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OPINIÓN | Aldama, bomba de racimo, por Antón Losada

Cuando en 1990 José María Aznar lideró la refundación del PP, Pablo Casado tenía nueve años e Isabel Díaz Ayuso, 11. Tres décadas después, las dos principales referencias actuales del PP son hijos de ese partido que el expresidente del Gobierno moldeó a su antojo. Fue bajo su paraguas, y el de Esperanza Aguirre, donde ambos se cobijaron y medraron en el PP de Madrid. Hasta que Casado dio el salto a la dirección de Mariano Rajoy, mientras ella llevaba las redes sociales de Aguirre. El control de ese PP de Madrid al que los dos le deben lo que son, y la hipótesis de un futuro asalto de Ayuso en Génova si su hoy jefe de filas fracasa en su tercer intento de llegar a la Moncloa, han dinamitado una amistad de lustros. Y ha provocado una guerra sin cuartel que en Génova ya cuentan con que se prolongará durante meses.

Todo se torció cuando Ayuso vio la posibilidad de adelantar las elecciones en mitad de la pandemia –en contra del criterio del líder del PP– y reafirmar a nivel interno su liderazgo político con la excusa de la moción de censura fracasada en Murcia. La crisis sanitaria, social y económica provocada por el coronavirus le sirvió de lanzadera y despegó su perfil estatal, lo que le permitió confrontar directamente con el Gobierno de Pedro Sánchez y convertirse en la referencia mediática de la derecha, que vio una oportunidad de tumbar al Ejecutivo de coalición, al que tacharon de “ilegítimo” desde su misma formación. 

El panorama ha dado un giro de 180 grados en estos últimos casi tres años desde que el dedazo de Casado decidió que Ayuso y José Luis Martínez Almeida encabezarían unas de las listas más importantes del PP: la del Ayuntamiento de Madrid y la de la Comunidad. Era enero de 2019 y la única explicación a que Casado los designara candidatos era la estrecha amistad que les unía. Eran unos desconocidos entonces –él cayó en el cartel electoral casi por descarte y ella, sin experiencia de gestión, fue una de las primeras en apoyarle a en su candidatura para suceder a Mariano Rajoy. “Son de la máxima confianza” de Casado, destacaba el comunicado que anunciaba sus candidaturas. Le debían todo al líder del partido. Pero uno de ellos, Ayuso, hace tiempo que decidió volar sola. Y atrás quedaron los tiempos en los que la sintonía era total.

La llegada de Casado

La crisis en la que había entrado el PP de Madrid desde 2015 por culpa de la corrupción, tal y como ha dejado dicho el mismísimo secretario general, Teodoro García Egea, llegaron a fundir hasta los dos últimos fusibles de Esperanza Aguirre, sus hipotéticos delfines: Francisco Granados, detenido en 2014, e Ignacio González, apuntado por el caso ático y posteriormente también arrestado. 

De forma accidental, Cristina Cifuentes se vio aupada a liderar el partido. Y, por primera vez desde 1995, el PP perdió la mayoría absoluta en la Asamblea de Madrid. Un pacto con Ciudadanos permitió a la delegada del Gobierno en los duros años de las protestas por la crisis económica ser investida presidenta. Pero su ascenso se produjo tan súbitamente como su caída. Las dudas sobre cómo había obtenido su máster en la Universidad Rey Juan Carlos, y un vídeo donde se le veía robando unas cremas en un centro comercial cuyo origen no se ha desvelado, terminaron con su carrera política.

Ángel Garrido la sustituyó los meses que quedaban hasta el final de la legislatura, pero para entonces el PP ya había cambiado. A Mariano Rajoy la sentencia del caso Gürtel le pilló en 2018 tan tranquilo después de haber pactado los Presupuestos Generales de ese año con el PNV. El PSOE presentó una moción de censura. El gallego se despidió del Congreso mano al aire y se marchó.

Era junio y un mes después Pablo Casado fue elegido presidente del PP en un congreso extraordinario en el que las bases apostaron en primarias por otra opción, la de Soraya Sáenz de Santamaría. La exvicepresidenta de Rajoy se impuso por poco, pero en la segunda ronda, con delegados, el aparato rehizo la decisión de las bases. El apoyo de María Dolores de Cospedal, enemiga de Sáenz de Santamaría, fue clave para que Casado se hiciera con las riendas del PP con el 57% de los delegados.

Casado presentó un proyecto identitario, escorado a la derecha y muy beligerante con el PSOE de Pedro Sánchez. Reclamó “conectar con la España de los balcones y las banderas” en defensa de la “unidad nacional”, para lo que pidió “endurecer el Código Penal” y prometió “lealtad al rey y a la Constitución”. En clave interna, planteó la necesidad de “recuperar” la “base electoral” del partido. Y prometió: “No vamos a gastar ni un minuto más en hablar de nosotros”. Nadie podía prever que sería precisamente por su flanco derecho por donde le vendrían los problemas internos.

Todavía no había ocurrido, pero las encuestas empezaban a pronosticar la consolidación electoral de la escisión por la derecha del PP. Unos meses después, Vox irrumpió en el Parlamento de Andalucía con 12 diputados y su apoyo fue indispensable para que Juan Manuel Moreno fuera elegido presidente autonómico, poniendo fin al sempiterno control socialista sobre la región más poblada de España. 

Tras aquella doble conmoción Casado tomó una de sus primeras grandes decisiones: confiar en Isabel Díaz Ayuso como candidata en las elecciones autonómicas de mayo de 2019. Un desairado Ángel Garrido se vengó yéndose a Ciudadanos. Eran malos momentos para el presidente del PP, que en abril de 2019 obtuvo el peor resultado del PP desde la refundación de su mentor, tres décadas antes. Casado obtuvo 66 diputados, la mitad que Pedro Sánchez y solo nueve más que Albert Rivera.

Necesitaba amigos en puestos clave para afianzar su liderazgo. Si el diciembre anterior el partido lograba conquistar el gran reducto de poder socialista, unos meses después el proyecto de Casado se tambaleaba. Dos estilos muy diferentes de hacer y de ver la política que hoy todavía no se han reconciliado y que opera en lógicas diferentes. Si a la dirección nacional le encantaría que Moreno adelantara las elecciones cuanto antes para utilizar como palanca su previsible triunfo, el presidente regional prefiere apurar la legislatura hasta finales de 2022 y poder así disfrutar de un presupuesto regado con fondos europeos.

En las autonómicas y municipales de ese mes de mayo de 2019, al PP tampoco le fueron mucho mejor las cosas. Logró sostener tres comunidades autónomas, pero todas con gobiernos de coalición con Ciudadanos y apoyados en Vox, que comenzó a exigir políticas identitarias y muy atravesadas por su ideología, como la retirada de símbolos republicanos o el llamado pin parental para controlar los contenidos que se imparten en los centros públicos. También vio reducido su poder municipal, pasó de gobernar 23 a 13 capitales de provincia. 

La nota más positiva fue Madrid. Pero por los pelos. José Luis Martínez-Almeida perdió frente a Manuela Carmena, pero el apoyo de Ciudadanos y de el Vox de Javier Ortega Smith le dio la Alcaldía de la capital. La apuesta personal de Casado, Isabel Díaz Ayuso, también perdió los comicios ante el socialista Ángel Gabilondo. La hoy aparentemente imbatible presidenta de Madrid obtuvo apenas 30 diputados, 18 menos que Cifuentes en 2015 y siete menos que su rival. Ciudadanos se quedó a cuatro escaños de empatar con el PP y logró imponer su fuerza en un Gobierno de coalición también con los votos, y condiciones, de la ultraderecha. Almeida tuvo que aceptar a Begoña Villacís como vicealcaldesa, y Ayuso a Ignacio Aguado como vicepresidente. Todo se negoció desde Génova que después tuvo mucho que ver en la configuración del Gobierno regional.

Aquél día de mayo de 2019 no hubo balcón en Génova, sino una tarima en forma de escenario a pie de calle. La celebración fue, como poco, limitada.

Eso era 2019. Dos años después el panorama es completamente opuesto hasta el punto de que el choque es total entre Ayuso y Casado. Las roturas ya se despachan en los medios de comunicación sin ningún pudor y en el PP muchos dirigentes asisten atónitos a una guerra sin cuartel que se juega en público. El punto de inflexión fueron las elecciones del pasado 4 de mayo, pero el deterioro de la amistad de Casado y Ayuso se ha ido cocinando a fuego lento hasta su estallido actual.

La llegada de MAR a Sol

Uno de los primeros puntos de inflexión en la relación entre Ayuso y Casado tiene nombre propio: Miguel Ángel Rodríguez, comúnmente conocido como MAR, el todopoderoso asesor de la presidenta regional que ha vuelto a la política, dicen algunos, a reeditar sus años al lado de Aznar, ahora con Ayuso. El nombramiento de MAR como jefe de Gabinete de la presidenta regional en enero de 2020 potenció su proyección nacional ahondando en su figura opuesta al Gobierno de Sánchez.

La presidenta de la Comunidad de Madrid ha forjado su liderazgo en el enfrentamiento continuo al Gobierno, especialmente durante la pandemia, y en esta tarea resultó clave el fichaje de MAR que llegó a la Puerta del Sol solo diez días después de que Sánchez fuera investido presidente. Su entrada no gustó a Ciudadanos, entonces socios de Gobierno, pero tampoco a Génova, donde vieron su aterrizaje como una amenaza al control que hasta el momento Casado ejercía sobre Ayuso. No se equivocaban.

MAR ha sido el principal germen de las discrepancias entre la presidenta regional y el número dos del partido Teo García Egea. El exsecretario de Estado de Comunicación con Aznar aconsejó a su llegada a la Puerta del Sol no coger el teléfono al secretario general del partido. “Tú solo debes hablar con el presidente”, cuentan que el todopoderoso asesor le aconsejó a Ayuso, con quien tiene una relación de estrecha amistad que se remonta a sus años de estudiante de periodismo. Meses después acabó bloqueando a la mano derecha de Casado en su WhatsApp.

La proyección nacional de Ayuso fue en aumento los meses posteriores como oposición al Gobierno de Sánchez. La presidenta madrileña se instaló en la confrontación constante mientras su región lideraba el ránking de fallecidos y contagios. De ser una desconocida, la popularidad de Ayuso subió como la espuma, un ascenso que eclipsó la figura de Casado como líder de la oposición. La figura del líder del PP quedaba cada día más desdibujada. Y Casado quiso poner algún coto, aunque sin éxito.

El nombramiento de Almeida como portavoz nacional

La respuesta, y la primera prueba de que la imagen arrolladora de Ayuso empezaba a molestar en Génova, llegó pocos meses después. El líder del PP quiso hacer un giro en la estrategia del partido a posiciones más moderadas, mientras Vox preparaba una moción de censura contra Sánchez, y para ello eligió al alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida, frente a Ayuso, para ser la voz del partido tras el cese de Cayetana Álvarez de Toledo.

Almeida, que había encarnado una estrategia contraria a la de la presidenta regional durante la primera fase de la crisis sanitaria reivindicando la unidad, era la cara amable que reclamaban los barones del PP para esta nueva etapa del partido –que finalmente fue breve–. El nombramiento del regidor como portavoz nacional del partido levantó suspicacias en la organización regional donde se reabrió el debate de la presidencia del PP de Madrid. Fue entonces cuando empezó a hablarse de la tricefalia que empezó a mover el alcalde de Madrid, pero que nunca convenció al sector de Ayuso. La presidenta regional continuó con su agenda sin pestañear.

La convocatoria del 4M 

Diferentes dirigentes del PP sitúan en esa convocatoria electoral la ruptura definitiva entre Casado y Ayuso. No era la primera vez que Ayuso había querido adelantar los comicios, pero desde Génova la habían frenado. La primera vez fue un año antes, en plena desescalada de la pandemia. Con las encuestas a favor tras su enfrentamiento frontal a Sánchez, Ayuso vio un momento propicio deshacerse de sus socios de coalición con los que la relación había sido pésima desde el minuto uno de firmar la coalición. La segunda, en septiembre de 2020 cuando el entonces secretario general de los socialistas en Madrid, José Manuel Franco, insinuó que el PSOE estaría dispuesto a impulsar una moción de censura contra Ayuso, con Ignacio Aguado, entonces vicepresidente, como candidato a presidir la Comunidad de Madrid. Las relaciones entre Aguado y la presidenta regional estaban completamente rotas y Ayuso pensó que era plausible que esa alianza llegara.

En ambas ocasiones el propio Casado logró frenar las aspiraciones electorales de la que había sido su apuesta personal. Pero la tercera vez, en marzo de 2021, Casado no pudo hacer nada. La llamada que hizo a Génova tras conocerse que Ciudadanos y socialistas preparaban una moción de censura –que finalmente fracasó– fue para anunciar una decisión que ya estaba tomada. Y ahí se rompió todo. “Ayuso comunicó que iba a convocar elecciones y Casado le dijo que no lo hiciera y ella tomó la decisión sin su consentimiento. Ese fue el punto de inflexión, cuando Pablo se dio cuenta de que ella era ya incontrolable”, dice un dirigente de peso del PP.

Tras este choque, Ayuso hizo una campaña electoral personal sin apenas injerencias de la dirección nacional. La única ocasión en la que Génova marcó territorio fue en su enfrentamiento con García Egea por las listas, cuando el murciano quiso imponer a Toni Cantó en la elaboración de las listas. Tras ese episodio, en el que Ayuso dejó clara su disconformidad, hubo una retirada desde Génova. “Me presento yo. El proyecto lo encabezo yo. La Comunidad me la he echado a las espaldas yo. Y así pienso seguir haciéndolo”, dijo en plena campaña, preguntada por sus relaciones con la dirección nacional. En privado, su equipo dejaba claro que la campaña personalísima la había diseñado la presidenta regional. “Para que molesten prefiero que me dejen en paz”, dice un allegado a Ayuso que repetía ella con asiduidad.

Las discrepancias internas no supondrían un problema para escenificar unidad esa noche en la que Ayuso logró una imponente victoria que suponía la desaparición de Ciudadanos de la Asamblea de Madrid. Y a diferencia de 2019, el 4 de mayo de 2021, sí hubo foto en el balcón de Génova. Casado y Ayuso comparecieron juntos ante miles de fervorosos militantes de la derecha madrileña. El éxito del PP en Madrid, que para cualquiera tenía que ser una buena noticia también para el PP nacional, no fue más que la antesala de la tormenta desatada este verano.

Los primeros movimientos internos

Los tiempos se aceleraron en julio. La Junta Directiva Nacional del PP se reunió para ordenar los muchos congresos locales, provinciales y autonómicos que el partido tiene aún en marcha. Allí se tomó una decisión sobre el calendario, intrascendente a primera vista: que las comunidades autónomas uniprovinciales fueran las últimas de la lista, en el segundo semestre de 2022.

Isabel Díaz Ayuso estaba sentada en esa mesa y, según todas las fuentes, no protestó y votó a favor del calendario. Pero a finales de agosto lanzó su primer pulso a Casado y anunció que sería candidata en un congreso que no estaba ni cerca de ser convocado, supuestamente. 

A Ayuso de repente le entraron prisas por sustituir a Pío García Escudero, presidente accidental desde la dimisión de Cristina Cifuentes. El veterano dirigente ya había liderado la estructura orgánica cuando Aznar presidía el PP. Aznar hizo en 1995 lo que ahora reprocha que haga su alumno, sabedor del riesgo de que una persona concentre tanto poder en Madrid. En esta batalla, el refundador del PP ha intentado compensar sus apoyos. Primero dijo que era normal que Ayuso quisiera convertirse en un referente estatal y en antagonizar con el Gobierno de Sánchez, algo que ya hiciera él mismo desde la Junta de Castilla y León. 

“Isabel es una de las personas, como Pablo Casado, con todas las condiciones para un liderazgo brillante”, dijo el pasado mes de junio. Y añadió, con un mensaje bastante evidente aunque no explícito: “Hace lo que tiene que hacer. (...) Cuando yo era presidente de Castilla y León, yo lo hice. Y de ahí nació una alternativa nacional”. 

Luego respaldó a su pupilo en la Convención Nacional de septiembre, en plena bronca con Ayuso, aunque sin hablar de los problemas internos y sí dejando claro que el discurso trumpista de Ayuso es lo que él quiere. Casado tomó nota y lo asumió en el cierre del cónclave en Valencia, a principios de octubre.

Pero para entonces la Convención Nacional ya había pasado a un segundo plano. Ayuso amenazó con no asistir al cónclave. Tenía preparada una gira internacional de la que su principal valedor fue el propio Aznar a través de FAES. Dirigentes cercanos al expresidente del Gobierno aseguran que está “enfadado” y profundamente “decepcionado” con Casado por su guerra con Ayuso con la que ha compartido varios actos recientemente para blindar su apoyo. 

Al final Ayuso fue. Y la eclipsó con su pulso a la dirección nacional. Casado había aguantado, y ganado el primer asalto. El congreso del PP de Madrid no será este otoño, como pretendía la presidenta regional, que no solo no se tomó un descanso, sino que ha insistido sistemáticamente en lo mismo como una gota malaya.

El acto de contrición de Ayuso ante Casado les sirvió para pasar el trago ante todo el partido. Pero la actuación de Ayuso no sentó nada bien a sus compañeros de partido, algunos de dentro de la M50, pero otros, más, de fuera de Madrid. La jefa del Ejecutivo madrileño apeló a su larga amistad en un discurso que llevaba escrito y que luego reconoció ante los periodistas que estaba medido y pensado para dejar claro su mensaje: “Hoy te quiero decir, Pablo, delante de tu mujer, de la gente que más te quiere, del partido, de tu familia, de los medios. Quiero dejar claro que tengo meridianamente claro dónde está mi sitio, sé que mi sitio es Madrid y que daré lo mejor para Madrid porque Madrid es España”.

El presidente murciano, Fernando López Miras, lo dejó claro en el mismo escenario del Palau de les Arts de Valencia, en vivo y en directo, cuando parafraseó a Ayuso, sentada a su derecha, y prometió entre risas que tampoco iba a salir de Murcia.

Antes del final de octubre, Ayuso tuvo una última oportunidad de intentar modificar el calendario previsto. Ante una reunión de la Junta Directiva Regional que preside García Escudero movilizó a los suyos para plantear el adelanto del congreso, mientras ella decía, en público y en privado, que iba a “acatar” la decisión de la dirección nacional. Por estatutos no le queda otra. Pero ahora la pugna está en cuándo, dentro de 2022, se celebra el congreso. Si en la primera parte, como quiere ella, o al final del periodo, como sostienen en Génova que se hará, porque es lo acordado por los órganos.

La guerra en los medios

La reunión, que terminó en tablas, es decir favorable a las tesis de Casado, motivó una cascada de filtraciones previas y posteriores que han terminado de romper todos los puentes entre Génova y la Puerta del Sol. Ayuso tiene bloqueado en su Whatsapp a García Egea, y a tantos otros; amenazas de sacar informaciones comprometidas; mensajes que teóricamente presionan a estos para que digan lo que necesitan aquellos; informes jurídicos que hablan de gestoras y amenazas de tribunales.

En Génova están ya preparados para una batalla larga. “Esto no es cosa de siete horas ni de siete días, sino de siete meses”, sostenía una portavoz autorizada de la dirección nacional el pasado jueves en el Congreso. Una forma de reiterar que no hay intención de adelantar el congreso del PP de Madrid, que se celebrará allá por mayo o junio de 2022.

El enfado en Génova con el penúltimo movimiento de Ayuso, en el que volvió a aparecer Esperanza Aguirre, es total. Sostienen que ha eclipsado la alternativa de Casado justo cuando el Gobierno de coalición atravesaba un momento delicado de negociación interna y externa. Ahora, con los Presupuestos de 2021 casi en el bolsillo, y la reforma laboral encarrilada, Moncloa puede respirar y decidir cuándo quiere convocar las elecciones, que en principio no llegarán hasta finales de 2023.

Hasta ese momento Casado tendrá que lidiar no solo con su labor de oposición, sino también con los problemas internos. Y con la presencia de Vox, que reitera desde hace semanas que ya no darán apoyo externo a los gobiernos del PP, sino que exigirán entrar en ellos. Ayuso fue la excepción y Rocío Monasterio no lo reclamó para investirla presidenta, lo que confirma la buena sintonía entre ambas. Algo que no existe entre Casado y Santiago Abascal, que de momento representa más peligro potencial para el PP que la jefa de la ultraderecha en la Asamblea.

Un antiguo dirigente del PP con peso analiza el pulso entre Casado y Ayuso como una “debilidad” del líder del PP. “Todos estos movimientos lanzan el mensaje de que Casado va a intentar mantenerse al frente del partido con todas las consecuencias si no logra gobernar tras las elecciones generales de 2023. Es decir, que el propio Casado nos está diciendo que sabe que no va a gobernar y su intención es continuar al frente cuatro años más y para eso Ayuso le es incómoda”, explica. Una visión, dice, que es compartida por numerosos dirigentes del partido: “Es una pelea de perdedor con la única intención de mantenerse en el búnker como ya hizo Mariano Rajoy”.

Esta es, quizá, la primera división ideológica de Casado y Ayuso en los más de tres lustros en los que han llevado una vida política casi paralela. Pero en la cima solo cabe uno. O una.