Gandalf y los hobbits: la historia no contada de una amistad ancestral
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Cuando un mago elige quedarse en una fiesta de hobbits en lugar de asistir a un concilio de sabios, es que hay una historia interesante detrás. Y es que Gandalf, el famoso mago de El Señor de los Anillos, no solo aparecía en la Comarca por el buen tabaco de pipa o los pasteles de mora. Su relación con los hobbits iba mucho más allá de las risas bajo los fuegos artificiales o las historias contadas a los Tuk en las vísperas del solsticio de verano. De hecho, esa gran amistad con la gente pequeña tiene orígenes que se extienden mil años antes de las aventuras de Frodo y Bilbo.
Lo cierto es que la simpatía de Gandalf por los hobbits no era casualidad. En un tiempo muy anterior a las épicas batallas contra Sauron, cuando la Tierra Media vivía una calma engañosa tras la aparente derrota del Señor Oscuro, Gandalf ya vagaba por el mundo con la curiosidad de un viajero incansable.
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Fue en esos días, en mitad de la Tercera Edad, cuando el mago tropezó, casi por accidente, con la apacible Comarca. Allí, entre colinas verdes y un ritmo de vida tranquilo, los hobbits le recibieron con la misma hospitalidad con la que ofrecían té y bizcochos a cualquier extraño. Y a Gandalf, esa calidez, le conquistó de inmediato.
La ayuda mágica que salvó a la Comarca
Pero si algo selló para siempre la conexión entre Gandalf y los hobbits fue el frío, o más bien, el terrible Largo Invierno. Entre los años 2758 y 2759 de la Tercera Edad, la Tierra Media quedó sepultada bajo la nieve durante más de seis meses.
Muchas regiones sufrieron, pero pocas lo pasaron tan mal como la Comarca. El aislamiento natural de los hobbits, que solía ser una ventaja en tiempos de paz, se convirtió en un problema cuando las monumentales nevadas convirtieron sus caminos en trampas mortales. El hambre se hizo sentir, y muchas vidas se apagaron bajo el manto blanco.
Es aquí donde Gandalf demostró no solo su poder, sino también su corazón. Mientras otras tierras luchaban por sobrevivir, el mago se encargó de llevar alimentos a la Comarca, organizando el suministro y proporcionando calor y cuidados a los más débiles. En esos días oscuros, sus habilidades mágicas probablemente sirvieron para mantener la temperatura y salvar vidas. No es de extrañar que, tras esa experiencia, los hobbits lo recibieran siempre con los brazos abiertos, viéndolo no solo como un hechicero, sino como un amigo de verdad.
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Esta hazaña, apenas mencionada en los apéndices de El Señor de los Anillos y desarrollada con más detalle en los Cuentos Inconclusos de Númenor y la Tierra Media, revela un lado de Gandalf que va más allá de la épica. Para los hobbits, no era solo el mago que traía historias y explosiones de colores al cielo nocturno, sino aquel que había estado allí cuando más lo necesitaban. “Gandalf ayudó a los hobbits durante el Largo Invierno y posteriormente siguió visitándolos en ocasiones señaladas, como los solsticios de verano”, recoge Tolkien en sus relatos, dejando claro que esas visitas no eran simples compromisos sociales, sino un reflejo de un amistad genuina.
Gandalf se convirtió en un amigo para siempre
Con el tiempo, esa amistad forjada en la nieve y la necesidad llevó al mago a involucrarse en otras historias. Fue esa relación la que, años después, lo empujó a sugerir a Bilbo Bolsón como miembro en la expedición de los enanos o a acompañar a Frodo en su misión para destruir el Anillo Único. Pero para Gandalf, cada aventura junto con un hobbit era más que una andanza: era la oportunidad de proteger a aquellos a quienes ya consideraba su gente.
Así que, cuando en las películas de Peter Jackson se ve al mago riendo con los hobbits o encendiendo la mecha de sus cohetes, en realidad se presencia algo más importante. Detrás de cada chispazo de luz y cada anillo de humo, persiste el recuerdo de un invierno implacable, de la supervivencia y de una amistad milenaria que nunca necesitó de grandes palabras para ser comprendida.
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