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17.000 kilómetros para recoger el anillo y el reloj que los nazis arrebataron a un prisionero español

Retrato de Gabriel Álvarez Arjona, en la foto que envió a su sobrino Manuel en
1960.

Carlos Hernández

20 de marzo de 2022 21:56 h

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Marzo de 2022, Melbourne, Australia

El timbre de la puerta suena insistentemente. Es la casa de una familia española: los Montes. Hace ya 60 años que Manuel y su esposa Herminia abandonaron su patria y se instalaron en este país buscando un futuro mejor para sus dos hijos: Mari Trini y Manuel.

Ellos formaron parte de la llamada 'Operación Canguro', acordada entre el régimen franquista y las autoridades australianas. El país oceánico necesitaba de mano de obra y su gobierno buscaba fuera de sus fronteras trabajadores que fueran “blancos y católicos”. La precaria situación económica en España llevó a cerca de 8.000 compatriotas a hacer las maletas y trasladarse para siempre al otro extremo del planeta.

Ha pasado mucho tiempo, demasiado tiempo. Manuel tiene ahora 88 años y vive solo desde que Herminia emprendió su último viaje. Vive solo, pero sus hijos están muy pendientes de él. De hecho, no tiene dudas de que el que llama a la puerta es el mayor, Manuel. Lo que no se imagina es la noticia que está a punto de darle. 

Campo de prisioneros de Sandbostel, Alemania, 29 de abril de 1945

Gabriel Álvarez Arjona sigue sin creerse lo que está viendo. Varios vehículos militares estadounidenses acaban de entrar en el campo. La pesadilla ha terminado. Atrás quedan 24 meses de cautiverio y dos grandes guerras. Todo había empezado nueve años antes.

La sublevación franquista le sorprendió en su ciudad natal, Madrid. Gabriel no dudó en dejar la brocha de pintor y alistarse como voluntario en las MAOC, Milicias Antifascistas Obreras y Campesinas, para defender la democracia republicana y evitar que la capital cayera en manos de los rebeldes. Tres años de combates más tarde, Gabriel se vio obligado a escapar a Francia junto a otro medio millón de españoles.

Tras pasar por varios campos de concentración franceses, el madrileño logró establecerse en la localidad de Le Mans, donde reinició su trabajo como pintor-decorador. La paz apenas le duró un año, porque en junio de 1940 la ciudad fue ocupada por las tropas nazis. Aún así, Gabriel continuó ejerciendo su oficio hasta que en mayo de 1943 fue detenido por orden de las autoridades colaboracionistas francesas. En el informe policial se le acusó de ser el alma de un grupo de agitadores, financiado por México, entre los que había comunistas españoles y anarquistas de París. 

De nada le sirvieron los testimonios y los documentos que presentó para intentar rebatir los cargos. Fue considerado un enemigo y un peligro para el Reich. En noviembre fue enviado al campo de internamiento para presos políticos de Voves, un recinto controlado directamente por el gobierno colaboracionista de Vichy. Las condiciones de vida no eran excesivamente malas y los prisioneros llegaron a organizar actividades culturales, educativas y deportivas, además de tejer una red de resistencia clandestina. Gracias a ella se produjeron varias evasiones que culminaron la noche del 5 al 6 de mayo de 1944.

Cuarenta y dos internos huyeron por un túnel de 148 metros que llevaban tres semanas excavando. Gabriel no estaba entre los fugados y pagó un alto precio por ello. Las SS se hicieron cargo del campo, lo cerraron y trasladaron a los prisioneros a los campos de concentración de Buchenwald y Neuengamme. A este último recinto fue a parar Gabriel.

Allí le quitaron todas sus pertenencias, entre ellas un reloj de mano y dos preciados anillos. Después recibió el traje rayado, un triángulo rojo invertido que le distinguía como deportado político y el número 32.040. Los 10 siguientes meses padeció hambre, malos tratos, falta de higiene y tuvo que trabajar como un esclavo. Pero lo peor aún estaba por llegar.

Ante el imparable avance de las tropas británicas, los nazis trasladaron a unos 9.500 deportados desde Neuengamme hasta el campo de prisioneros de Sandbostel. Un tercio de ellos perecieron en aquella marcha de la muerte o en los días posteriores a la llegada a su nuevo destino. Gabriel fue víctima, testigo y superviviente de ese terrible periplo.

Madrid, 2022

Jesús e Isabel llevan desde 2019 promoviendo y organizando la colocación de stolpersteine en recuerdo y homenaje a los madrileños deportados a los campos de concentración nazis. Se trata de unos adoquines, coronados con una placa dorada con los principales datos de la víctima, que se colocan en la acera, frente a su último domicilio conocido.

Sabedores de que el archivo internacional Arolsen, el más importante sobre la represión nazi, conserva objetos personales de algunos deportados españoles, Jesús e Isabel decidieron colaborar en la entrega de esas pertenencias a los herederos de los prisioneros madrileños. Coordinados con el historiador Antonio Muñoz, localizaron a los descendientes de algunos de ellos. Sin embargo, una búsqueda se convirtió muy pronto en una misión casi imposible. Arolsen tenía dos anillos y un reloj de bolsillo que los nazis le requisaron a su llegada a Neuengamme a un español llamado Gabriel Álvarez Arjona.

La investigación sobre Gabriel les acababa llevando siempre a callejones sin salida. Sabían que había fallecido en Francia, muy probablemente, en los años 60, pero ¿cómo encontrar a sus familiares más directos? En 1939 el madrileño aparecía en los registros franceses como viudo sin hijos y no constaba que tras la liberación hubiera tenido descendencia, así que tuvieron que ampliar el foco.

Gabriel tuvo dos hermanas; una no tuvo hijos, pero la otra dio a luz un niño y dos niñas. El camino pareció aclararse hasta que los distintos archivos consultados desvelaron que ninguno de los tres sobrinos había tenido descendencia. Todo parecía perdido cuando un documento reveló que una sobrina adoptó un niño en plena posguerra, en 1940. Su nombre era Manuel Montes Expósito y su existencia abría una nueva vía de investigación para encontrar a los descendientes de Gabriel.

Los archivos permitieron reconstruir la vida de Manuel. Se casó con Herminia Martínez y tuvo dos hijos. Sin embargo, entre 1960 y 1965 el rastro documental de la familia se desvaneció. A punto de arrojar la toalla, tiraron del hilo genealógico de Herminia y dieron con una de sus hermanas. Ella fue la que les aportó la clave: “Emigraron a Australia en los años 60”.

Jesús e Isabel compartieron sus avances con otros investigadores. Uno de ellos, Unai Eguia, conocía a un español que residía en Australia y que había sido locutor en un programa radiofónico dirigido a los emigrantes españoles. Solo unos días después Unai era entrevistado en el espacio Pan y chocolate, de la emisora de radio de Brisbane 4EB. Durante una larga hora aportó los datos de que disponía, habló de Gabriel, de sus anillos y de su reloj e hizo un llamamiento a la colaboración de los oyentes españoles para dar con Manuel.   

Marzo de 2022. Melbourne, Australia

Manuel Montes Expósito apenas puede creer lo que le está contando su hijo Manuel. Le están buscando de España para entregarle los objetos personales que los nazis arrebataron a su tío Gabriel en Neuengamme. Él nunca llegó a verle en persona porque creció en la España franquista mientras su tío, tras la II Guerra Mundial, permanecía en su forzado exilio francés. Todo su contacto se produjo a través del correo postal. Aún así se estableció entre ambos una fuerte relación. Por eso aún conserva, con todo el cariño, la última fotografía que le envió desde Le Mans en septiembre de 1960. En el reverso, con una letra algo temblorosa, Gabriel se la dedica a “vosotros Herminia y Manolo con todo mi corazón”. El exprisionero de Neuengamme tenía solo 62 años, pero las secuelas de su dura vida se deducen en su despedida: “no os la (he) enviado antes pues (he) estado paralise”. 

“Yo ni sabía que ese tío abuelo mío había estado en un campo de concentración nazi”, confiesa Manuel hijo a Eldiario.es. “Mi padre nunca me lo contó ni me habló de ello hasta el día en el que le di la noticia de que le estaban buscando desde España, a través de ese programa de radio”. La verdad es que ni siquiera sabía que había habido españoles encerrados en esos campos“.

Manuel hijo tenía solo dos años cuando dejó España y su hermana Mari Trini algo menos de seis meses. Ambos se han criado y educado en Australia donde, a diferencia de lo que ocurre en nuestro país, siempre se ha estudiado y reivindicado su historia reciente: “En la escuela se enseña la participación de los australianos en la guerra. Aquí es muy importante saber. Hay un día al año en el que se conmemora a las víctimas y a los soldados que cayeron en la II Guerra Mundial. Es un día muy grande. ¿Pero eso también lo hay en España? ¿No?”.

A pesar de que la memoria empieza a jugarle malas pasadas, a Manuel Montes Expósito le genera una enorme emoción pensar que muy pronto tendrá en sus manos los anillos y el reloj de su tío Gabriel. “Le hace mucha ilusión y a mí también —afirma Manuel hijo— Estos hechos no se pueden olvidar. Si la salud de mi padre lo permite, viajaremos a España en los próximos meses”.

La entrega de los objetos personales robados por los nazis no será el único motivo de esa visita. Jesús e Isabel están organizando la colocación de una stolperstein en recuerdo de Gabriel Arjona. Un adoquín de memoria que se emplazará frente al domicilio en el que ese luchador antifascista y víctima del nazismo vivió en Madrid antes de comenzar su dramático periplo en 1936.

Manuel padre y Manuel hijo recorrerán más de 17.000 kilómetros para recoger un reloj de bolsillo, dos anillos y reencontrarse por fin con su tío Gabriel.

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