“Minipisos” y otros cuentos: cuando la falta de espacio se vende como algo estético y deseable

El cuento de Julio Cortázar Casa tomada relata la historia de un hombre que vive con su hermana en una antigua casa espaciosa que perteneció a su familia. Su hogar es amplio, con muchas habitaciones, biblioteca, cocina y toda una parte trasera que no utilizan muy a menudo. Ambos hermanos han vivido allí desde siempre y cuentan con una rutina monótona, cómoda y más bien solitaria. Un día, de repente, oyen unos ruidos extraños en la parte trasera. No son sonidos claros, sino una presencia que sugiere que la casa ha sido tomada por algo o alguien desconocido. En lugar de investigar, los hermanos simplemente cierran la puerta que separa las dos mitades de la casa y aceptan la pérdida de ese espacio, adaptándose a vivir en la parte delantera.
Conforme avanza la historia, los ruidos reaparecen y avanzan progresivamente hacia la parte en la que los hermanos se han refugiado. Cada vez que esto sucede, ellos se ven obligados a ceder más terreno, sin poner resistencia ni cuestionar la naturaleza de los intrusos. La sensación de opresión crece y la casa, que antes era su refugio, se convierte en un lugar amenazante y cada vez más reducido.
Cortázar escribió este relato en 1946. Si imaginamos a los hermanos como ciudadanos de clase trabajadora y a los ruidos extraños como una metáfora del mercado capitalista y la especulación inmobiliaria, su vigencia se torna inquietante. La creciente demanda de la vivienda y su descarnada mercantilización han ido despojando nuestros hogares de calidad y de espacio. Mientras que la generación boomer pudo acceder a la propiedad con relativa prontitud, tras apenas unos años cotizados, los millenials y centennials se ven atrapados en la eterna danza del alquiler, compartiendo piso por pura contingencia económica sin mucho margen de maniobra para desarrollar un proyecto familiar.
Ante esta decadencia irrefrenable, proliferan en los portales inmobiliarios los llamados “minipisos”. En Catalunya, por ejemplo, podemos catalogar de ese modo a todas las unidades de vivienda que cuentan con menos de 36 m², la superficie mínima que dicta el decreto de habitabilidad para viviendas de obra nueva. Utilizaremos, por otro lado, el término “infrapisos” cuando tengan menos de 20 m², el límite que marca este mismo decreto para que pisos antiguos puedan obtener la cédula de habitabilidad.
Las divisiones horizontales están a la orden del día y los pisos de obra nueva minimizan progresivamente sus prestaciones y superficies
Los altibajos demográficos y las corrientes migratorias en las grandes ciudades han provocado una danza constante de tabiques de puertas para dentro, con derribos, particiones y subdivisiones constantes. Actualmente, nos encontramos con una realidad construida absolutamente fragmentada, donde prima siempre la cantidad numérica. La lógica del mercado inmobiliario consiste en que el beneficio de dos minipisos es casi siempre superior al de un único piso digno, ya sea para alquilarlo o venderlo. Las divisiones horizontales están a la orden del día y los pisos de obra nueva minimizan progresivamente sus prestaciones y superficies. Es por ello que el parque inmobiliario se compone cada vez por un número mayor de minipisos, infrapisos y de pisos muy básicos.

Como ciudadanos, nuestra percepción de lo que supone una vivienda digna, con todo lo necesario, ha hecho un viraje peligrosamente irreversible. Acostumbrados a deslizar el dedo y la vista por redes sociales, vídeos de YouTube y portales inmobiliarios, donde estas minicasas aparecen a menudo presentadas de manera atractiva y efectista, se ha ido naturalizando que una cocina se limite a un mueble con un grifo y una vitrocerámica, que para llegar al plato de ducha tengamos que hacer contorsionismo o que la mesa del comedor sea también el estudio y una superficie comodín para todo.
Frente a esta situación, arquitectos e interioristas cada vez tienen que lidiar con diseños más quirúrgicos, donde la pequeña escala prima por encima de cualquier gran gesto o solución integral. Las redes y los medios relacionados con la arquitectura muestran proyectos en espacios interiores muy limitados que resuelven con originalidad y pericia, proponiendo estrategias que aúnan en muy poco espacio múltiples posibilidades de habitar. El estudio de arquitectura elii, compuesto por Uriel Fogué, Eva Gil y Carlos Palacios, nos cuenta cómo afrontan este tipo de encargos, cada vez más comunes dentro de la profesión debido a la complicación de acceder a concursos y proyectos de cierta entidad. En su caso, encontramos las reformas paradigmáticas de Yojigen Poketto o Biombomastic, que modifican estructuras de vivienda que ya existían con dimensiones muy ajustadas y proponen una distribución espacial innovadora.

“En la actualidad, la especulación inmobiliaria y la fragmentación de pisos amplios para maximizar su rentabilidad, a menudo transformándolos en alojamientos turísticos, son prácticas comunes. Sin embargo, este no era el enfoque de nuestros proyectos. Por el contrario, buscamos aumentar la proporción de metros cuadrados por persona, apostando por una mejora cualitativa a través del diseño. Nuestro objetivo consiste en introducir mayor flexibilidad y capacidad de transformación en la vivienda, de modo que pueda evolucionar al ritmo de quienes la habitan. Más que imponer una distribución estática, concebimos los espacios domésticos como entornos adaptables, capaces de acompañar distintos momentos vitales. En realidad, la optimización de la superficie ya estaba presente en las configuraciones originales; nuestro reto fue ir más allá”, explican los arquitectos del estudio elii.
Repasamos con ellos un nuevo fenómeno en redes donde agentes inmobiliarios que presentan ratoneras encajadas en buhardillas, cajas de escalera o semisótanos y que reseñan como gangas o espacios modernos y disruptivos: “Magnífico ático con encanto en Chamberí, muy acogedor”, rezaba este anuncio.
El diseño no puede ser una manera de decorar, edulcorar o romantizar infraviviendas. Hay que llamarlas por ese nombre. Si un piso no tiene unas condiciones mínimas de habitabilidad, no las tiene, y no hay más
“Hace poco rechazamos una propuesta para transformar un espacio minúsculo de 14m² con varias zonas que ni siquiera tenían una altura mínima, para convertirlo en un 'espacio contemporáneo de esos que se llevan ahora'. El diseño no puede ser una manera de decorar, edulcorar o romantizar infraviviendas. Hay que llamarlas por ese nombre. Si un piso no tiene unas condiciones mínimas de habitabilidad, no las tiene, y no hay más”, añaden los arquitectos de elii.
Precisamente, sobre esta romantización y adjetivación eufemística de pisos que son diminutos y que no cumplen con los requisitos de habitabilidad, el arquitecto y profesor de teoría y crítica de la arquitectura, Arnau Pascual, comenta la contradicción que encarna la propia tipología de los minipisos.
“Por muy buena que sea la solución que aporte el diseño de un arquitecto, hay algunos pisos que tienen limitaciones que son irresolubles. Nuestro papel no se puede ceñir a poner las cosas bonitas sin aportar una visión política respecto a la vivienda”, comenta Pascual, que diseñó su apartamento-estudio donde vivió sus años de estudiante. Se trataba de un piso de 28m² que originalmente estaba dividido en tres habitaciones y que reconfiguró en un único espacio de 21m², con una cocina y un baño mínimos.

“En los minipisos, el poco espacio del que dispones se convierte en una escenografía viva que se adapta a tu día a día. Cuando tenía exámenes era un espacio de trabajo, un taller de maquetas, una sala de lectura… el fin de semana, en cambio, era un espacio de ocio más caótico. El mobiliario, por su parte, cobra múltiples funciones y se lleva al extremo el uso de una mesa, de una cama o de una estantería”, apunta Pascual. También advierte del peligro de la diseminación de fotos coloristas y bien compuestas con muebles de diseño que circulan por Instagram y que en realidad esconden propuestas de vivienda que están por debajo de los estándares mínimos.
Por muy buena que sea la solución que aporte el diseño de un arquitecto, hay algunos pisos que tienen limitaciones que son irresolubles. Nuestro papel no se puede ceñir a poner las cosas bonitas sin aportar una visión política respecto a la vivienda
“En mi piso, pinté las contraventanas con colores primarios que le daban cierta identidad y atractivo a un espacio muy neutro. Sin embargo, no aislé las paredes, ni cambié los cristales de las ventanas. Un error de juventud, supongo”, reflexiona Pascual, que critica los pisos enanos sobrediseñados que se piensan desde lógicas estáticas más afines al ojo de la cámara que a la ergonomía de sus habitantes.

En ese sentido, llama la atención el proyecto reciente de El Cabanon: el miniapartamento más grande del mundo, un cubículo en Róterdam de 6,89 m² y que dicen que está completamente equipado. Su nombre, Le Cabanon, remite a la cabaña de madera donde vivió sus últimos días el arquitecto Le Corbusier. Pese al destacable ejercicio estético y de habilidad a modo de Tetris para encajar todos los elementos funcionales básicos, este tipo de ejemplos, que encima se postulan a veces como soluciones para la casa del futuro, confunden los principios fundamentales que debería defender la arquitectura.

“Los problemas complejos como el de la vivienda tienen que ser abordados desde una aproximación compleja. Pensar que el diseño por sí mismo es capaz de paliar la falta de metros cuadrados es ingenuo, cuando no directamente marketing”, sentencian los integrantes del estudio elii.
Los problemas complejos como el de la vivienda tienen que ser abordados desde una aproximación compleja. Pensar que el diseño por sí mismo es capaz de paliar la falta de metros cuadrados es ingenuo, cuando no directamente marketing
Las fotos preciosistas de pisos minúsculos calificados como coquetos, delicados, refugios, alternativos, niditos, compactos o minimalistas, muchas de ellas promocionadas por vendedores de TikTok con corbatas mal anudadas que denominan “alto standing” a cualquier reducto donde no llueva dentro, pueden convertirse en algo más que una distracción. Con ellas alejamos la mirada de la falta de una vivienda digna y podemos acabar desgraciadamente como los protagonistas de Casa tomada. Disculpen el spoiler, pues al final del cuento, oyen cómo los ruidos llegan hasta la zona mínima en la que viven y, sin dudarlo ni rechistar, abandonan la casa y arrojan la llave a una alcantarilla.
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