamente imposible la vida cotidiana de los alrededor de 3 millones de palestinos que residen en esta región, convertida en otra cárcel a cielo abierto muy similar a Gaza. La ONU ha destacado que la operación que las fuerzas israelíes desarrollan desde el 21 de enero es la más larga y violenta en Cisjordania desde la Segunda Intifada en los primeros años 2000. En los pasados dos meses, han muerto cerca de un centenar de palestinos.

En ese mismo periodo, decenas de miles de personas han tenido que abandonar los campos de refugiados de Yenín, Tulkarem, Nur Shams y Al Far’a, en el norte de Cisjordania, sin muchas perspectivas de poder regresar, ya que Israel ha dejado claro que no lo va a permitir en el corto plazo. “Las operaciones militares israelíes han causado la destrucción sistemática de las infraestructuras civiles y viviendas, con el objetivo de cambiar de forma permanente las características de las ciudades palestinas y los campos de refugiados a un nivel que no se justifica por ningún supuesto objetivo militar o de imposición de la ley”, ha denunciado Philippe Lazzarini, comisionado general de la Agencia de la ONU para los Refugiados Palestinos (UNRWA).

Mientras las excavadoras y tanques causan esa destrucción, el Gobierno emite órdenes para demoler casas palestinas a un ritmo sin precedentes en los territorios ocupados de Cisjordania y Jerusalén Este, al mismo tiempo que autoriza la construcción de viviendas en asentamientos ilegales o legaliza esos asentamientos que los colonos han levantado con la connivencia de las fuerzas israelíes sobre el terreno y de los dirigentes políticos que sueñan con anexionarse también Cisjordania.

Es la política de hechos consumados que Netanyahu está aplicando en todos los frentes, tanto en Palestina como en los vecinos Líbano y Siria, con el pretexto de eliminar cualquier “amenaza” a la seguridad de Israel y de sus ciudadanos. Los ataques israelíes han matado también esta semana a varias personas en suelo libanés y sirio, ante la impotencia de estos países y el silencio internacional. Esas muertes con cuentagotas pasan desapercibidas, no aparecen en todas las redes sociales como las gazatíes, pero se van sumando a la montaña de cadáveres que va acumulando Netanyahu.

En los pasados meses, el Ejército israelí ha ocupado más territorio en el sur de Siria y ha permanecido en varios puntos del sur de Líbano, alimentando de esta forma la idea del Gran Israel. Con el pretexto de luchar contra supuestas amenazas externas, o de acabar con Hamás en Gaza, Netanyahu logra apoyos y aliados a nivel interno, y se protege ante cualquier amenaza a su persona y a su poder político: una estrategia que le ha resultado exitosa, de momento, pero que ha costado decenas de miles de muertos en un año y medio.

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